En 1999 Naciones Unidas resuelve que el 25 de noviembre se conmemore el “Día internacional de la eliminación de la violencia contra la mujer”.
Mediante esta resolución los países miembro se comprometen a bla, bla, bla…
Los actos alusivos proliferan. Me resulta divertido observar en algunos abocados a su organización la más absoluta falta de idea del porqué de la fecha.
De las hermanas Mirabal, ni noticias. Enorme acto de violencia por invisibilización que tiene lugar año tras año.
Y ahí empiezo a reconocer las raíces de mi malestar crónico ante estas fechas.
En ellas se hace un recorte prolijo de lo que es “la violencia” contra “la mujer”: se hablará de “la mujer víctima de violencia familiar”. Todos evitaremos ponernos incómodos al asumir que vivimos en una sociedad patriarcal en la que a cada minuto estamos expuestas a todo tipo de violencias.
Los mismos encuentros para conmemorar la fecha constituyen muchas veces un enorme encadenado de actos violentos para con nosotras. Podemos encontrarnos con que nuestras voces son reemplazadas por voces de varones que gozan de mayor jerarquía. O con la instauración de la idea de que “la mujer” es víctima. Pasiva. O culpable por no abandonar esa condición.
“La violencia” contra nuestro sexo encapsulada en monstruos aislados que la sociedad trata de hacer pasar por locos: no son locos. Son varones que saben que serlos les da privilegios.
Pero la cosa así planteada nos coloca, como decía, a muchos en un lugar muy cómodo. Los varones con poder para hacer algo no son interpelados en tanto “no golpeen a sus mujeres”.
Las mujeres poniendo en otras la humillación, la impotencia, la falta de recursos de todo tipo: materiales, simbólicos, afectivos. Esto de lo que se habla los 25 de noviembre no me pasa a mí, les pasa a otras.
Sé que es duro verlo, la negación nos protege de sentirnos muy mal. Pero lo que se niega está igual inscrito en todas nosotras. Por qué no intentar decirlo.
Voy a empezar por decir yo misma las violencias que vengo padeciendo desde antes de nacer. Sé que otras mujeres unirán sus voces a la mía.
Debo decir que aunque no luzca moretones he sido duramente golpeada porque:
Debí tratar de ser callada. De no contestar mal.
Debí aprender a sentarme cruzando las piernas.
Debí aprender a jugar con juguetes diferentes a los de mi hermano.
Debí posponer inquietudes en clase cuando un compañero varón planteaba las suyas.
Debí ajustar mi cuerpo al gusto impuesto.
Debí arriesgar mi vida abortando en la clandestinidad, como si fuera una delincuente.
Debí tratar de no hacer enojar, de no molestar, o de hacerles la vida más grata a los varones que me rodean.
Debí incorporar la idea de que estaba en el mundo para ser agradable.
Debí, sin éxito, ocultar mis formas bajo ropas enormes a fin de poder laburar en paz, libre de varones acosadores.
Debí soportar chistes sexistas o charlas injuriosas acerca de mis compañeras de trabajo para no constituirme en la piedra de la discordia por salir a defenderlas.
Debí presenciar los asensos y recategorizaciones de muchos compañeros de trabajo con iguales méritos que los míos, pero cuyo merecimiento se priorizaba porque eran “padres de familia”.
Debí estudiar mucho, trabajar mucho, y ni aún así…
Debí soportar las postergaciones argumentadas siempre desde la esfera privada, como si el solo hecho de ser mujer hiciera imposible recibir explicaciones provenientes de la esfera pública.
Debo digerir flores y bombones para el “Día de la Mujer”.
Debo asumir el no poder encontrarme con muchas cuando leo historia.
Debo estar expuesta y rodeada por una publicidad y una televisión sexistas en las que nos muestran –me muestran- como si fuera un adorno.
Debo callarme cuando veo que a una niña o a una joven sus padres la someten a trato sexista, porque esgrimen que no estoy habilitada para ello por no tener una hija mujer. Olvidan que soy mujer.
Debo escuchar –todavía- que hay varones que matan por pasión.
Debo acostumbrarme a que no hay estadística específica y acabada sobre nuestra situación en ningún área de estudio: ni salud, ni educación, ni trabajo, ni distribución del ingreso, ni riqueza, ni…
Debo seguir adaptándome. Ahora a la categoría de “género” así, a secas. Aislada de todo posible análisis, o cruce con otras categorías como etnia, clase, discapacidad…
Debo seguir descomponiéndome al ver como bastardean nuestros reclamos.
Debo ver pocas mujeres representándonos y aceptarlo como natural.
Debo también comprender que –de esas pocas que me representan- la mayoría considere que soy una exagerada. Que las mujeres “hemos mejorado mucho nuestra situación”. Y sí, ahora por lo menos quemarnos en la hoguera está mal visto.
Debo también presenciar como usan nuestras luchas y nuestra movilización para fines que, aunque compartamos, no son los nuestros.
Debo terminar de asumir que a pocos les importa lo que pienso/siento.
Lo que pensamos/sentimos. Todas. Las que nos animamos a hacer una lista de las violencias que nos atraviesan y las que acaso aún no pueden.
Mediante esta resolución los países miembro se comprometen a bla, bla, bla…
Los actos alusivos proliferan. Me resulta divertido observar en algunos abocados a su organización la más absoluta falta de idea del porqué de la fecha.
De las hermanas Mirabal, ni noticias. Enorme acto de violencia por invisibilización que tiene lugar año tras año.
Y ahí empiezo a reconocer las raíces de mi malestar crónico ante estas fechas.
En ellas se hace un recorte prolijo de lo que es “la violencia” contra “la mujer”: se hablará de “la mujer víctima de violencia familiar”. Todos evitaremos ponernos incómodos al asumir que vivimos en una sociedad patriarcal en la que a cada minuto estamos expuestas a todo tipo de violencias.
Los mismos encuentros para conmemorar la fecha constituyen muchas veces un enorme encadenado de actos violentos para con nosotras. Podemos encontrarnos con que nuestras voces son reemplazadas por voces de varones que gozan de mayor jerarquía. O con la instauración de la idea de que “la mujer” es víctima. Pasiva. O culpable por no abandonar esa condición.
“La violencia” contra nuestro sexo encapsulada en monstruos aislados que la sociedad trata de hacer pasar por locos: no son locos. Son varones que saben que serlos les da privilegios.
Pero la cosa así planteada nos coloca, como decía, a muchos en un lugar muy cómodo. Los varones con poder para hacer algo no son interpelados en tanto “no golpeen a sus mujeres”.
Las mujeres poniendo en otras la humillación, la impotencia, la falta de recursos de todo tipo: materiales, simbólicos, afectivos. Esto de lo que se habla los 25 de noviembre no me pasa a mí, les pasa a otras.
Sé que es duro verlo, la negación nos protege de sentirnos muy mal. Pero lo que se niega está igual inscrito en todas nosotras. Por qué no intentar decirlo.
Voy a empezar por decir yo misma las violencias que vengo padeciendo desde antes de nacer. Sé que otras mujeres unirán sus voces a la mía.
Debo decir que aunque no luzca moretones he sido duramente golpeada porque:
Debí tratar de ser callada. De no contestar mal.
Debí aprender a sentarme cruzando las piernas.
Debí aprender a jugar con juguetes diferentes a los de mi hermano.
Debí posponer inquietudes en clase cuando un compañero varón planteaba las suyas.
Debí ajustar mi cuerpo al gusto impuesto.
Debí arriesgar mi vida abortando en la clandestinidad, como si fuera una delincuente.
Debí tratar de no hacer enojar, de no molestar, o de hacerles la vida más grata a los varones que me rodean.
Debí incorporar la idea de que estaba en el mundo para ser agradable.
Debí, sin éxito, ocultar mis formas bajo ropas enormes a fin de poder laburar en paz, libre de varones acosadores.
Debí soportar chistes sexistas o charlas injuriosas acerca de mis compañeras de trabajo para no constituirme en la piedra de la discordia por salir a defenderlas.
Debí presenciar los asensos y recategorizaciones de muchos compañeros de trabajo con iguales méritos que los míos, pero cuyo merecimiento se priorizaba porque eran “padres de familia”.
Debí estudiar mucho, trabajar mucho, y ni aún así…
Debí soportar las postergaciones argumentadas siempre desde la esfera privada, como si el solo hecho de ser mujer hiciera imposible recibir explicaciones provenientes de la esfera pública.
Debo digerir flores y bombones para el “Día de la Mujer”.
Debo asumir el no poder encontrarme con muchas cuando leo historia.
Debo estar expuesta y rodeada por una publicidad y una televisión sexistas en las que nos muestran –me muestran- como si fuera un adorno.
Debo callarme cuando veo que a una niña o a una joven sus padres la someten a trato sexista, porque esgrimen que no estoy habilitada para ello por no tener una hija mujer. Olvidan que soy mujer.
Debo escuchar –todavía- que hay varones que matan por pasión.
Debo acostumbrarme a que no hay estadística específica y acabada sobre nuestra situación en ningún área de estudio: ni salud, ni educación, ni trabajo, ni distribución del ingreso, ni riqueza, ni…
Debo seguir adaptándome. Ahora a la categoría de “género” así, a secas. Aislada de todo posible análisis, o cruce con otras categorías como etnia, clase, discapacidad…
Debo seguir descomponiéndome al ver como bastardean nuestros reclamos.
Debo ver pocas mujeres representándonos y aceptarlo como natural.
Debo también comprender que –de esas pocas que me representan- la mayoría considere que soy una exagerada. Que las mujeres “hemos mejorado mucho nuestra situación”. Y sí, ahora por lo menos quemarnos en la hoguera está mal visto.
Debo también presenciar como usan nuestras luchas y nuestra movilización para fines que, aunque compartamos, no son los nuestros.
Debo terminar de asumir que a pocos les importa lo que pienso/siento.
Lo que pensamos/sentimos. Todas. Las que nos animamos a hacer una lista de las violencias que nos atraviesan y las que acaso aún no pueden.
1 comentario:
toda la razón.
Las violencias son cotidianas y a veces muy cotidianas....
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