martes, 27 de marzo de 2012

Nos cuesta tanto

Fue maravilloso poder ver cómo la Suprema Corte de Justicia aclaraba de modo contundente a la sociedad – y a los propios miembros del poder del que son máximo referente – los alcances del artículo 86 del Código Penal.
El fallo tiene para mí un plus de trascendencia: pone en valor la palabra de las mujeres, que con sólo decir que han sido violadas podrán acceder al derecho que contempla el artículo aludido, sin someterse a ser “investigadas”. Se evita la revictimización a que las revisaciones y denuncias nos someten.
Pero a poco del festejo Salta, Mendoza y La Pampa comenzaron a marcar la cancha con sus gobernadores en dos casos y ministro de salud en otro, operando de muñecos de ventrílocuo del poder patriarcal. El argumento –infantil si los hay – es que un fallo de la Corte no es una Ley que estén mandados a hacer efectiva.
Desalienta ver que no podemos acceder a derechos porque tal vez no hayamos saldado las discusiones previas imprescindibles para hacerlo.
Las mujeres, en medio de una lucha discursiva de poderes que nos tiene generalmente como mudas espectadoras. Y en caso de que nos desactiven el “mute” caemos en la trampa de tener que debatir el tema de a una -y en un mano a mano- con otra que esté en contra… mesas de debate generalmente televisadas en las que lo que se transmite es que la sociedad está dividida en mitades frente al problema, desoyendo a las mayorías que claramente apoyan la legalización del aborto. Y que también transmiten que en principio es un tema “de mujeres” en las que los varones no se ensucian discutiendo: comúnmente aparecen entrevistados solos exponiendo sus posturas sin enfrentarse a opiniones adversas que –en el mejor de los casos- sólo provienen del entrevistador. Las mujeres, en cambio, expuestas a manejar con coherencia un diálogo con una Cynthia Hotton o similar… un horror.
Y también en el medio de la sospecha de que nos embarazamos para ser subsidiadas. Pese al fallo contra Clarín por haber publicado esa visión en formato titular y como dato “duro”, a los pocos días el Ministro de Salud de Corrientes sale a decir la misma barbaridad, que en realidad ya tenía la autoría del cómico Del Sel en ocasión de presentarse como candidato a gobernador por la provincia de Santa Fé. Otro caso que nos enfrenta a la cruel realidad de saber que aunque tengamos leyes y fallos que nos protegen, la misoginia manda a la hora de ser tratadas con respeto y en forma igualitaria.
Una vez más convidadas de piedra a una discusión que nos compete.
Tal vez haya llegado el momento de que como sociedad analicemos por qué en una democracia igualitaria e inclusiva como la que estamos viviendo, en la que tenemos políticas sexuales tan progresistas como el matrimonio igualitario, el aborto sigue siendo ilegal y la maternidad en la pobreza estigmatizada.
Tal vez seamos una sociedad que está aún lejos de superar la etapa de lucha por los derechos individuales que huelen siempre a liberalismo.
Tal vez las mujeres debamos seguir reclamando consideración en tanto sujetas políticas y sociales.

sábado, 10 de marzo de 2012

Tranquila, muchacha… el masculino te incluye

Amén


Permanentemente a través desde mis escritos trato de que consideremos la posibilidad de que “las ciencias” –con sus correspondientes cuerpos discursivos- no son neutrales. Sus discursos responden a intereses políticos y están imbuidos de ideología, de una concepción del mundo.
“¡Vaya novedad lo que plantea esta mujer!”, estarán pensando muchos lectores. Pero algo que para muchos es evidente y constituye una verdad de Perogrullo no creo que sea así interpretado mayoritariamente.
Cuando decimos que el discurso médico, o el jurídico responden a saberes y concepciones que revisten status de creencia, se nos mira como si hubiéramos enloquecido. Sólo por mencionar algunas de las ciencias con mayor prestigio asignado por la sociedad.
El informe de la RAE “Sexismo lingüístico y visibilidad de la mujer”, entonces, puede generar varios tipos de discusión y reacción.
Aquellos que temen la “degradación de la lengua” y - más aún - los asusta, saldrán vehemente del paso en cualquier debate que surja acerca de lo apropiado o no de decir “los y las participantes”, por ejemplo, blandiendo como arma contundente por lo incuestionable este documento. Pondrán “desde la ciencia que corresponde” punto final al debate. Como en las gramáticas prescriptivas que el Dr. Bosque cita, el mundo todo quedará dividido en dos áreas: las pasibles de nominarse y las que no. Fundamento básico: el “buen gusto”.
Aquellos que consideramos a la lengua patrimonio de los pueblos que las utilizan y practican diariamente, y que por lo tanto es muy bello observar cómo se va modificando merced a usos y prácticas ideológicas, podemos leer este líbelo al menos de dos modos.
Habrá quienes lo interpreten como de enorme ingenuidad, producido por un señor que sentado tras un escritorio-trono, cree que sus estudios académicos bastan para prescribir. Y proscribir.
Así, lo leerán como quien lee una obra de ciencia ficción a cuyo autor, Bosque, un árbol le obstruye la posibilidad de una perspectiva más amplia.
Fundamenta sesudamente que siempre se ha usado el masculino como genérico. En realidad, él habla “más mejor”, dice que “el uso del masculino como genérico está muy asentado en el sistema gramatical”. Del Español, of course.
Otros vemos atrás de este documento una burda maniobra política. De poca monta. Basta con observar que una reseña de su mediocre contenido salió publicada en la ¡primera plana! del diario La Nación. Venía como anillo al dedo para demonizar modelos políticos que consideran urgente derrocar. El diario aludido sostiene que el documento daba ejemplos de cómo en Venezuela y Argentina sus primeros mandatarios incurrían en este “horror gramatical”. El documento no menciona ni a la Argentina ni a su Presidenta, mentira que pasa porque pocos se tomarán el trabajo de leerlo. Con las zonzas traspolaciones que esos medios están habituados a hacer, seguramente concluyan que no se nos respeta en el mundo por tal desatino. De premisa falsa, conclusión desopilante.
Básicamente, lo que este académico repudia es el cuestionamiento feminista del uso del masculino como genérico.
Para luego repudiar a los modelos políticos que se hacen eco de nuestra lucha, que la comprenden y comparten, y dan muestra de ello usando estas otras gramáticas disruptivas, interpeladoras.
Esgrimiendo una postura esencialista y temerosa de los cambios, omite cuidadosamente expresar que comparte la visión del mundo que dio lugar a que en la lengua española “siempre haya sido así”. Visión que no duda de la inferioridad de las mujeres respecto de los varones, de lo subalterno de los lugares que ocupamos, y considera inapropiado sacarnos a la luz. Nominarnos. Decirnos de otras maneras.
De hecho, se nota crispado por el uso de las palabras “visible”, “visibilización” e “invisibilización” usadas por todos los feminismos.
Y no se trata de que “esté bien o mal dicho”, de que “me guste o no me guste”: se trata de reconocer que sea o no de nuestro agrado, constituye una apropiación de la lengua por parte de varios sectores de la sociedad que entienden que las causas de las mujeres son legítimas y justas, y obran en consecuencia produciendo en varias esferas un acuso de recibo. Entre ellas la discursiva.
Incapaz de ver esto, ejemplifica sosteniendo que “varias mujeres feministas lo usan” (al masculino como genérico), incurriendo en otro esencialismo barato: el que reza que todas las mujeres en lucha somos exactamente iguales. Se equivoca, Don. Nos unen las luchas y los objetivos, a veces recurrimos a diversas estrategias. Todas válidas. Somos amplias.
También expresa como dogma soporte de su postura que todos los hablantes de la lengua sabemos que el masculino incluye a varones y mujeres. Que no hay quién lo ponga en duda. Desde esta afirmación, no entiendo cómo interpreta la frase “los ingleses prefieren el té al café. Y las mujeres rubias a las morenas”, que él mismo cita en su extenso e inútil documento.
Absolutamente inútil. Porque no debatimos gramáticas ni usos de la lengua. Debatimos política. E ideología.