domingo, 2 de noviembre de 2014

Melina Romero y el mandato de la violación

“Vivimos en sociedades que enseñan a las niñas a no ser violadas
en lugar de enseñar a los varones a no ser violadores.”

Persiste una dificultad a la hora de analizar la violencia cuando supera nuestros umbrales sociales de tolerancia; ya que es allí donde se vuelve afectivamente insoportable y racionalmente incomprensible. La muerte de Melina Romero produce este efecto, lo cual parece opacar las posibilidades analíticas que nos permitirían encontrar un factor común que encamine una explicación de la violencia contra las mujeres.
Rita Segato en su libro “Las estructuras elementales de la violencia”[1] intenta encontrar un modelo que permita comprender la violencia desagregándola analíticamente hasta encontrar sus factores constitutivos. Algo fundamental si pretendemos dar una explicación holística de estos fenómenos, es entender la violencia como un mecanismo inherente a los sistemas de status, de jerarquías como el de género, y no como una desviación y/o anormalidad. Ubicar la violencia como un mecanismo de regulación de un sistema de status; como un fenómeno regular, hasta necesario. La autora afirma en sus conclusiones que  la violencia emana de dos ejes interconectados: uno horizontal formado por términos vinculados por una relación de alianza o competición y otro vertical caracterizado por vínculos de entrega y expropiación. Formar parte de un orden de pares en una sociedad de status implica como requisito ejercer la capacidad de extraer un tributo simbólico. Tributo que se exigen unos a otros para incluirse como semejantes. En casos extremos de demanda o presión de los semejantes en el orden del contrato, el otro/a en el orden vertical del status, si hablamos del patriarcado estas son las mujeres; será llevado/a a condición de víctima sacrificial. El tributo será la propia vida de la víctima. La muerte de Melina como la de cientos de mujeres por año en nuestro país nos está hablando de este límite, un sistema de dominación que no se reproduce automáticamente, que al contrario, precisa de un mecanismo de ajuste que es la violencia extrema y que busca servir a los fines del disciplinamiento de la “otra” en el eje vertical, en el orden de status. La violencia viene a mostrarnos que un sistema de dominación no se reproduce en forma pacífica, sino que las mujeres van a tender naturalmente a resistir ese orden de status reclamando ciudadanía, amenazando con entrar como semejantes en el orden de pares, más aun teniendo en cuenta que formalmente esto es asumido en términos de contrato. Los hechos de violencia física, extrema, son expresivos, es decir soportan un mensaje que busca disciplinar a todas las mujeres para que reproduzcan un lugar de subordinación donde un “no” no vale y donde el poder sobre el cuerpo, la vida y la muerte está en manos del otro.
Las violaciones como forma de violencia hacia las mujeres son un fenómeno paradigmático de la estructura de la violencia, es decir, ofrece pistas para la comprensión de la violencia en general. En particular Segato va a concentrarse en lo que llama las “violaciones cruentas”, es decir en la que los victimarios y las víctimas no se conocen, a pesar de su incidencia relativamente baja en comparación a las violaciones que se dan en ámbitos familiares. Es en las violaciones cruentas donde la violencia se presenta en estado puro, despojada de finalidades instrumentales aparentes. La autora a partir de los testimonios que recoge a través de entrevistar a las personas detenidas en prisiones de Brasilia por el delito de violación, ensaya una sistematización en la que halla tres referencias a este delito:
·                    Como castigo o venganza contra una mujer genérica que salió de su lugar, esto es, de su posición subordinada en un sistema de status. “Ese abandono de su lugar alude a mostrar signos de una socialidad y una sexualidad gobernadas de manera autónoma o bien simplemente, a encontrarse físicamente lejos de la protección de otro hombre.” Al ser el status un sistema relacional, el corrimiento de una mujer de “su” posición subordinada pone en entredicho la posición del hombre en esa estructura. En este aspecto la violación se percibe como un acto disciplinador y vengador contra una mujer genéricamente abordada. Esta tensión se agudiza con la progresiva conquista de autonomía por parte de las mujeres.
·                    Como agresión contra otro hombre cuyo poder es desafiado y su patrimonio usurpado mediante la apropiación de un cuerpo femenino.
·                    Como una demostración de fuerza ante una comunidad de pares. Esto es característico de las violaciones grupales.
Me interesa subrayar el hecho de que en ningún caso las violaciones tienen que ver con la búsqueda del placer sexual sino con la exhibición de la sexualidad como capacidad violenta.
En esta trama que expone Segato, la violación aparece contenida en una trama de racionalidad que la hace inteligible en cuanto discurso para otros, a quienes se dirige este acto violento. Estos otros que presionan están internalizados en el sujeto y surgen de una comprensión de la estructura de género.
La violación puede entenderse como una forma de restaurar el estatus masculino dañado en un desafío a los otros hombres y a la mujer que cortó los lazos de dependencia del orden del status, todos ellos genéricamente entendidos. El status masculino, tal como demuestran las investigaciones antropológicas, debe conquistarse por medio de pruebas y la superación de desafíos que muchas veces exigen incluso la muerte. Una vez conquistado este status debe preservarse, restaurarse diariamente.  Con palabras de la autora, “la violación debe comprenderse en el marco de esta diferencia y como movimiento de restauración de un status siempre a punto de perderse e instaurado, a su vez, a expensas y en desmedro de otro, femenino, de cuya subordinación se vuelve dependiente”.
La autora va a poner a discusión dos modelos interpretativos de la violación: el que entiende las violaciones como psicopatologías individuales que nunca van más allá del ofensor individual (modelo psicopatológico o médico- legal), y el modelo feminista que lo entiende como una extensión de una conducta normativa masculina. Segato va a plantear una tercera posición hablando del “mandato” de la violación como modelo de interpretación. Este mandato, planteado por la sociedad, rige en el horizonte mental del violador, por la presencia de interlocutores internalizados a quienes dirige su acto, bajo el precepto de demostrar la virilidad mediante la exacción de un tributo femenino.
Para terminar esta síntesis teórica del pensamiento de Rita Segato me gustaría resaltar su disquisición acerca de las múltiples inflexiones de otros órdenes de status (étnicos, nacionales, de clase) que van a dar la tónica particular a cada relación y aunque ella lo utiliza para pensar la no paridad aún dentro del género masculino, creo que puede servirnos también para pensar la no paridad de las víctimas de violencia en el caso que vamos a analizar a continuación.
¿En qué medida podemos utilizar este modelo interpretativo para analizar la reciente violación múltiple y femicidio de Melina Romero?
En primer lugar me parece interesante destacar cómo se articula la cadena de violencia, una misma violencia que adquiere distintas expresiones, desde la física, sexual, hasta la mediática que justifica y reproduce las anteriores dentro de un sistema sostenido en una violencia simbólica contra las mujeres que es el telón de fondo de esta escena.
Retomo a Segato para pensar esta violación y femicidio no como una patología individual, ni como una reacción al consumo de drogas como muchas veces se afirma, ni como un caso de violencia desmedida producto de mentes enfermas.
Dentro de las categorías que nos propone Segato podemos pensarlo como “castigo o venganza contra una mujer genérica que salió de su lugar, esto es, de su posición subordinada en un sistema de status”. Este salirse de su lugar tiene que ver muchas veces, y en este caso en particular con mostrar una sexualidad autónoma. El decir “no” como hizo Melina está cuestionando la capacidad de los varones involucrados en la violación de ejercer control sobre ella y esto se les presenta como una amenaza, la violación como mandato que reafirma su posición de poder. También este hecho de violación grupal puede estar hablando, siguiendo a Segato, de una demostración de fuerza ante una comunidad de pares.
Este disciplinamiento hacia una “mujer genérica” va a verse reforzado por los medios hegemónicos de comunicación. Mientras aún estaban buscando el cuerpo de Melina que para ese entonces estaba desaparecida, el diario Clarín publicó una nota titulada “Una fanática de los boliches, que abandonó la secundaria”[2] donde hacía referencia a una serie de características de la joven que tendían a juzgarla por no cumplir con los mandatos de género que se esperan de una joven en esta sociedad. “Nunca trabajó”, “más de una vez se peleó en la casa y desapareció varios días”; “se levantaba todos los días al mediodía”; “iba a la plaza y se quedaba con amigos hasta la madrugada”; “se hizo cuatro piercings”; “le gustan las redes sociales, y tiene cinco perfiles de Facebook”; “nunca dice en qué anda”; “tiene amigos mayores”. Durante los días que demoró la búsqueda, el abordaje mediático se abocó a la conducta moral y la vida privada de la víctima dejando entrever que de alguna manera se merecía lo que le pasó. La estructura desigual de género se trasluce en estas frases: no se indaga en la conducta privada de un varón asesinado. Los medios de comunicación refuerzan el mensaje de disciplinamiento hacia el conjunto de las mujeres: si salís, te juntás con tus amigos en la plaza, tenés piercing, etc, te puede pasar lo que le pasó a Melina. En ningún momento la nota se aboca a cuestionar la violencia a que estamos sometidas como realidad o como amenaza todas las mujeres más allá de nuestras elecciones de vida.
Inflexiones de género se suman a inflexiones de clase para construir una “mala víctima” como describe Ileana Arduino a Melina Romero en el ensayo de su autoría publicado en la Revista Anfibia.[3] La diferencia discursiva con que presentan los femicidios y/o las violaciones de adolescentes de clase media respecto a adolescentes de clases populares nos está hablando de un sistema de status donde la vida de una joven perteneciente a las clases medias vale más que la de una joven de las clases populares. La frase con la que comienza la nota de Clarín antes mencionada es: “la vida de Melina no tiene rumbo”. Se diferencia notablemente de los significantes con que calificaban al femicidio de Angeles Rawson en Palermo: “vida arrebatada” y cómo se la presentaba, joven inocente, que volvía de educación física y tenía un futuro próspero.
Entender la violencia como mecanismo de reproducción y restauración del poder necesario en un sistema desigual implica comprender que el único modo posible de erradicar la violencia basada en el género es deconstruir estos estereotipos y mandatos que rigen nuestras vidas y nuestras representaciones, ensayando un cambio cultural que permita remover las bases de la dominación masculina. 
Magalí Batiz 




[1] Segato, Rita Laura, Las estructuras elementales de la violencia. Ensayo sobres género entre la antropología, el psicoanálisis y los derechos humanos, Ed. Prometeo 3010, Universidad Nacional de Quilmes, 2003.
[2] Clarin.com. Policiales, 13/09/14 http://www.clarin.com/policiales/fanatica-boliches-abandono-secundaria_0_1211279038.html
[3] Revista Anfibia, Universidad Nacional de San Martín, http://revistaanfibia.com/ensayo/la-mala-victima/ 

viernes, 19 de septiembre de 2014

A veces pienso, que ya no me hacés efecto...


Políticas de género

Huelga decir que la irrupción de la categoría analítica de “género” en las ciencias nos permitió a las mujeres en movimientos crecer en la conceptualización de nuestra opresión y en la formulación de demandas.

Hecha la aclaración, pienso…

Rápidamente – cosa extraña al tratarse de luchas de mujeres – el término gustó, amplió sus sentidos, se tradujo en la creación de lugares de empleo público y privado, dio trabajo a miles de expertas y expertos en el mejor de los casos. A mujeres por el solo hecho de serlo en otros, merced a los esencialismos biológico, sicológico y sociológico que llevan a considerar que una persona que nace con genitales femeninos “naturalmente” nace capacitada para desarrollar o proponer políticas de género.

Esta realidad se traduce en diferentes situaciones: desconocimiento de la complejidad y profundidad de los temas a abordar, absoluta falta de conciencia de la opresión, excesos de buena voluntad que generalmente conducen a la victimización del colectivo, aceptación del encuadre estructural propuesto por el patriarcado, creación de “ghettos identitarios”, inocencia en considerar que aquellas cuestiones de índole cultural son más fáciles de transformar que las de naturaleza biológica.

Paralelamente, en el ámbito académico se sigue produciendo conocimiento que podría sumar. Pero el círculo se ha cerrado sobre aquellas y aquellos dispuestos a emparchar los síntomas que produce el patriarcado sin atreverse a interpelarlo.

Veo las campañas contra la trata de mujeres, las leyes de identidad de género y fertilización asistida, la renuencia a otorgarnos la libertad para decidir sobre nuestros cuerpos, los diversos programas de “asistencia” a las “víctimas de violencia”, observatorios que prescriben cómo hay que decir las cosas para que sean “políticamente correctas”, talleres destinados a iluminarnos a las mujeres contándonos qué cosas podemos registrar antes de la primera trompada, como si no supiéramos…

Todas políticas públicas apoyadas en instituciones patriarcales. Y, de la misma manera que sabemos fehacientemente, por ejemplo,  que dentro del capitalismo necesariamente habrá desempleo; sabemos que sin interpelar el orden patriarcal no habrá política de género que surta efecto.

Y el movimiento de mujeres pagando los costos de tener muchos, muchísimos cuadros militantes insertos trabajando en estas políticas públicas, obligadas a callar y consentir para, al menos, lograr “algo”. Porque en los últimos años, merced a la agencia, se lograron muchas reivindicaciones históricas del colectivo. La pregunta que me hago es cómo seguimos para que no logren “descremar” los debates que están instalados, los que vienen, y los que nos pasaron desapercibidos y hoy son política pública.

El patriarcado nos aplica a todas su taxonomía de buena/mala mujer, poniendo en cada extremo a la madre y a la puta respectivamente. Refuerza cada tanto esta clasificación publicitando el caso de “una mala madre” – como la “mamá de Candela” por ejemplo – o de una “puta buena”.

Las políticas de género parten de esa base, trazando programas para la maternidad y para la putez. Con un rasgo en común: las voces de las mujeres silenciadas. Las mujeres somos “destinatarias” de ciertas decisiones de una elite iluminada generalmente por la única cualidad de ser mujer. Por sexo o por género.

Mientras todo esto ha sucedido desconcertándonos a muchas, salió como por un tubo el tema de la fertilización asistida, y nos agarró desprevenidas para ponernos a considerar hasta qué punto podrá impactar en nuestras vidas de mujeres. Todas las instituciones patriarcales apoyando me llevan a creer que se trata de una nueva trampa para nuestro sexo.

En toda lucha política hay momentos para la agencia, y otros para la autonomía. La complejidad que los temas han adquirido hoy creo que nos obligan a volver a las fuentes: debatir entre nosotras y recuperar banderas.