jueves, 31 de mayo de 2012

Pedagogías del poder patriarcal


Hace un tiempo que trato de abstenerme de emitir opinión acerca de la denuncia por abuso sexual que radicó una modelo contra un conocido médico platense.
Me he limitado en este tiempo a escuchar argumentos acerca del modo de vestir de la mujer en cuestión, acerca de lo ético o no de registrar “hechos” mediante cámara oculta, de lo justo o no que resulta que un médico mayor esté expuesto.
Todos los argumentos me suenan repudiables, pareciera que si una mujer es modelo está ahí para que se la toquetee, del mismo modo que está extrañamente de acuerdo nuestra sociedad en que hay vestimentas que habilitan a un varón – incapaz de controlarse – a proceder a violar a la mujer que las luce. Sí, un disparate…
Con respecto a la denuncia mediante cámara oculta, la sociedad se deleita cuando alguien perteneciente a la esfera política es presuntamente pescado in fraganti merced a su utilización. Pero repudian la metodología cuando se usa como elemento de prueba contra un Doctor. Como los políticos son malos y corruptos, los médicos buenos y sensatos. Sí, otro disparate…
Y a lo de estar expuesto, no se ve claramente por qué deberían no estarlo, que clase de prebendas se cree que poseen. Una maestra, un chofer de micro, un verdulero, un asesor de seguros también lo están. Y no hay corporaciones detrás para decir que esa exposición constituye una ignominia. Por el contrario, cuando suceden hechos de este calibre en el ámbito educativo, el personal involucrado queda automáticamente separado de su cargo en forma preventiva y se le instruye un sumario. En esos casos, la actitud de la docencia es cauta y respetuosa.
Pero hoy decidí romper el silencio al respecto. Aclaro desde el vamos que no voy a referirme al caso en sí porque no me gusta hablar de lo que no sé.
De lo que sí conozco algo, es de los disciplinamientos a los que nos tienen habituadas a las mujeres. Y de los dobles discursos.
Tenemos leyes que nos invitan a denunciar los casos de abuso. Casos que están descriptos con claridad en las leyes mismas, profundizados en sus decretos reglamentarios.
También tenemos campañas de difusión de los derechos consagrados por leyes.
Toda una sociedad aparentemente de acuerdo en que se trata de algo repudiable que nos enferma a las mujeres, que también somos estigmatizadas si decidimos guardar silencio y no hacer pública nuestra situación.
Ahora me gustaría que – con una mano en el corazón – me dijeran a qué conclusión podemos llegar las mujeres al desayunarnos hoy con la noticia de que esta joven fue detenida acusada de extorsión, hecho que podría merecer una condena de hasta 10 años de prisión.
A mí se me ocurren un par de conclusiones.
Si sos bella, no denuncies: sos sospechosa de provocación.
Si sos laburante y a quién denunciás está por encima de ti en la escala jerárquica patriarcal, quedate en el molde: llevás las de perder.
La palabra de una mujer no vale nada. Lamentablemente tampoco para la mayoría de las demás mujeres.
La corpo abogadil-justiciera tiene códigos  fraternales con otras corpos misóginas, como la médica. Si acudís a la justicia, hermana, a mal puerto vas por leña.
Si eres pobre, o mujer no te creerán. Imaginate mujer pobre…
Supongo que muchas de mis congéneres estarán hoy concluyendo cosas parecidas, independientemente del caso en cuestión.
A veces, el proceder de las instituciones resulta verdaderamente aleccionador. Constituye una verdadera Pedagogía para las Oprimidas.

martes, 22 de mayo de 2012

Todos con la Campaña



Domingo 27-5 14 Hs. Plaza Moreno. La Plata

Miles de voces se unen a la de la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito.
Lo vemos cuando salimos a la calle a acompañar, y tímidamente pedimos, por ejemplo, a las personas que pasan que participen con su firma.
Cada vez que las compañeras de la Campaña (y sí, en este caso a mancarse el femenino como genérico) invitan a ser parte de alguna actividad, vuelvo a casa conmovida.
Por las intervenciones, por mis compañeras…
Una vez – el año pasado – por una abuela que pasaba por la esquina donde estábamos con su nieta de 10 años, y se detuvo para que ella escuchara por qué la legalización del aborto era tan trascendente para todas nosotras.
El amor y el compromiso en su estado más puro y más desinteresado se ven en esas ocasiones.
En las que nos juntamos todas las mujeres organizadas y desorganizadas: las que tenemos militancia también en algún partido u organización social y las que no. Nos queremos. Nos respetamos. Y eso asusta.
Dice Liliana Felipe “Nos tienen miedo porque no tenemos miedo”.
No tenemos miedo de lo que genera hacia adentro de nuestras organizaciones que nos juntemos “con las otras”. Para nosotras, no existe un “las otras”.
Menudo ejemplo, inconveniente, de cómo se avanza si – en los temas en que estamos de acuerdo – unificamos la lucha.
Y nuestra lucha en tanto mujeres consiste en recuperar la soberanía de nuestros cuerpos.
Hacerlos dejar ese lugar de territorio de disputa de poderes, de saberes, de mandatos.
Lograr ese espacio íntimo de decisión mediante una lucha colectiva. Para que cada mujer pueda – en igualdad de condiciones – decidir cómo y cuándo reproducirse.
Queremos que ninguna mujer viva su potencial reproductivo como una condena.
Que ninguna vea la posibilidad de quedar embarazada como un eslabón más en la cadena de violencias que nos cruzan.
No tener que recurrir a denuncias, a pedir autorizaciones, a que se pueda poner en duda nuestra palabra.
Queremos que se nos escuche, que nadie se atreva a gritarnos asesinas, que no se les ocurra decir que es un tema complejo y delicado.
Muchos temas son más complejos, más delicados, y - sin embargo – las decisiones no se demoran tanto.
Muchos problemas sociales involucran asumir posturas que podrían parecerse a las que se argumentan en torno al aborto: la Ley de Muerte Digna, sin ir más lejos.
Pero no causan tanto revuelo, ni tanto rechazo irreflexivo.
Exigimos para nosotras el mismo respeto en la toma de decisiones.
Sólo eso.
Y si eso cuesta tanto, sería momento de que nos digan – en voz alta y con sinceridad – del modo en que nosotras hacemos nuestros reclamos, qué es lo que pierden en realidad si pierden el control de nuestros cuerpos.