Hace un tiempo que trato de
abstenerme de emitir opinión acerca de la denuncia por abuso sexual que radicó
una modelo contra un conocido médico platense.
Me he limitado en este tiempo a
escuchar argumentos acerca del modo de vestir de la mujer en cuestión, acerca
de lo ético o no de registrar “hechos” mediante cámara oculta, de lo justo o no
que resulta que un médico mayor esté expuesto.
Todos los argumentos me suenan
repudiables, pareciera que si una mujer es modelo está ahí para que se la
toquetee, del mismo modo que está extrañamente de acuerdo nuestra sociedad en
que hay vestimentas que habilitan a un varón – incapaz de controlarse – a
proceder a violar a la mujer que las luce. Sí, un disparate…
Con respecto a la denuncia
mediante cámara oculta, la sociedad se deleita cuando alguien perteneciente a
la esfera política es presuntamente pescado in fraganti merced a su
utilización. Pero repudian la metodología cuando se usa como elemento de prueba
contra un Doctor. Como los políticos son malos y corruptos, los médicos buenos
y sensatos. Sí, otro disparate…
Y a lo de estar expuesto, no se
ve claramente por qué deberían no estarlo, que clase de prebendas se cree que
poseen. Una maestra, un chofer de micro, un verdulero, un asesor de seguros
también lo están. Y no hay corporaciones detrás para decir que esa exposición
constituye una ignominia. Por el contrario, cuando suceden hechos de este
calibre en el ámbito educativo, el personal involucrado queda automáticamente
separado de su cargo en forma preventiva y se le instruye un sumario. En esos
casos, la actitud de la docencia es cauta y respetuosa.
Pero hoy decidí romper el
silencio al respecto. Aclaro desde el vamos que no voy a referirme al caso en
sí porque no me gusta hablar de lo que no sé.
De lo que sí conozco algo, es de
los disciplinamientos a los que nos tienen habituadas a las mujeres. Y de los
dobles discursos.
Tenemos leyes que nos invitan a
denunciar los casos de abuso. Casos que están descriptos con claridad en las
leyes mismas, profundizados en sus decretos reglamentarios.
También tenemos campañas de
difusión de los derechos consagrados por leyes.
Toda una sociedad aparentemente
de acuerdo en que se trata de algo repudiable que nos enferma a las mujeres,
que también somos estigmatizadas si decidimos guardar silencio y no hacer
pública nuestra situación.
Ahora me gustaría que – con una
mano en el corazón – me dijeran a qué conclusión podemos llegar las mujeres al
desayunarnos hoy con la noticia de que esta joven fue detenida acusada de
extorsión, hecho que podría merecer una condena de hasta 10 años de prisión.
A mí se me ocurren un par de
conclusiones.
Si sos bella, no denuncies: sos
sospechosa de provocación.
Si sos laburante y a quién
denunciás está por encima de ti en la escala jerárquica patriarcal, quedate en
el molde: llevás las de perder.
La palabra de una mujer no vale
nada. Lamentablemente tampoco para la mayoría de las demás mujeres.
La corpo abogadil-justiciera
tiene códigos fraternales con otras
corpos misóginas, como la médica. Si acudís a la justicia, hermana, a mal
puerto vas por leña.
Si eres pobre, o mujer no te
creerán. Imaginate mujer pobre…
Supongo que muchas de mis
congéneres estarán hoy concluyendo cosas parecidas, independientemente del caso
en cuestión.
A veces, el proceder de las
instituciones resulta verdaderamente aleccionador. Constituye una verdadera
Pedagogía para las Oprimidas.
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