miércoles, 6 de junio de 2012

¿Qué pretende Usted de mí?


Decía la Coca Sarli. Muchas la admirábamos, tal vez interpretáramos su frase como una osadía.
Y sí, no era nada habitual que una mujer tomara la decisión de dar el primer paso en la seducción.
Ahora, más grande, su famosa frase me resulta estremecedora. Prueba cabal de lo que somos capaces de hacer las mujeres con tal de agradar: saber qué se pretende de nosotras y obrar en consecuencia, y sin mediación de nuestro deseo personal.
Y, de nosotras, mucho se ha pretendido a lo largo de la historia.
Se pretende que callemos, que no opinemos, que cuidemos, que acompañemos, que complementemos, que acatemos.
Que obedezcamos, que luzcamos, que empalicemos, que defendamos lo que no nos toca ni de cerca.
Que nos depilemos, que amamantemos, que adelgacemos, que no envejezcamos, que recitemos, que posterguemos.
Que resignemos, que consultemos, que prioricemos, que recalculemos.
Que contemporicemos o que gritemos quemando naves: lo que mejor les venga.
Que encendamos el fuego y – cuando la mecha está por alcanzar el barril de pólvora – que la apaguemos. Con la boca si hace falta.
Que nos inmolemos, nos sacrifiquemos, nos crucifiquemos, nos enfurezcamos. Y al final que nos calmemos.
Que nos empoderemos, que denunciemos, que nos des-sometamos, que nos liberemos,  nos desliguemos, deslindemos, crezcamos.
Que nos incorporemos, que no nos representemos – hay cosas superiores que representar  nos dicen.
Que incluyamos, que excluyamos, que perdonemos, que consintamos, que desistamos: que persistamos en desistir.
Que discutamos, que consensuemos, que renunciemos.
Eso sí: siempre merced a algo superior, una especie de tierra prometida en el Más Allá.
Que yo quiero, para mí, para la adorable Coca, y para todas mis compañeras, que quede Más Acá.


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