viernes, 8 de junio de 2012

Comparto la reflexión de una grossa, cuyo nombre ignoro: "la composición social de los cacerolazos es la de esa gente a la que le molesta la palabra `Presidenta´, pero no le hace ruido la palabra `Sirvienta´".

Vehículos de transmisión


Las concepciones estatales sobre las mujeres en situación de prostitución.

El Ministerio de Salud bonaerense lanzó una campaña de vacunación con la que busca frenar el contagio de Hepatitis B, una de las enfermedades caracterizada como de “trasmisión sexual”.

Esta campaña de vacunación que comenzó la semana pasada en nuestra ciudad fue dirigida a un grupo de mujeres, las putas, que ellos llaman meretrices, en pos de suavizarlas. La justificación de esta decisión de vacunar a las putas de parte de Director Provincial de Atención Primaria de la Salud fue que se había elegido a las “trabajadoras sexuales” porque “su actividad las ubica en un grupo de alto riesgo de contraer enfermedades de transmisión sexual, como el caso de la hepatitis B”. Para concretar esta campaña y reclutar putas se recurrió a las ONG que, según el funcionario, las nuclean. El sindicato de Mujeres Meretrices de Argentina (Ammar) se presta funcionalmente a cumplir este reclutamiento. Cual ratones de laboratorio las putas son siempre el blanco de experimentos, de campañas de prevención de la salud sexual, como fueron el blanco de las campañas que introdujeron los capitales transnacionales contra el VIH, para lo cual les exigieron autodenominarse “trabajadoras sexuales”, ahora son la población “de riesgo” elegida por el Ministerio de Salud con el mismo objetivo. Desde esta perspectiva que se encarna en políticas públicas, las putas son responsables  del cuidado de la salud de la población. Son responsables, en última instancia, de la transmisión de enfermedades.
Las putas que no gozan de ningún tipo de derecho, que no tienen ni un trabajo, ni una vivienda, ni acceso digno a la salud, ni a la educación y están sometidas a todo tipo de violencias, son sometidas además, en función de una política de prevención de una enfermedad, a una vacunación masiva. No tienen derechos pero si obligaciones: cuidar la salud de los clientes. La nota periodística que refleja este hecho aclara que aprovechando esta campaña van a hacerle a cada trabajadora sexual una encuesta para terminar entregándole una libreta sanitaria donde se demuestre que la vacunación fue completada en sus tres dosis. Además aclara que el programa tiene otros beneficios: “incluye a otros grupos de riesgo, como travestis y transexuales, que también se dedican al trabajo sexual”. Si este es el criterio: ¿por qué no definen directamente a los clientes prostituyentes como grupo de riesgo? Así se evitaría estigmatizar a estos grupos que ya de por sí viven en una situación de vulnerabilidad. La prostitución no sólo expone a las personas prostituídas a ETS sino también al hambre y la violencia: realidades inseparables de la prostitución, para las cuales no hay políticas públicas efectivas.
Según el funcionario antes mencionado, promover la aplicación de la vacuna en la población de las trabajadoras sexuales es también “un vehículo de protección a toda la sociedad.” Queda claro qué concepción sobre las mujeres en situación de prostitución subyace en estas políticas: las putas como trasmisoras de enfermedades hacia toda la sociedad.
Cierro con una pregunta: si el objetivo de esta campaña es prevenir las ETS y las putas son una población de riesgo: ¿por qué no definen vacunar a los clientes para que no contagien a las putas, a sus esposas y a sus amantes?
Magali Batiz 

miércoles, 6 de junio de 2012

¿Qué pretende Usted de mí?


Decía la Coca Sarli. Muchas la admirábamos, tal vez interpretáramos su frase como una osadía.
Y sí, no era nada habitual que una mujer tomara la decisión de dar el primer paso en la seducción.
Ahora, más grande, su famosa frase me resulta estremecedora. Prueba cabal de lo que somos capaces de hacer las mujeres con tal de agradar: saber qué se pretende de nosotras y obrar en consecuencia, y sin mediación de nuestro deseo personal.
Y, de nosotras, mucho se ha pretendido a lo largo de la historia.
Se pretende que callemos, que no opinemos, que cuidemos, que acompañemos, que complementemos, que acatemos.
Que obedezcamos, que luzcamos, que empalicemos, que defendamos lo que no nos toca ni de cerca.
Que nos depilemos, que amamantemos, que adelgacemos, que no envejezcamos, que recitemos, que posterguemos.
Que resignemos, que consultemos, que prioricemos, que recalculemos.
Que contemporicemos o que gritemos quemando naves: lo que mejor les venga.
Que encendamos el fuego y – cuando la mecha está por alcanzar el barril de pólvora – que la apaguemos. Con la boca si hace falta.
Que nos inmolemos, nos sacrifiquemos, nos crucifiquemos, nos enfurezcamos. Y al final que nos calmemos.
Que nos empoderemos, que denunciemos, que nos des-sometamos, que nos liberemos,  nos desliguemos, deslindemos, crezcamos.
Que nos incorporemos, que no nos representemos – hay cosas superiores que representar  nos dicen.
Que incluyamos, que excluyamos, que perdonemos, que consintamos, que desistamos: que persistamos en desistir.
Que discutamos, que consensuemos, que renunciemos.
Eso sí: siempre merced a algo superior, una especie de tierra prometida en el Más Allá.
Que yo quiero, para mí, para la adorable Coca, y para todas mis compañeras, que quede Más Acá.