viernes, 19 de septiembre de 2014

A veces pienso, que ya no me hacés efecto...


Políticas de género

Huelga decir que la irrupción de la categoría analítica de “género” en las ciencias nos permitió a las mujeres en movimientos crecer en la conceptualización de nuestra opresión y en la formulación de demandas.

Hecha la aclaración, pienso…

Rápidamente – cosa extraña al tratarse de luchas de mujeres – el término gustó, amplió sus sentidos, se tradujo en la creación de lugares de empleo público y privado, dio trabajo a miles de expertas y expertos en el mejor de los casos. A mujeres por el solo hecho de serlo en otros, merced a los esencialismos biológico, sicológico y sociológico que llevan a considerar que una persona que nace con genitales femeninos “naturalmente” nace capacitada para desarrollar o proponer políticas de género.

Esta realidad se traduce en diferentes situaciones: desconocimiento de la complejidad y profundidad de los temas a abordar, absoluta falta de conciencia de la opresión, excesos de buena voluntad que generalmente conducen a la victimización del colectivo, aceptación del encuadre estructural propuesto por el patriarcado, creación de “ghettos identitarios”, inocencia en considerar que aquellas cuestiones de índole cultural son más fáciles de transformar que las de naturaleza biológica.

Paralelamente, en el ámbito académico se sigue produciendo conocimiento que podría sumar. Pero el círculo se ha cerrado sobre aquellas y aquellos dispuestos a emparchar los síntomas que produce el patriarcado sin atreverse a interpelarlo.

Veo las campañas contra la trata de mujeres, las leyes de identidad de género y fertilización asistida, la renuencia a otorgarnos la libertad para decidir sobre nuestros cuerpos, los diversos programas de “asistencia” a las “víctimas de violencia”, observatorios que prescriben cómo hay que decir las cosas para que sean “políticamente correctas”, talleres destinados a iluminarnos a las mujeres contándonos qué cosas podemos registrar antes de la primera trompada, como si no supiéramos…

Todas políticas públicas apoyadas en instituciones patriarcales. Y, de la misma manera que sabemos fehacientemente, por ejemplo,  que dentro del capitalismo necesariamente habrá desempleo; sabemos que sin interpelar el orden patriarcal no habrá política de género que surta efecto.

Y el movimiento de mujeres pagando los costos de tener muchos, muchísimos cuadros militantes insertos trabajando en estas políticas públicas, obligadas a callar y consentir para, al menos, lograr “algo”. Porque en los últimos años, merced a la agencia, se lograron muchas reivindicaciones históricas del colectivo. La pregunta que me hago es cómo seguimos para que no logren “descremar” los debates que están instalados, los que vienen, y los que nos pasaron desapercibidos y hoy son política pública.

El patriarcado nos aplica a todas su taxonomía de buena/mala mujer, poniendo en cada extremo a la madre y a la puta respectivamente. Refuerza cada tanto esta clasificación publicitando el caso de “una mala madre” – como la “mamá de Candela” por ejemplo – o de una “puta buena”.

Las políticas de género parten de esa base, trazando programas para la maternidad y para la putez. Con un rasgo en común: las voces de las mujeres silenciadas. Las mujeres somos “destinatarias” de ciertas decisiones de una elite iluminada generalmente por la única cualidad de ser mujer. Por sexo o por género.

Mientras todo esto ha sucedido desconcertándonos a muchas, salió como por un tubo el tema de la fertilización asistida, y nos agarró desprevenidas para ponernos a considerar hasta qué punto podrá impactar en nuestras vidas de mujeres. Todas las instituciones patriarcales apoyando me llevan a creer que se trata de una nueva trampa para nuestro sexo.

En toda lucha política hay momentos para la agencia, y otros para la autonomía. La complejidad que los temas han adquirido hoy creo que nos obligan a volver a las fuentes: debatir entre nosotras y recuperar banderas.