Políticas de género
Huelga decir que la irrupción de
la categoría analítica de “género” en las ciencias nos permitió a las mujeres
en movimientos crecer en la conceptualización de nuestra opresión y en la formulación
de demandas.
Hecha la aclaración, pienso…
Rápidamente – cosa extraña al
tratarse de luchas de mujeres – el término gustó, amplió sus sentidos, se
tradujo en la creación de lugares de empleo público y privado, dio trabajo a
miles de expertas y expertos en el mejor de los casos. A mujeres por el solo
hecho de serlo en otros, merced a los esencialismos biológico, sicológico y
sociológico que llevan a considerar que una persona que nace con genitales
femeninos “naturalmente” nace capacitada para desarrollar o proponer políticas
de género.
Esta realidad se traduce en
diferentes situaciones: desconocimiento de la complejidad y profundidad de los
temas a abordar, absoluta falta de conciencia de la opresión, excesos de buena
voluntad que generalmente conducen a la victimización del colectivo, aceptación
del encuadre estructural propuesto por el patriarcado, creación de “ghettos
identitarios”, inocencia en considerar que aquellas cuestiones de índole
cultural son más fáciles de transformar que las de naturaleza biológica.
Paralelamente, en el ámbito
académico se sigue produciendo conocimiento que podría sumar. Pero el círculo
se ha cerrado sobre aquellas y aquellos dispuestos a emparchar los síntomas que
produce el patriarcado sin atreverse a interpelarlo.
Veo las campañas contra la trata
de mujeres, las leyes de identidad de género y fertilización asistida, la
renuencia a otorgarnos la libertad para decidir sobre nuestros cuerpos, los
diversos programas de “asistencia” a las “víctimas de violencia”, observatorios
que prescriben cómo hay que decir las cosas para que sean “políticamente
correctas”, talleres destinados a iluminarnos a las mujeres contándonos qué
cosas podemos registrar antes de la primera trompada, como si no supiéramos…
Todas políticas públicas apoyadas
en instituciones patriarcales. Y, de la misma manera que sabemos
fehacientemente, por ejemplo, que dentro
del capitalismo necesariamente habrá desempleo; sabemos que sin interpelar el
orden patriarcal no habrá política de género que surta efecto.
Y el movimiento de mujeres
pagando los costos de tener muchos, muchísimos cuadros militantes insertos
trabajando en estas políticas públicas, obligadas a callar y consentir para, al
menos, lograr “algo”. Porque en los últimos años, merced a la agencia, se
lograron muchas reivindicaciones históricas del colectivo. La pregunta que me
hago es cómo seguimos para que no logren “descremar” los debates que están
instalados, los que vienen, y los que nos pasaron desapercibidos y hoy son
política pública.
El patriarcado nos aplica a todas
su taxonomía de buena/mala mujer, poniendo en cada extremo a la madre y a la
puta respectivamente. Refuerza cada tanto esta clasificación publicitando el
caso de “una mala madre” – como la “mamá de Candela” por ejemplo – o de una
“puta buena”.
Las políticas de género parten de
esa base, trazando programas para la maternidad y para la putez. Con un rasgo
en común: las voces de las mujeres silenciadas. Las mujeres somos
“destinatarias” de ciertas decisiones de una elite iluminada generalmente por
la única cualidad de ser mujer. Por sexo o por género.
Mientras todo esto ha sucedido
desconcertándonos a muchas, salió como por un tubo el tema de la fertilización
asistida, y nos agarró desprevenidas para ponernos a considerar hasta qué punto
podrá impactar en nuestras vidas de mujeres. Todas las instituciones
patriarcales apoyando me llevan a creer que se trata de una nueva trampa para
nuestro sexo.
En toda lucha política hay
momentos para la agencia, y otros para la autonomía. La complejidad que los
temas han adquirido hoy creo que nos obligan a volver a las fuentes: debatir
entre nosotras y recuperar banderas.
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