“Vivimos en
sociedades que enseñan a las niñas a no ser violadas
en lugar de
enseñar a los varones a no ser violadores.”
Persiste una
dificultad a la hora de analizar la violencia cuando supera nuestros umbrales
sociales de tolerancia; ya que es allí donde se vuelve afectivamente
insoportable y racionalmente incomprensible. La muerte de Melina Romero produce
este efecto, lo cual parece opacar las posibilidades analíticas que nos
permitirían encontrar un factor común que encamine una explicación de la
violencia contra las mujeres.
Rita Segato en
su libro “Las estructuras elementales de la violencia”[1] intenta encontrar
un modelo que permita comprender la violencia desagregándola analíticamente
hasta encontrar sus factores constitutivos. Algo fundamental si pretendemos dar
una explicación holística de estos fenómenos, es entender la violencia como un mecanismo inherente a los sistemas de
status, de jerarquías como el de género, y no como una desviación y/o
anormalidad. Ubicar la violencia como un mecanismo de regulación de un sistema
de status; como un fenómeno regular, hasta necesario. La autora afirma en sus
conclusiones que la violencia emana de
dos ejes interconectados: uno horizontal formado por términos vinculados por
una relación de alianza o competición y otro vertical caracterizado por
vínculos de entrega y expropiación. Formar parte de un orden de pares en una
sociedad de status implica como requisito ejercer la capacidad de extraer un
tributo simbólico. Tributo que se exigen unos a otros para incluirse como
semejantes. En casos extremos de demanda o presión de los semejantes en el
orden del contrato, el otro/a en el orden vertical del status, si hablamos del
patriarcado estas son las mujeres; será llevado/a a condición de víctima
sacrificial. El tributo será la propia vida de la víctima. La muerte de Melina
como la de cientos de mujeres por año en nuestro país nos está hablando de este
límite, un sistema de dominación que no se reproduce automáticamente, que al
contrario, precisa de un mecanismo de ajuste que es la violencia extrema y que
busca servir a los fines del disciplinamiento de la “otra” en el eje vertical,
en el orden de status. La violencia viene a mostrarnos
que un sistema de dominación no se reproduce en forma pacífica, sino que las
mujeres van a tender naturalmente a resistir ese orden de status reclamando
ciudadanía, amenazando con entrar como semejantes en el orden de pares, más aun
teniendo en cuenta que formalmente esto es asumido en términos de contrato. Los
hechos de violencia física, extrema, son expresivos, es decir soportan un
mensaje que busca disciplinar a todas las mujeres para que reproduzcan un lugar
de subordinación donde un “no” no vale y donde el poder sobre el cuerpo, la
vida y la muerte está en manos del otro.
Las
violaciones como forma de violencia hacia las mujeres son un fenómeno
paradigmático de la estructura de la violencia, es decir, ofrece pistas para la
comprensión de la violencia en general. En particular Segato va a concentrarse
en lo que llama las “violaciones cruentas”, es decir en la que los victimarios
y las víctimas no se conocen, a pesar de su incidencia relativamente baja en
comparación a las violaciones que se dan en ámbitos familiares. Es en las
violaciones cruentas donde la violencia se presenta en estado puro, despojada
de finalidades instrumentales aparentes. La autora a partir de los testimonios
que recoge a través de entrevistar a las personas detenidas en prisiones de
Brasilia por el delito de violación, ensaya una sistematización en la que halla
tres referencias a este delito:
·
Como castigo o venganza
contra una mujer genérica que salió de su lugar, esto es, de su posición subordinada
en un sistema de status. “Ese abandono de
su lugar alude a mostrar signos de una socialidad y una sexualidad gobernadas
de manera autónoma o bien simplemente, a encontrarse físicamente lejos de la
protección de otro hombre.” Al ser el status un sistema relacional, el
corrimiento de una mujer de “su” posición subordinada pone en entredicho la
posición del hombre en esa estructura. En este aspecto la violación se percibe
como un acto disciplinador y vengador contra una mujer genéricamente abordada.
Esta tensión se agudiza con la progresiva conquista de autonomía por parte de
las mujeres.
·
Como agresión contra otro
hombre
cuyo poder es desafiado y su patrimonio usurpado mediante la apropiación de un
cuerpo femenino.
·
Como una demostración de
fuerza ante una comunidad de pares. Esto es característico de las violaciones grupales.
Me interesa
subrayar el hecho de que en ningún caso las violaciones tienen que ver con la
búsqueda del placer sexual sino con la exhibición
de la sexualidad como capacidad violenta.
En esta trama
que expone Segato, la violación aparece contenida en una trama de racionalidad
que la hace inteligible en cuanto discurso para otros, a quienes se dirige este
acto violento. Estos otros que presionan están internalizados en el sujeto y
surgen de una comprensión de la estructura de género.
La violación
puede entenderse como una forma de restaurar
el estatus masculino dañado en un desafío a los otros hombres y a la mujer
que cortó los lazos de dependencia del orden del status, todos ellos
genéricamente entendidos. El status masculino, tal como demuestran las
investigaciones antropológicas, debe conquistarse por medio de pruebas y la
superación de desafíos que muchas veces exigen incluso la muerte. Una vez
conquistado este status debe preservarse, restaurarse diariamente. Con palabras de la autora, “la violación debe comprenderse en el marco
de esta diferencia y como movimiento de restauración de un status siempre a
punto de perderse e instaurado, a su vez, a expensas y en desmedro de otro,
femenino, de cuya subordinación se vuelve dependiente”.
La autora va a
poner a discusión dos modelos interpretativos de la violación: el que entiende
las violaciones como psicopatologías individuales que nunca van más allá del
ofensor individual (modelo psicopatológico o médico- legal), y el modelo
feminista que lo entiende como una extensión de una conducta normativa
masculina. Segato va a plantear una tercera posición hablando del “mandato” de la violación como modelo
de interpretación. Este mandato, planteado por la sociedad, rige en el
horizonte mental del violador, por la presencia de interlocutores
internalizados a quienes dirige su acto, bajo el precepto de demostrar la
virilidad mediante la exacción de un tributo femenino.
Para terminar
esta síntesis teórica del pensamiento de Rita Segato me gustaría resaltar su
disquisición acerca de las múltiples inflexiones de otros órdenes de status
(étnicos, nacionales, de clase) que van a dar la tónica particular a cada
relación y aunque ella lo utiliza para pensar la no paridad aún dentro del
género masculino, creo que puede servirnos también para pensar la no paridad de
las víctimas de violencia en el caso que vamos a analizar a continuación.
¿En qué
medida podemos utilizar este modelo interpretativo para analizar la reciente
violación múltiple y femicidio de Melina Romero?
En primer
lugar me parece interesante destacar cómo se articula la cadena de violencia,
una misma violencia que adquiere distintas expresiones, desde la física,
sexual, hasta la mediática que justifica y reproduce las anteriores dentro de
un sistema sostenido en una violencia simbólica contra las mujeres que es el
telón de fondo de esta escena.
Retomo a
Segato para pensar esta violación y femicidio no como una patología individual,
ni como una reacción al consumo de drogas como muchas veces se afirma, ni como
un caso de violencia desmedida producto de mentes enfermas.
Dentro de las
categorías que nos propone Segato podemos pensarlo como “castigo o venganza
contra una mujer genérica que salió de su lugar, esto es, de su posición
subordinada en un sistema de status”. Este salirse de su lugar tiene que ver
muchas veces, y en este caso en particular con mostrar una sexualidad autónoma.
El decir “no” como hizo Melina está cuestionando la capacidad de los varones
involucrados en la violación de ejercer control sobre ella y esto se les
presenta como una amenaza, la violación
como mandato que reafirma su posición de poder. También este hecho de
violación grupal puede estar hablando, siguiendo a Segato, de una demostración
de fuerza ante una comunidad de pares.
Este
disciplinamiento hacia una “mujer genérica” va a verse reforzado por los medios
hegemónicos de comunicación. Mientras aún estaban buscando el cuerpo de Melina
que para ese entonces estaba desaparecida, el diario Clarín publicó una nota
titulada “Una fanática de los boliches,
que abandonó la secundaria”[2]
donde hacía referencia a una serie de características de la joven que tendían a
juzgarla por no cumplir con los mandatos de género que se esperan de una joven
en esta sociedad. “Nunca trabajó”, “más de una vez se peleó en la casa y
desapareció varios días”; “se levantaba todos los días al mediodía”; “iba a la
plaza y se quedaba con amigos hasta la madrugada”; “se hizo cuatro piercings”;
“le gustan las redes sociales, y tiene cinco perfiles de Facebook”; “nunca dice
en qué anda”; “tiene amigos mayores”. Durante los días que demoró la búsqueda,
el abordaje mediático se abocó a la conducta moral y la vida privada de la
víctima dejando entrever que de alguna manera se merecía lo que le pasó. La
estructura desigual de género se trasluce en estas frases: no se indaga en la
conducta privada de un varón asesinado. Los medios de comunicación refuerzan el
mensaje de disciplinamiento hacia el conjunto de las mujeres: si salís, te
juntás con tus amigos en la plaza, tenés piercing, etc, te puede pasar lo que
le pasó a Melina. En ningún momento la nota se aboca a cuestionar la violencia
a que estamos sometidas como realidad o como amenaza todas las mujeres más allá
de nuestras elecciones de vida.
Inflexiones de
género se suman a inflexiones de clase para construir una “mala víctima” como
describe Ileana Arduino a Melina Romero en el ensayo de su autoría publicado en
la Revista Anfibia.[3] La diferencia
discursiva con que presentan los femicidios y/o las violaciones de adolescentes
de clase media respecto a adolescentes de clases populares nos está hablando de
un sistema de status donde la vida de una joven perteneciente a las clases
medias vale más que la de una joven de las clases populares. La frase con la
que comienza la nota de Clarín antes mencionada es: “la vida de Melina no tiene
rumbo”. Se diferencia notablemente de los significantes con que calificaban al
femicidio de Angeles Rawson en Palermo: “vida arrebatada” y cómo se la
presentaba, joven inocente, que volvía de educación física y tenía un futuro
próspero.
Entender la
violencia como mecanismo de reproducción y restauración del poder necesario en
un sistema desigual implica comprender que el único modo posible de erradicar
la violencia basada en el género es deconstruir estos estereotipos y mandatos
que rigen nuestras vidas y nuestras representaciones, ensayando un cambio
cultural que permita remover las bases de la dominación masculina.
Magalí Batiz
[1] Segato, Rita Laura, Las
estructuras elementales de la violencia. Ensayo sobres género entre la
antropología, el psicoanálisis y los derechos humanos, Ed. Prometeo 3010,
Universidad Nacional de Quilmes, 2003.
[2] Clarin.com. Policiales, 13/09/14
http://www.clarin.com/policiales/fanatica-boliches-abandono-secundaria_0_1211279038.html
[3] Revista Anfibia, Universidad
Nacional de San Martín, http://revistaanfibia.com/ensayo/la-mala-victima/
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