lunes, 3 de junio de 2013

Perdón, hermano. Violé a tu hija.

Las feministas con frecuencia nos consideramos demasiado exageradas, nos preguntamos si no es que nuestra manera de entender al mundo no nos torna  quisquillosas. Nos acusan de rebuscadas.
Pero todo lo “imaginativas” que podamos ser queda corto ante la realidad. El título de esta nota es un mensaje de texto que un violador envió la semana pasada a su hermano, y los medios de comunicación se dedicaron a difundir.
Aprovecho la ocasión, entonces, para compartir un análisis que – de no haber sido por esta prueba contundente – podría tomarse como traído de los pelos.
Siempre consideré que las violaciones son uno de los tantos actos por medio de los que el patriarcado nos cosifica. Por supuesto, además de disciplinarnos…
En este caso la cosificación se ve llevada a su punto más extremo. En las guerras, los vencedores hacen uso de los cuerpos de las mujeres y niñas de la población vencida de manera sistemática.
El ponderado “rápido mestizaje” que se dio en América del sur luego de la conquista, no fue más que la violación masiva – también sistemática – de las pobladoras originarias.
Se ve que desde hace mucho nuestros cuerpos son “algo” que se debe poseer…
Un “algo” que sirve como moneda de cambio entre varones: respetado si el varón propietario de ese cuerpo merece respeto, intercambiable por dinero al modo de los proxenetas, merecedor de violarse entre adversarios o enemigos…
El perdón lo pueden dar personas. La niña violada no alcanza esa jerarquía, por eso le es solicitado a alguien que sí puede darlo…

No es mi imaginación, es un mensaje de texto. Real y contundente. Como el patriarcado.