martes, 16 de noviembre de 2010

La inseguridad bien entendida empieza por casa.

Al menos, para las mujeres.



Parte importante de las dirigencias entienden que la inseguridad es un tema prioritario en nuestro país. De poco sirve que un Ministro de la Corte como Zaffaroni declare en forma contundente que lo que se define discursivamente a diario como “inseguridad” no constituye la principal causa de muerte en nuestro país. Recurriendo a la estadística de Naciones Unidas, expone que – en orden de importancia cuantitativa – las causas de muerte violenta serían por estas tierras los accidentes de tránsito, los suicidios y los homicidios entre conocidos. Bastante más abajo en esta lista aparecen las muertes por robo u otra situación de las que se agrupan bajo el término “inseguridad”.
Según esta estadística, somos el tercer país con mayor seguridad del mundo.
Sabemos que este dato se invisibiliza por cuestiones políticas. Por la necesidad de criminalizar la pobreza con el fin de restablecer las políticas neoliberales que justamente dejaron fuera del sistema a tantas miles de personas.
Pero hay otra cuestión política que opera como soporte del hablar del tema en el modo en que se hace: la necesidad de también invisibilizar las muertes que causa la violencia machista.
Seguramente esta violencia machista que empieza con la incorporación de roles estereotipados para cada sexo tiene algún grado importante de incidencia en los accidentes de tránsito - primera causa de muerte violenta en nuestro país. Pero en este caso no me detendré en el análisis de los posibles porqués.
Si quiero detenerme en la tercera causa de las que puntualiza la ONU. En los homicidios “entre conocidos” van encubiertos los femicidios. La muestra más brutal de que, para el patriarcado, no sólo los cuerpos de las mujeres pertenecen a otros. También sus vidas.
Ayer un canal de noticias pasaba las policiales del día. Las noticias eran tres: una niña secuestrada por un abusador que la había contactado via facebook; una mujer de 22 años abusada por su padre durante diez años y con cinco hijos producto del abuso; y una mujer argentina asesinada en España por su marido. Quedé frente al televisor esperando que al finalizar la exposición del horror se hiciera algún tipo de reflexión seria acerca del obvio y evidente punto en común entre las tres informaciones. Tres mujeres protagonistas. Tres víctimas de la violencia machista.
De más está decir que mi paciente espera fue inútil. Prosiguió un informe meteorológico.
Me quedé pensando qué es lo que se protege evitando prolijamente hablar de esto como corresponde. Por qué hablar de esto como corresponde resulta subversivo.
La respuesta es simple. Cualquier análisis serio incluye derrumbar mitos. De los fundantes. Está tácitamente acordado que el “lugar seguro” en cualquier sociedad es el remanso del hogar. Claramente, no para las mujeres. Si se quisiera hacer una guía para conducirse en forma segura para las nosotras, habría que indicarnos con precisión en qué momento el hogar pasa a ser el lugar más inseguro. Y decirlo no es “políticamente correcto”.
Habría que reconocer que el imaginario sobre lo “impulsivo” de la sexualidad masculina que inculcamos a los varones desde niños les provoca una sensación de poder y poca resistencia a la frustración ante el “no” que los lleva muchas veces a disponer de nuestros cuerpos, de nuestra potencialidad reproductora, de nuestras vidas en última instancia de manera autoritaria. También resulta incorrecto decirlo, en una sociedad que aún sostiene que debemos estar siempre listas para complacerlos. Para que el hogar sí sea un remanso, para ellos…
Parece mentira que a estas alturas ningún dirigente, ninguna dirigente, pongan en el centro de la agenda seria e integralmente el tema mujeres. Será que perciben que los resultados se verían a largo plazo, y nos hemos acostumbrado a plantear agenda en base a las urgencias. Será que incluyendo alguna “política de género” consideran que la cosa ya está resuelta.
Una pena.

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