Ley 26.485
Festejando aún el texto de la Ley y el contenido del Decreto Reglamentario tropiezo con la realidad. Que castiga, ofende, duele.
Pienso en la tarea titánica que nos espera para poder intentar deconstruir lo que está establecido, encarnado y naturalizado en nuestra cultura respecto de lo que somos las mujeres. Pero si nosotras aún no hemos tomado cabal conciencia del lugar que ocupamos… Si todavía muchas mujeres consideran que ya no hay desigualdad…
Cuando nos presentan hechos de violencia contra nuestro sexo siempre se refieren a ellos como hechos aislados, perpetrados por un monstruo o un loco. La RAE define como “loco” al que ha perdido la razón; al de poco juicio, disparatado e imprudente; al que excede lo ordinario o presumible. Y como “monstruo” a lo producido contra el orden regular de la naturaleza; a un ser fantástico que causa espanto; a una persona muy cruel y perversa.
Palabras, palabras que ayudan a construir verdades distorsionadas. Las personas que ejercen violencia contra las mujeres ni exceden lo ordinario, ni consideran su accionar disparatado, ni son seres fantásticos. Son muy reales y concretas y actúan de acuerdo con un guión impuesto desde hace siglos por el patriarcado que habilita permanentemente su accionar. Ahí es donde radica la gran dificultad de la tarea a emprender.
Me pregunto cuántas personas se quedan pensando en la violencia y sus efectos cuando escuchan a la madre de un golpeador justificar a su hijo aduciendo que la nuera no lo esperaba con la comida lista al regresar del trabajo.
Cuando Tinelli, conmovido por las mujeres enfermas de Sida acota que la mayoría se contagió de una única pareja sexual.
Cuando muchas gentes manifiestan estar de acuerdo con que podamos abortar sólo en casos de violación, sin siquiera preguntarse y tratar de redefinir qué es una violación. Poniéndola como algo aislado e infrecuente.
Cuando se nombra a las mujeres en el poder usando adjetivos que siempre remiten a seres que padecen distorsión de la realidad o alteraciones psíquicas.
Cuando tienen micrófono mayoritariamente las que han decidido entregar su vida a ser, por ejemplo, botineras.
Cuando se presenta al tema prostitución como nota de color, y se entrevista y se registra lo que opinan acerca del tema seres que lo banalizan en el mejor de los casos. Que lucran con esta realidad en el peor.
Cuando, sigo con las notas de color, nos muestra la bendita tele la oferta de juguetes para el día del niño y un vendedor aprendiz de sociólogo sostiene que para las niñas tienen miles de Barbies. Para los niños el universo entero. Tecnología incluida, ya que acota que “a los niños les interesa mucho”.
Cuando por defender los derechos de todas, los partidos políticos en los que militamos nos acusan de ser difíciles de encuadrar.
Cuando sucede que nos encontramos rodeadas de varones que hablan de nuestras congéneres de un modo que nos incomoda. O hacen “chistes” ante los que, de no reírnos, seremos acusadas de amargas. Nuevamente, en el mejor de los casos. Porque de tratarse de varones que tienen poder sobre nosotras en un ámbito como el laboral, nuestra actitud tendrá como consecuencia directa la imposibilidad de crecimiento o hasta la separación del cargo.
Cuando se machaca hasta el hartazgo el excelente impacto que tiene en nuestros hijos una lactancia materna prolongada; una marca “hombre a hombre” durante su escolaridad; una persecución enfermiza durante la adolescencia; una actitud estoica y dedicada cuando ellos –a su vez- tengan hijos. Postergaciones infinitas que darán poco espacio para el deseo propio junto con enormes dosis de culpa al ver que estos deseos no se corresponden con el deber ser.
Cuando debemos velar por la salud de todos siguiendo los preceptos de la Biblia publicitaria: el postrecito para que los niños y niñas crezcan bien; el potecito para que al marido-que-hace-cosas-importantes no se le taponen las arterias; el tecito antigripal para el nono que se moja con la lluvia…
Si todo esto no es violencia… ¿la violencia dónde está?
Ahora, a ponerla en evidencia muchachas.
Festejando aún el texto de la Ley y el contenido del Decreto Reglamentario tropiezo con la realidad. Que castiga, ofende, duele.
Pienso en la tarea titánica que nos espera para poder intentar deconstruir lo que está establecido, encarnado y naturalizado en nuestra cultura respecto de lo que somos las mujeres. Pero si nosotras aún no hemos tomado cabal conciencia del lugar que ocupamos… Si todavía muchas mujeres consideran que ya no hay desigualdad…
Cuando nos presentan hechos de violencia contra nuestro sexo siempre se refieren a ellos como hechos aislados, perpetrados por un monstruo o un loco. La RAE define como “loco” al que ha perdido la razón; al de poco juicio, disparatado e imprudente; al que excede lo ordinario o presumible. Y como “monstruo” a lo producido contra el orden regular de la naturaleza; a un ser fantástico que causa espanto; a una persona muy cruel y perversa.
Palabras, palabras que ayudan a construir verdades distorsionadas. Las personas que ejercen violencia contra las mujeres ni exceden lo ordinario, ni consideran su accionar disparatado, ni son seres fantásticos. Son muy reales y concretas y actúan de acuerdo con un guión impuesto desde hace siglos por el patriarcado que habilita permanentemente su accionar. Ahí es donde radica la gran dificultad de la tarea a emprender.
Me pregunto cuántas personas se quedan pensando en la violencia y sus efectos cuando escuchan a la madre de un golpeador justificar a su hijo aduciendo que la nuera no lo esperaba con la comida lista al regresar del trabajo.
Cuando Tinelli, conmovido por las mujeres enfermas de Sida acota que la mayoría se contagió de una única pareja sexual.
Cuando muchas gentes manifiestan estar de acuerdo con que podamos abortar sólo en casos de violación, sin siquiera preguntarse y tratar de redefinir qué es una violación. Poniéndola como algo aislado e infrecuente.
Cuando se nombra a las mujeres en el poder usando adjetivos que siempre remiten a seres que padecen distorsión de la realidad o alteraciones psíquicas.
Cuando tienen micrófono mayoritariamente las que han decidido entregar su vida a ser, por ejemplo, botineras.
Cuando se presenta al tema prostitución como nota de color, y se entrevista y se registra lo que opinan acerca del tema seres que lo banalizan en el mejor de los casos. Que lucran con esta realidad en el peor.
Cuando, sigo con las notas de color, nos muestra la bendita tele la oferta de juguetes para el día del niño y un vendedor aprendiz de sociólogo sostiene que para las niñas tienen miles de Barbies. Para los niños el universo entero. Tecnología incluida, ya que acota que “a los niños les interesa mucho”.
Cuando por defender los derechos de todas, los partidos políticos en los que militamos nos acusan de ser difíciles de encuadrar.
Cuando sucede que nos encontramos rodeadas de varones que hablan de nuestras congéneres de un modo que nos incomoda. O hacen “chistes” ante los que, de no reírnos, seremos acusadas de amargas. Nuevamente, en el mejor de los casos. Porque de tratarse de varones que tienen poder sobre nosotras en un ámbito como el laboral, nuestra actitud tendrá como consecuencia directa la imposibilidad de crecimiento o hasta la separación del cargo.
Cuando se machaca hasta el hartazgo el excelente impacto que tiene en nuestros hijos una lactancia materna prolongada; una marca “hombre a hombre” durante su escolaridad; una persecución enfermiza durante la adolescencia; una actitud estoica y dedicada cuando ellos –a su vez- tengan hijos. Postergaciones infinitas que darán poco espacio para el deseo propio junto con enormes dosis de culpa al ver que estos deseos no se corresponden con el deber ser.
Cuando debemos velar por la salud de todos siguiendo los preceptos de la Biblia publicitaria: el postrecito para que los niños y niñas crezcan bien; el potecito para que al marido-que-hace-cosas-importantes no se le taponen las arterias; el tecito antigripal para el nono que se moja con la lluvia…
Si todo esto no es violencia… ¿la violencia dónde está?
Ahora, a ponerla en evidencia muchachas.
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