Mujeres quemadas.
Dentro de poco ya va a quedar instalado que las mujeres no somos capaces de manipular alcohol. Máxime si se nos da por fumar mientras, por ejemplo, utilizamos el noble líquido para quitar un pegote.
Por suerte, parece que últimamente siempre hay algún conviviente –varón – que nos puede rescatar del fuego que por nuestra estupidez causamos. No muy a tiempo, coincido. Solemos llegar a la atención médica con un porcentaje de quemadura que demuestra que poco, o no muy hábil, fue el intento por salvarnos.
O será que no nos damos cuenta a tiempo de que nos estamos quemando vivas. Será que las mujeres creemos que el amor es un fuego abrazador, y esa creencia nos dificulta la percepción de lo que está ocurriendo.
Vaya una a saber…
Vaya una mujer a saber hasta dónde pueden llegar los celos, el menosprecio, la misoginia.
Esta última mujer que murió quemada nunca había denunciado violencia. Lo destacan, tal vez para adjudicarle algún tipo de culpa. Culpable mujer que no denuncia y merece lo peor.
Como también merecen lo peor las que sí denuncian - y que son desoídas con enorme asiduidad- que conviven con un varón violento que no ama a las mujeres.
Palos porque bogas, porque no bogas palos…
Misóginos convivientes. O misóginos no convivientes. O mundo misógino.
Puede que uno de esos, que mató a cuatro mujeres a las que no amaba de un plumazo quede en libertad. Puede que le brinden las garantías constitucionales para recuperarla merced a algún inciso de algún artículo. Puede que coincida con que las garantías son indispensables. Puede que lo único que querría, que me atrevo a pedir, a exigir, es que las mujeres tengamos alguna vez acceso efectivo también al goce de las garantías. Puede que alguna vez podamos por fin sabernos ciudadanas.
Que no se nos tenga en cuenta sólo cuando estamos a punto de dar a luz, de cumplir con la sagrada función reproductora.
El caso de esta última mujer prendida fuego conmueve: nos informan que estaba embarazada. Que se había realizado las primeras pruebas de embarazo ante un atraso. Subrayan el dato porque saben que agrega valor a la vida de una mujer que acaba de perderla.
A veces de quien menos se espera se puede llegar a escuchar algo sincero y coherente, no por eso menos atroz.
“Pimienta” –quien aclara no apodarse “Pimienta”, se disculpa de haber marcado a Carolina aduciendo que al verla de espaldas no percibió que estaba embarazada.
En buen romance, de sus dichos se puede colegir que según su entender –y el de la sociedad en que él vive – el mismo hecho no hubiera sido “tan” terrible si se hubiera tratado de una víctima mujer, no embarazada.
Sin duda, lo más brutalmente honesto que hemos podido escuchar en mucho tiempo, cuando hablamos de mujeres que son víctimas de violencias.
Dentro de poco ya va a quedar instalado que las mujeres no somos capaces de manipular alcohol. Máxime si se nos da por fumar mientras, por ejemplo, utilizamos el noble líquido para quitar un pegote.
Por suerte, parece que últimamente siempre hay algún conviviente –varón – que nos puede rescatar del fuego que por nuestra estupidez causamos. No muy a tiempo, coincido. Solemos llegar a la atención médica con un porcentaje de quemadura que demuestra que poco, o no muy hábil, fue el intento por salvarnos.
O será que no nos damos cuenta a tiempo de que nos estamos quemando vivas. Será que las mujeres creemos que el amor es un fuego abrazador, y esa creencia nos dificulta la percepción de lo que está ocurriendo.
Vaya una a saber…
Vaya una mujer a saber hasta dónde pueden llegar los celos, el menosprecio, la misoginia.
Esta última mujer que murió quemada nunca había denunciado violencia. Lo destacan, tal vez para adjudicarle algún tipo de culpa. Culpable mujer que no denuncia y merece lo peor.
Como también merecen lo peor las que sí denuncian - y que son desoídas con enorme asiduidad- que conviven con un varón violento que no ama a las mujeres.
Palos porque bogas, porque no bogas palos…
Misóginos convivientes. O misóginos no convivientes. O mundo misógino.
Puede que uno de esos, que mató a cuatro mujeres a las que no amaba de un plumazo quede en libertad. Puede que le brinden las garantías constitucionales para recuperarla merced a algún inciso de algún artículo. Puede que coincida con que las garantías son indispensables. Puede que lo único que querría, que me atrevo a pedir, a exigir, es que las mujeres tengamos alguna vez acceso efectivo también al goce de las garantías. Puede que alguna vez podamos por fin sabernos ciudadanas.
Que no se nos tenga en cuenta sólo cuando estamos a punto de dar a luz, de cumplir con la sagrada función reproductora.
El caso de esta última mujer prendida fuego conmueve: nos informan que estaba embarazada. Que se había realizado las primeras pruebas de embarazo ante un atraso. Subrayan el dato porque saben que agrega valor a la vida de una mujer que acaba de perderla.
A veces de quien menos se espera se puede llegar a escuchar algo sincero y coherente, no por eso menos atroz.
“Pimienta” –quien aclara no apodarse “Pimienta”, se disculpa de haber marcado a Carolina aduciendo que al verla de espaldas no percibió que estaba embarazada.
En buen romance, de sus dichos se puede colegir que según su entender –y el de la sociedad en que él vive – el mismo hecho no hubiera sido “tan” terrible si se hubiera tratado de una víctima mujer, no embarazada.
Sin duda, lo más brutalmente honesto que hemos podido escuchar en mucho tiempo, cuando hablamos de mujeres que son víctimas de violencias.
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