martes, 26 de abril de 2011

Trata

Cuestión de mujeres

Pese a la falta de estadísticas oficiales sobre el tema, se avanzó bastante. Ya hay legisladores comprometidos en hacer lo que haga falta para revertir la situación de las mujeres atrapadas por las redes. También los medios empiezan a debatir la cuestión, aún sabiendo que se enfrentarán contra uno de los tres negocios que mayores ganancias dejan en el mundo. Sostengo que se avanzó bastante porque estoy convencida de que poder nombrar algo, más aún discutirlo, ya es mucho. Indica que el problema social ya no se niega.
El gran desafío sigue estando en visualizar la complejidad del tema trata. Y hasta ahora las voces que abordan el tema y gozan de gran difusión parecen ignorar algunas consideraciones previas.
En primer término, pretender abordar “trata” como algo separado de “prostitución” puede llevarnos a falsas soluciones.
Sin clientes dispuestos a comprar un cuerpo por un rato, no hay empresarios que lo vean como negocio digno de emprender. Sin estos comercios y sin sus clientes, no habría mujeres trabajando en ellos. Porque ninguna mujer lo vería como salida y ningún proxeneta secuestraría mujeres.
A veces me pregunto si algo tan sencillo no ha sido tenido en cuenta para empezar a hablar, o si es que enfrentar el tema prostitución se hace tanto más difícil porque ataca en forma directa a los dos sistemas de dominación incuestionables: capitalismo y patriarcado.
El no partir de esta base que propongo, complica todo lo que se quiera hacer al respecto. Por ejemplo, hace aparecer en los textos legislativos la palabra “consentimiento”. Mediante su uso, se nos quiere hacer diferenciar a las mujeres que aceptaron la situación de prostitución de las que no. Nada más descabellado: para poder consentir hay que ser libre y no estar bajo coerción. Basta con entrevistar a mujeres que son prostituidas para comprender que es impensable que alguna pueda estar de acuerdo con ser violada unas cuantas veces por día.
Otro disparate que se sostiene permanentemente y va por el mismo camino que el anterior es la disquisición acerca de la mayoría o minoría de edad de la mujer prostituida. La mayoría de edad de la víctima se ve como atenuante, como si el horror no fuera el mismo para cualquier mujer expuesta a esa realidad. Tal vez si insistimos en el punto, logremos que sólo se dediquen a secuestrar mujeres mayores de edad, y creamos haber solucionado algo.
De no visualizar a la trata como flagelo, tal vez jamás se hubiera planteado públicamente la necesidad de que no existan locales en los que se prostituye a mujeres. La sociedad estaba tranquila merced a estos locales que, junto con las “zonas rojas” dividen los espacios público y privado de cada ciudad en dos: los ocupados por “buenas mujeres” y los ocupados por “malas mujeres”. Celebro que a partir de ahora veamos cualquier frontera impuesta como amenazante. Que hayamos empezado a exigir a los gobiernos municipales la no habilitación de prostíbulos a los que el estado, hasta no hace mucho, sólo entraba a realizar controles sanitarios (por supuesto a las mujeres), o a buscar inmigrantes ilegales. Y siempre aclarando que no era intención “molestar” al señor consumidor, único ser autorizado a vivir y usar los dos espacios antes mencionados.
Es que la responsabilidad de los clientes se sigue invisibilizando en todo análisis que podamos escuchar o leer.
Ahora hay que estar atento y tener mucho cuidado. Si bien hay que desbaratar las redes y recuperar a las mujeres secuestradas, se debe ser cauteloso en el cómo hacerlo. Supongo que los allanamientos victimizan enormemente a las mujeres prostituidas, del mismo modo en que en épocas en que se realizaban escraches sentían que la sociedad las escrachaba a ellas y no a los dueños o clientes.
Supongo que también habrá que abordar la necesidad de crear, además de los lugares de recuperación que se están planteando, soluciones de fondo a la vulnerabilidad social y cultural a que estamos sometidas las mujeres.

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