martes, 19 de abril de 2011

Un poco de amor romántico


Todas sabemos que es uno de los mitos en que se funda nuestra subordinación como mujeres.
Es tal el acuerdo implícito que da nuestra sociedad para sostenerlo que pasa a hacerse, crianza y educación mediante, deseo propio de la mayoría de las mujeres.
La búsqueda del príncipe azul a muchas les lleva la vida. A otras les cuesta la vida el haberlo encontrado.
De esta construcción social de sentidos, obviamente no quedan al margen las plumas de los medios de comunicación ni sus voces expertas, que permanentemente reiteran el estereotipo de la mujer que es feliz porque encontró su media naranja.
Desde Cenicienta hasta los teleteatros nos muestran desde niñas esmeradas heroínas humildes que superan condiciones de vida patéticas merced al amor de un hombre; a la vez que muestran que el amor no conoce de limitaciones impuestas, por ejemplo, por la clase social. Así pretenden mantener a la mitad de la población –las mujeres- ajenas a luchas reivindicatorias de otra índole, con el machaque permanente de ser criaturas diseñadas para el amor.
Muchas mujeres dedican denodados esfuerzos para estar bellas para la ocasión del primer encuentro con su rescatista, porque parte del mito es la instantaneidad de la cosa, el “desde que te vi supe que serías para mi”.
Pero el punto es que las mujeres no habitamos en cuentos para niñas ni en teleteatros: nuestra vida sucede en relatos mucho más variados y diversos. Y en el preciso instante en que sucede un flechazo de novela, ya está toda una sociedad que lo había hecho deseable marcando los límites que ese amor debe respetar.
Ya en la realidad, el amor no vence todas las barreras como nos habían querido hacer creer.
Abro un número de la revista Noticias en el que aparece como nota de tapa –y con un desarrollo de seis páginas en el interior- el frustrado romance entre la vedette Luciana Salazar y el economista Martín Redrado. La leo, y pienso en lo perverso tanto del mito como del sexismo explícito de su tratamiento.
Al comenzar su lectura surge la imperiosa necesidad de ver quién la firma. Con espanto advierto que una mujer, devorada por el sistema e incapaz de mostrar piedad para con otra mujer.
Y es que la autora –que fue ayudada en la “investigación” por otros y otras periodistas- es capaz de enunciar y nombrar las situaciones a que da lugar una relación de estas características, pero sin interpelarlas. Queda la sensación de que toda la “culpa” de lo sucedido es de la mujer en cuestión.
La describen como una mujer neurótica que, al ver cercano el inicio de su decadencia física, desea un marido poderoso, casa y perros.
Alguien que es incapaz de ver que, en nuestra sociedad, hay dos tipos de mujeres: para divertirse o para casarse. Corriente sensual claramente diferenciada de la amorosa. Cero reflexión acerca de si eso es justo o no. También aparece la alusión a “la buena esposa” que se banca este desliz del pobre varón sorprendido en su buena fe.
Su nivel de educación y capacitación también son puestos en juego, como si el hecho de que no sean adecuados para aspirar al amor del economista fuera exclusiva responsabilidad de ella. Como si no hubiera toda una sociedad proponiéndonos a las mujeres ser sólo objetos de deseo y consumo para los varones.
Hipocresía al dejar entender que a la vedette le interesan mucho el dinero y el status social sin mencionar que son valores que gozan de consenso mayoritario.
En síntesis, creo que no debería haber una sola mujer que al leer algo así no reaccionara con indignación por el concepto que de nosotras se expresa.
La “buena” y la “mala” descriptas deberían desatar nuestra furia y nuestra más irrestricta solidaridad para con ellas.
Porque ya sabemos que los cuentos que nos contaron no se corresponden con la realidad: son mentirosos.
Los lobos te terminan comiendo y los príncipes azules destiñen.

1 comentario:

CumpaMariaInes dijo...

Una vez más, brillante, Delia.
CumpaMariaInes