Se acerca, gigante ante los ojos de una niña y un niño, hermanos ellos, una enfermera enarbolando una jeringa. El “no te va a doler” de rigor va para los dos sexos por igual. Pero a poco de invadidas las dos pequeñas corporeidades por el pinchazo aflora la diferencia.
“¡Qué guapo/valiente sos!”, recibe el niño de recompensa.
Y un “¿Viste que no era para tanto? Escucha la niña, perpleja, esperando tal vez alguna mención a su coraje manifiesto.
Coraje o heroísmo-hembra, nunca reconocidos suficientemente.
Porque en esto del sometimiento al dolor, larga es nuestra trayectoria. Tan larga como alevoso el hacer “como que no existe”. Como también alevosa la exageración y ridiculización de nuestros dolores, por ejemplo menstruales. O los producidos por la constipación.
Por un lado, la corpo médica insiste en hacernos sentir taradas por sentir dolores imposibles de ser padecidos. Hagan vuestra propia encuesta acerca de las mamografías y colposcopías, y verán que en ambos estudios el personal sanitario a cargo suele mirarnos como si estuviéramos desquiciadas ante la menor manifestación de dolor.
La frase célebre en el caso de la colposcopía es “esto no te puede doler de ningún modo”. Y está pronunciada desde las alturas de la ciencia ante una mujer desvalida, semidesnuda y abierta de piernas que en ese preciso instante se siente marciana –por estar viviendo algo que ningún humano puede- y fundamentalmente floja y zonza.
A veces optamos por hacernos las machas, y los costos físicos y anímicos del actuar como heroicas nos abandonan con suerte un par de días después del hecho.
En cambio, un varón que se digna a visitar a un proctólogo a fin de revisar su próstata es héroe nacional. Valentía digna de mencionar. Cuanta bravura, seguridad en sí mismo demuestra con el solo hecho de ir a hacerse los controles que todos deberían…
Salen relatando la humillación del momento recurriendo a algún chiste procaz sobre la situación, que de paso deje su hombría intacta. El saldo es, además de la mencionada valentía, la exaltación de su maravilloso sentido del humor.
Humor del que las mujeres carecemos, según parece. O que se altera naturalmente merced a la alquimia hormonal.
Y es que nos han hecho fama de quejosas, con lo que cualquier dolor que se nos ocurra manifestar quedará minimizado.
El único dolor que se nos asigna y reconoce como serio es el más abstracto “dolor de madre”. Ahí sí estamos autorizadas a sentirlo en forma desmedida o desopilante, aunque también ese dolor quedará opacado si alguna vez “un padre” se anima a asumirlo públicamente. El dolor de ese padre será medido por las implacables varas de nuestra cultura patriarcal como realmente importante.
Y es que ya resulta heroico en sí mismo un varón que se atreve a expresar lo que siente. Mucho más si lo hace público.
Así, el “no te va a doler”, o el peor “no te puede doler” circulan como música de fondo durante nuestras femeninas vidas fluyendo entre las esferas pública y privada con notable consenso.
Parece ser que también están claramente delimitados los dolores que tenemos permitidos y los que no. Cuales nos dan prestigio social – los del parto, los del puerperio- y cuales no nos lo dan. El de cabeza post-ingesta de alcohol en demasía no es apropiado para una dama. La resaca no es nuestra.
Nosotras, disciplinaditas, terminamos respondiendo a la expresión “¡Qué cara! ¿Te duele algo?” con un seco y tajante “Me está por venir”.
Aunque ya seamos menopáusicas. Porque, sabemos, ese dolor está en la lista de los permitidos.
“¡Qué guapo/valiente sos!”, recibe el niño de recompensa.
Y un “¿Viste que no era para tanto? Escucha la niña, perpleja, esperando tal vez alguna mención a su coraje manifiesto.
Coraje o heroísmo-hembra, nunca reconocidos suficientemente.
Porque en esto del sometimiento al dolor, larga es nuestra trayectoria. Tan larga como alevoso el hacer “como que no existe”. Como también alevosa la exageración y ridiculización de nuestros dolores, por ejemplo menstruales. O los producidos por la constipación.
Por un lado, la corpo médica insiste en hacernos sentir taradas por sentir dolores imposibles de ser padecidos. Hagan vuestra propia encuesta acerca de las mamografías y colposcopías, y verán que en ambos estudios el personal sanitario a cargo suele mirarnos como si estuviéramos desquiciadas ante la menor manifestación de dolor.
La frase célebre en el caso de la colposcopía es “esto no te puede doler de ningún modo”. Y está pronunciada desde las alturas de la ciencia ante una mujer desvalida, semidesnuda y abierta de piernas que en ese preciso instante se siente marciana –por estar viviendo algo que ningún humano puede- y fundamentalmente floja y zonza.
A veces optamos por hacernos las machas, y los costos físicos y anímicos del actuar como heroicas nos abandonan con suerte un par de días después del hecho.
En cambio, un varón que se digna a visitar a un proctólogo a fin de revisar su próstata es héroe nacional. Valentía digna de mencionar. Cuanta bravura, seguridad en sí mismo demuestra con el solo hecho de ir a hacerse los controles que todos deberían…
Salen relatando la humillación del momento recurriendo a algún chiste procaz sobre la situación, que de paso deje su hombría intacta. El saldo es, además de la mencionada valentía, la exaltación de su maravilloso sentido del humor.
Humor del que las mujeres carecemos, según parece. O que se altera naturalmente merced a la alquimia hormonal.
Y es que nos han hecho fama de quejosas, con lo que cualquier dolor que se nos ocurra manifestar quedará minimizado.
El único dolor que se nos asigna y reconoce como serio es el más abstracto “dolor de madre”. Ahí sí estamos autorizadas a sentirlo en forma desmedida o desopilante, aunque también ese dolor quedará opacado si alguna vez “un padre” se anima a asumirlo públicamente. El dolor de ese padre será medido por las implacables varas de nuestra cultura patriarcal como realmente importante.
Y es que ya resulta heroico en sí mismo un varón que se atreve a expresar lo que siente. Mucho más si lo hace público.
Así, el “no te va a doler”, o el peor “no te puede doler” circulan como música de fondo durante nuestras femeninas vidas fluyendo entre las esferas pública y privada con notable consenso.
Parece ser que también están claramente delimitados los dolores que tenemos permitidos y los que no. Cuales nos dan prestigio social – los del parto, los del puerperio- y cuales no nos lo dan. El de cabeza post-ingesta de alcohol en demasía no es apropiado para una dama. La resaca no es nuestra.
Nosotras, disciplinaditas, terminamos respondiendo a la expresión “¡Qué cara! ¿Te duele algo?” con un seco y tajante “Me está por venir”.
Aunque ya seamos menopáusicas. Porque, sabemos, ese dolor está en la lista de los permitidos.
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