Una fecha de la agenda de las mujeres y la muerte de una joven actriz hicieron de la semana pasada un listado de consideraciones del patriarcado acerca de nuestros cuerpos. Los de las mujeres.
Evidentemente la necesidad de control de nuestros cuerpos por parte de los sistemas de dominación sigue indiscutiblemente vigente merced a la colaboración que brindan las tecnócratas de “género” insertas ya desde hace años en los diferentes estamentos del poder. Mujeres que muchas veces colaboran en acallar nuestros reclamos en pos de obtener los ansiados consensos que tan buena prensa tienen por estos días.
Pese a esto, hubo voces autorizadas a favor, como la de la Jueza Argibay Molina poniendo en jaque a las posturas dominantes. También algunas legisladoras intentaron reivindicar el derecho de las mujeres a decidir. Pero fueron voces minoritarias.
La mayoría de las expresiones que se difundieron ampliamente son las de las gentes cuyas conciencias objetan. Hasta se llegó a escuchar en reiteradas ocasiones que una mujer que esté embarazada y no lo desee, puede seguir adelante con el embarazo y luego dar al niño en adopción. Argumentos que nos dejan mudas. Mudas al comprender que, según ese criterio, no sólo nuestros cuerpos no nos pertenecen sino que están vacíos tanto de espíritu como de aparato psíquico.
De nuevo proliferaron las exhortaciones a impartir educación sexual. Otra hipocresía: que la haya ya es ley, y cuesta implementarla debido a las operaciones de los mismos sectores reaccionarios que la exigen. Por otra parte, cuando la hay las mujeres muchas veces no pueden aplicarla sobre sus cuerpos porque no les pertenecen. Somos cuerpos para los otros. Para que opinen, legislen y decidan los otros.
También alrededor de nuestros cuerpos cruzados y colonizados por mandatos circularon los discursos –lo dicho y lo que se omitió decir- acerca de la muerte de la joven actriz “que era madre” acotaban los medios. Es decir, su vida valía un poco más que la de cualquier otra mujer que no lo fuera.
Hija de ricos, famosos y poderosos. Su cuerpo no podía ser cualquier cuerpo: tenía que estar a la altura de los requerimientos para su sexo y su clase. Tenía que ser flaca.
La prensa nos bombardeó con reportajes a médicos que trabajan con el tema anorexia. Nos inundaron de recomendaciones acerca de cómo detectarla precozmente, y de cómo una autoestima sana salvaría a millones de mujeres en el mundo de esta situación.
Sin embargo se siguió reemplazando la expresión “hacer dieta” por “comer sano”. Y se evitó prolijamente discutir la cuestión de fondo, que es la permanente difusión de estereotipos corporales para las mujeres que poco tienen que ver con estar saludables.
Así pasamos la semana: yendo de la cama al living. Debatiendo si somos o no dueñas de nuestros cuerpos. ¡Al menos ya no se debate si tenemos alma o no!
Y evitando tratar de ponerle un freno a nuestra cosificación y adoctrinamiento en esto de ser cuerpos-para-otros.
Evidentemente la necesidad de control de nuestros cuerpos por parte de los sistemas de dominación sigue indiscutiblemente vigente merced a la colaboración que brindan las tecnócratas de “género” insertas ya desde hace años en los diferentes estamentos del poder. Mujeres que muchas veces colaboran en acallar nuestros reclamos en pos de obtener los ansiados consensos que tan buena prensa tienen por estos días.
Pese a esto, hubo voces autorizadas a favor, como la de la Jueza Argibay Molina poniendo en jaque a las posturas dominantes. También algunas legisladoras intentaron reivindicar el derecho de las mujeres a decidir. Pero fueron voces minoritarias.
La mayoría de las expresiones que se difundieron ampliamente son las de las gentes cuyas conciencias objetan. Hasta se llegó a escuchar en reiteradas ocasiones que una mujer que esté embarazada y no lo desee, puede seguir adelante con el embarazo y luego dar al niño en adopción. Argumentos que nos dejan mudas. Mudas al comprender que, según ese criterio, no sólo nuestros cuerpos no nos pertenecen sino que están vacíos tanto de espíritu como de aparato psíquico.
De nuevo proliferaron las exhortaciones a impartir educación sexual. Otra hipocresía: que la haya ya es ley, y cuesta implementarla debido a las operaciones de los mismos sectores reaccionarios que la exigen. Por otra parte, cuando la hay las mujeres muchas veces no pueden aplicarla sobre sus cuerpos porque no les pertenecen. Somos cuerpos para los otros. Para que opinen, legislen y decidan los otros.
También alrededor de nuestros cuerpos cruzados y colonizados por mandatos circularon los discursos –lo dicho y lo que se omitió decir- acerca de la muerte de la joven actriz “que era madre” acotaban los medios. Es decir, su vida valía un poco más que la de cualquier otra mujer que no lo fuera.
Hija de ricos, famosos y poderosos. Su cuerpo no podía ser cualquier cuerpo: tenía que estar a la altura de los requerimientos para su sexo y su clase. Tenía que ser flaca.
La prensa nos bombardeó con reportajes a médicos que trabajan con el tema anorexia. Nos inundaron de recomendaciones acerca de cómo detectarla precozmente, y de cómo una autoestima sana salvaría a millones de mujeres en el mundo de esta situación.
Sin embargo se siguió reemplazando la expresión “hacer dieta” por “comer sano”. Y se evitó prolijamente discutir la cuestión de fondo, que es la permanente difusión de estereotipos corporales para las mujeres que poco tienen que ver con estar saludables.
Así pasamos la semana: yendo de la cama al living. Debatiendo si somos o no dueñas de nuestros cuerpos. ¡Al menos ya no se debate si tenemos alma o no!
Y evitando tratar de ponerle un freno a nuestra cosificación y adoctrinamiento en esto de ser cuerpos-para-otros.
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