La misoginia, de varón.
Gerardo Morales aparece como el vocero de esta neo inquisición encargada de establecer ante la sociedad las caras del mal. La vieja estrategia de encarnar en un enemigo todos los males que nos aquejan, cosa que ayuda a polarizar y a poner en otro, en este caso, toda “la violencia”. Extrañísimo que se visualice en nuestros pagos “la violencia” como algo tan lejano de los dictadores y tan cercano al pueblo.
Extrañísimo porque queda depositada toda la “violencia del gobierno que se manifiesta en crispación” en dos mujeres: Milagro Sala y Hebe de Bonafini.
La una, lideresa popular que pare nuestra pacha mama ante el retroceso inmundo de lo político en la década neoliberal. Luchadora cooperativista, gestora de las necesidades de los pueblos más olvidados por el poder central. Mujer que nace a la vida política cuando todavía algunos zánganos creen que los problemas nacen de que “lo político se mezcle” con lo cotidiano. Se “meta” en el medio.
Dios es argentino, pero vive en Buenos Aires…
Ella, más carnal, es Jujeña. Y trabaja desde ahí por los de ahí. No “atiende en Capital” como otros representantes de su provincia. El refrán que dice “Cocodrilo que se duerme, es cartera” últimamente me parece que alude a la dirigencia que no entendió que los reclamos que caceroleban y piqueteaban en 2000-2001 no terminaron. Siguen vivos en un germen de democracia asambleísta que los que creen que el título de político es otorgado por linaje aún siguen sin comprender. Allá ellos con su ignorancia para aprehender los procesos sociales.
La otra, madre de dos muertos por la dictadura, jamás instó a la anarquía. Siempre esperó a que la Justicia y las Instituciones de la Democracia actuaran. Años de espera caminando, mientras además abría una Universidad Popular, construía casas, apoyaba movimientos sociales, y daba amor. Amor, apoyo y templanza para seguir en la lucha a muchos que tenemos menos motivos que ella para bajar los brazos…
Sin embargo, hoy me quieren hacer creer que ellas dos son “la cara violenta del gobierno”.
Antes de entrar en la lectura de género en sí, quiero decir algo que me viene a la mente justo en vísperas del 12 de octubre: crecí creyendo, a través de la literatura y la pintura de la historia oficial, que era práctica habitual que los “indios” raptaran y violaran mujeres blancas. Años me llevó deconstruir ese discurso. Ver como, perversamente, se invertía la carga: unas pocas mujeres blancas víctimas de esa práctica instaladas propagandísticamente, sirvieron para ocultar la realidad. Para ocultar que cientos de miles de mujeres originarias habían sido sometidas a eso mismo que el conquistador y sus voceros demonizaban. A ver: presentan a la víctima como victimario. Al sojuzgado como sojuzgante.
Raro paralelismo el que acabo de puntualizar con el hecho de señalar a estas dos mujeres como “la cara” de la violencia. Las dos son, más vale, víctimas de violencia. De Estado, Social…
Y víctimas dos mujeres.
Lo que se puede leer de las declaraciones de Don Morales además de su gorilismo a prueba de Historia, ya desde la perspectiva de género, es su inocultable misoginia.
Por un lado, tiene incorporados en sus estereotipos de que corresponde a cada sexo, un esencialismo sociológico que lo lleva a ver en cada mujer individual a “la mujer”. Así de clarito lo deja. Las dos mujeres mencionadas son “la cara violenta”. Todos los fuegos, el fuego. No entiendo que simplificación absurda puede llevarlo a ver en estas dos mujeres una unidad de posición social, experiencia de vida, realidad concreta, fisonomía. A simple vista, sólo las une la lucha. Diferentes caras, en todo caso, de una misma lucha. O de una lucha que hoy por hoy coincide.
Tal vez, inconscientemente, trate de instalar la idea de que “todas las mujeres” somos “la mujer”. Tal vez eso sea útil a su deseo de señalar a nuestro sexo –como durante la inquisición- como el poseedor de todos los atributos malignos que hay sobre esta tierra.
Tal vez esto le sirva para instar a la sociedad a quemarnos en la hoguera.
Gerardo Morales aparece como el vocero de esta neo inquisición encargada de establecer ante la sociedad las caras del mal. La vieja estrategia de encarnar en un enemigo todos los males que nos aquejan, cosa que ayuda a polarizar y a poner en otro, en este caso, toda “la violencia”. Extrañísimo que se visualice en nuestros pagos “la violencia” como algo tan lejano de los dictadores y tan cercano al pueblo.
Extrañísimo porque queda depositada toda la “violencia del gobierno que se manifiesta en crispación” en dos mujeres: Milagro Sala y Hebe de Bonafini.
La una, lideresa popular que pare nuestra pacha mama ante el retroceso inmundo de lo político en la década neoliberal. Luchadora cooperativista, gestora de las necesidades de los pueblos más olvidados por el poder central. Mujer que nace a la vida política cuando todavía algunos zánganos creen que los problemas nacen de que “lo político se mezcle” con lo cotidiano. Se “meta” en el medio.
Dios es argentino, pero vive en Buenos Aires…
Ella, más carnal, es Jujeña. Y trabaja desde ahí por los de ahí. No “atiende en Capital” como otros representantes de su provincia. El refrán que dice “Cocodrilo que se duerme, es cartera” últimamente me parece que alude a la dirigencia que no entendió que los reclamos que caceroleban y piqueteaban en 2000-2001 no terminaron. Siguen vivos en un germen de democracia asambleísta que los que creen que el título de político es otorgado por linaje aún siguen sin comprender. Allá ellos con su ignorancia para aprehender los procesos sociales.
La otra, madre de dos muertos por la dictadura, jamás instó a la anarquía. Siempre esperó a que la Justicia y las Instituciones de la Democracia actuaran. Años de espera caminando, mientras además abría una Universidad Popular, construía casas, apoyaba movimientos sociales, y daba amor. Amor, apoyo y templanza para seguir en la lucha a muchos que tenemos menos motivos que ella para bajar los brazos…
Sin embargo, hoy me quieren hacer creer que ellas dos son “la cara violenta del gobierno”.
Antes de entrar en la lectura de género en sí, quiero decir algo que me viene a la mente justo en vísperas del 12 de octubre: crecí creyendo, a través de la literatura y la pintura de la historia oficial, que era práctica habitual que los “indios” raptaran y violaran mujeres blancas. Años me llevó deconstruir ese discurso. Ver como, perversamente, se invertía la carga: unas pocas mujeres blancas víctimas de esa práctica instaladas propagandísticamente, sirvieron para ocultar la realidad. Para ocultar que cientos de miles de mujeres originarias habían sido sometidas a eso mismo que el conquistador y sus voceros demonizaban. A ver: presentan a la víctima como victimario. Al sojuzgado como sojuzgante.
Raro paralelismo el que acabo de puntualizar con el hecho de señalar a estas dos mujeres como “la cara” de la violencia. Las dos son, más vale, víctimas de violencia. De Estado, Social…
Y víctimas dos mujeres.
Lo que se puede leer de las declaraciones de Don Morales además de su gorilismo a prueba de Historia, ya desde la perspectiva de género, es su inocultable misoginia.
Por un lado, tiene incorporados en sus estereotipos de que corresponde a cada sexo, un esencialismo sociológico que lo lleva a ver en cada mujer individual a “la mujer”. Así de clarito lo deja. Las dos mujeres mencionadas son “la cara violenta”. Todos los fuegos, el fuego. No entiendo que simplificación absurda puede llevarlo a ver en estas dos mujeres una unidad de posición social, experiencia de vida, realidad concreta, fisonomía. A simple vista, sólo las une la lucha. Diferentes caras, en todo caso, de una misma lucha. O de una lucha que hoy por hoy coincide.
Tal vez, inconscientemente, trate de instalar la idea de que “todas las mujeres” somos “la mujer”. Tal vez eso sea útil a su deseo de señalar a nuestro sexo –como durante la inquisición- como el poseedor de todos los atributos malignos que hay sobre esta tierra.
Tal vez esto le sirva para instar a la sociedad a quemarnos en la hoguera.
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