miércoles, 8 de septiembre de 2010

Mi mamá me ama.

Naturalmente.


No decían “mi papá me ama”. Era mamá la que lo hacía, de rodete y batón, mientras cocinaba, cosía o tejía.
Papá, en cambio, siempre sentado en un sillón cómodo, a modo de premio por su diario trabajo. De acuerdo con el grado de antigüedad de los libros de lectura, leyendo o mirando ya tele.
Las mamás no se cansan, están dotadas por la naturaleza de ese instinto que las hace dar todo por amor a su cría. Sería algo así como el “agrandá tu combo” de la biología: un útero viene acompañado de instinto maternal. Así de simple.
En cambio, el amor paternal se construye, dicen, desde el contacto con ese otro que es el hijo. Se construye, es más racional. Así de complejo.
La sociedad se conmueve ante el dolor público de un padre: es que es extraño. El dolor se asocia más fácilmente con la maternidad. Hay dolor de madre, angustia de madre, desvelos de madre, intuición de madre. Recuerdo a la mía propia recitando


Tu tienes una pena y me la ocultas,
¿no sabes que la madre más sencilla
puede leer el alma de sus hijos
como tu lees la cartilla?

Así de todopoderoso ese amor natural.
La joven embarazada víctima de una salidera bancaria en la que sufrió disparos permaneció internada en grave estado. Durante ese tiempo, el bebé que había nacido por una cesárea prematuro, falleció. Según los dichos de su hermano, ella sabía cuál había sido el desenlace. Se lo dijo su instinto maternal. Y el instinto fue título de varias noticias.
La fuerza de madre, otro lugar común jamás puesto en cuestión, la ejerce por estos días la mamá de Gustavo Cerati. Y su fuerza también recibe la recompensa de otros varios titulares.
Estos son sólo dos ejemplos que la realidad nos mostró en los últimos días acerca de cómo esta naturalización del vínculo madre-hijo funciona como fundante del patriarcado. Con varias consecuencias claramente visibles para nosotras las mujeres.
Que “naturalmente” debido a nuestro “instinto” postergamos deseos personales.
Que, también naturalmente, debemos sufrir sin que nada se haga para mitigar nuestros dolores.
Que debemos en nombre de ese instinto luchar hasta que nuestros hijos se transformen en “personas de bien” para una sociedad que no se hace cargo en lo más mínimo de socializar la carga de la reproducción.
La dictadura nos culpabilizaba a las madres con la pregunta ¿Ud. sabe dónde están sus hijos en este momento?
Algunos docentes nos recriminan el bajo rendimiento escolar de nuestros hijos.
Los agentes de salud nos intiman a hacernos cargo obsesivamente de los esquemas de vacunación de la prole.
Los publicistas nos recomiendan cientos de productos cuyo consumo nos garantizará que crezcan sanos y en buenas condiciones de higiene.
¿No será suficiente para que estemos “naturalmente” agotadas?

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