También esquizofrenia.
El sábado pasado, hojeando el diario, me detuve en un ensayo buenísimo del Profesor José Luis de Diego. El título “Política y esquizofrenia” no decía mucho acerca de cómo se desarrollaría la idea. A decir verdad, tampoco decía mucho acerca de la idea en sí. Podía esperarse que se centrara en un análisis de los discursos políticos circulantes, y es que en verdad a veces resultan esquizofrénicos. O en los discursos que producen los políticos, que ni hablar.
Pero no. Se detuvo en lo esquizo de toda una sociedad que muchas veces va de una punta a la opuesta en sus argumentos sin dejarnos mucha capacidad de reacción, ahogada por sus propias contradicciones. Comparto esa visión que la discursividad de los políticos y de la política no nace de un repollo.
Lo menciona a Roberto Arlt por “haber advertido esa curiosa lógica de funcionamiento de la sociedad argentina” en Los siete locos. Obra en la que “nadie hace lo que dice, nadie dice lo que hace”.
Quedé pensando mucho en los ejemplos del texto y en otros tantos, que venían a mí en borbotones. En, por ejemplo, comerciantes que compran y venden en negro para evadir mientras reclaman a los gritos más seguridad –en primer término- luego más salud, más educación…
Pero lo que más me asombró es el visualizar esta lógica de funcionamiento exacta para todas las causas “de las mujeres” que toman estado público. Y por ende dan que hablar.
A decir verdad, poco duró el asombro, ya que los temas en cuestión pertenecen a la esfera política aunque se empecinen en aludirlos como “personales” o “privados”. Dios los libre de dejar de dividir en esferas claramente delimitadas…
Pensaba en el “horror” que causa a la sociedad admitir que hay personas que practican la pedofilia. Seres a los que tranquiliza considerar “monstruos” o “enfermos”, con tal de no hacerse cargo de lo que nos toca. Y lo que nos toca es mirar un programa en el que baila una niña y se le pide “que haga más perreo”. O que compremos para esa misma niña ropa de una marca que en su gráfica publicitaria la muestra con tacos y collares. O que permitamos que la fotografíe un señor que le pide una mirada a la cámara “que lo provoque”.
También vivo en una sociedad que caracteriza a los femicidios como otro horror, pero que devoraba el teleteatro en el que Arnaldo André cacheteaba a Luisa Kuliok. O compra la revista de los que pertenecen, aunque exhiba a una ensangrentada mujer víctima de la violencia de su pareja. O pregunta ante la muerte de otra mujer a manos de su marido si ella le era fiel. O si lo esperaba con la mesa puesta y los chicos tranquilos.
En una sociedad que nos reclama inquietudes, actitud emprendedora, desarrollo pleno de nuestras capacidades, belleza incólume al paso de los años; pero nos achaca despiadadamente si los pisos no brillan, los niños no rinden, el “varón de la casa” se ve obligado a desempeñarse en el ámbito doméstico. Y no me digan que ya no es así. Porque me crispa la esquizofrenia. Y a más de una feminista incluso es capaz de sostener que su nuera “al nene no lo atiende”.
La misma sociedad que admite que seamos mayoría en los claustros universitarios. Que admite que egresemos con mejores promedios que los varones. Pero que cuando elige profesionales, en general los prefiere vestidos de celeste. Al rosa se lo sigue viendo cursi…
Sociedad con crucifijos en los juzgados que suelen determinar la parcialidad de la justicia para resolver el aborto en los casos en que no es punible. Pero con clínicas privadas que los practican a precio alto, muy alto para esos mismos sectores que cuelgan crucifijos.
También vino a título el bombardeo de relatos que nos muestran con una sociedad “avanzada en igualdad” por haber votado a una mujer para Presidenta, pero machista y misógina hasta llegar a la falta de respeto a la hora de juzgarla.
Sociedad que repudia la trata de mujeres y niñas para que ejerzan la prostitución, mientras consume prostitución literalmente o a través de sus múltiples “colectoras”: concurso para buscarle novia a un millonario, publicidad en los medios de mayor alcance.
Queda claro que en lo que respecta a nuestra agenda en tanto mujeres, también la brecha entre lo que se dice, se piensa y se hace se agranda.
Recapacitar con más frecuencia tal vez nos ayude a no caer en el abismo.
El sábado pasado, hojeando el diario, me detuve en un ensayo buenísimo del Profesor José Luis de Diego. El título “Política y esquizofrenia” no decía mucho acerca de cómo se desarrollaría la idea. A decir verdad, tampoco decía mucho acerca de la idea en sí. Podía esperarse que se centrara en un análisis de los discursos políticos circulantes, y es que en verdad a veces resultan esquizofrénicos. O en los discursos que producen los políticos, que ni hablar.
Pero no. Se detuvo en lo esquizo de toda una sociedad que muchas veces va de una punta a la opuesta en sus argumentos sin dejarnos mucha capacidad de reacción, ahogada por sus propias contradicciones. Comparto esa visión que la discursividad de los políticos y de la política no nace de un repollo.
Lo menciona a Roberto Arlt por “haber advertido esa curiosa lógica de funcionamiento de la sociedad argentina” en Los siete locos. Obra en la que “nadie hace lo que dice, nadie dice lo que hace”.
Quedé pensando mucho en los ejemplos del texto y en otros tantos, que venían a mí en borbotones. En, por ejemplo, comerciantes que compran y venden en negro para evadir mientras reclaman a los gritos más seguridad –en primer término- luego más salud, más educación…
Pero lo que más me asombró es el visualizar esta lógica de funcionamiento exacta para todas las causas “de las mujeres” que toman estado público. Y por ende dan que hablar.
A decir verdad, poco duró el asombro, ya que los temas en cuestión pertenecen a la esfera política aunque se empecinen en aludirlos como “personales” o “privados”. Dios los libre de dejar de dividir en esferas claramente delimitadas…
Pensaba en el “horror” que causa a la sociedad admitir que hay personas que practican la pedofilia. Seres a los que tranquiliza considerar “monstruos” o “enfermos”, con tal de no hacerse cargo de lo que nos toca. Y lo que nos toca es mirar un programa en el que baila una niña y se le pide “que haga más perreo”. O que compremos para esa misma niña ropa de una marca que en su gráfica publicitaria la muestra con tacos y collares. O que permitamos que la fotografíe un señor que le pide una mirada a la cámara “que lo provoque”.
También vivo en una sociedad que caracteriza a los femicidios como otro horror, pero que devoraba el teleteatro en el que Arnaldo André cacheteaba a Luisa Kuliok. O compra la revista de los que pertenecen, aunque exhiba a una ensangrentada mujer víctima de la violencia de su pareja. O pregunta ante la muerte de otra mujer a manos de su marido si ella le era fiel. O si lo esperaba con la mesa puesta y los chicos tranquilos.
En una sociedad que nos reclama inquietudes, actitud emprendedora, desarrollo pleno de nuestras capacidades, belleza incólume al paso de los años; pero nos achaca despiadadamente si los pisos no brillan, los niños no rinden, el “varón de la casa” se ve obligado a desempeñarse en el ámbito doméstico. Y no me digan que ya no es así. Porque me crispa la esquizofrenia. Y a más de una feminista incluso es capaz de sostener que su nuera “al nene no lo atiende”.
La misma sociedad que admite que seamos mayoría en los claustros universitarios. Que admite que egresemos con mejores promedios que los varones. Pero que cuando elige profesionales, en general los prefiere vestidos de celeste. Al rosa se lo sigue viendo cursi…
Sociedad con crucifijos en los juzgados que suelen determinar la parcialidad de la justicia para resolver el aborto en los casos en que no es punible. Pero con clínicas privadas que los practican a precio alto, muy alto para esos mismos sectores que cuelgan crucifijos.
También vino a título el bombardeo de relatos que nos muestran con una sociedad “avanzada en igualdad” por haber votado a una mujer para Presidenta, pero machista y misógina hasta llegar a la falta de respeto a la hora de juzgarla.
Sociedad que repudia la trata de mujeres y niñas para que ejerzan la prostitución, mientras consume prostitución literalmente o a través de sus múltiples “colectoras”: concurso para buscarle novia a un millonario, publicidad en los medios de mayor alcance.
Queda claro que en lo que respecta a nuestra agenda en tanto mujeres, también la brecha entre lo que se dice, se piensa y se hace se agranda.
Recapacitar con más frecuencia tal vez nos ayude a no caer en el abismo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario