Muchas veces reflexionamos acerca de las ganancias que devienen de tratar las etapas evolutivas normales que atravesamos las mujeres a lo largo de nuestras vidas como si fueran enfermedades que necesitan inexorablemente de tratamientos costosos. En lo económico y para nosotras en lo personal también.
Vivimos deambulando por consultorios en los que se nos indican ecografías, mamografías, densitometrías, cultivos, análisis. Al recibir las indicaciones solemos preocuparnos demasiado. No tenemos en cuenta que se piden “por rutina”: por lo rutinario de lograr que sigan haciendo negocios aunque la situación nos genere una ansiedad e incertidumbre atroces que muy probablemente tengan impacto real en nuestra salud a la larga.
Tampoco podemos consolarnos pensando que toda esa artillería se despliega para la “prevención” porque día a día nos encontramos con otras mujeres que, haciéndose todos los controles indicados, aparecen de un día para otro con cáncer de mamas o de útero.
De todos modos, siempre reciben una profusa explicación acerca del porqué no fue detectado a tiempo.
Acerca de la prescripción de medicamentos de que también somos convidadas especiales no voy a detenerme en esta oportunidad.
Así las cosas, y como en otras esferas de nuestras vidas, muchas empezamos a tener registro de estas violencias de la medicina para con nosotras.
Y uno de los temas en los que más clara aparece ante nosotras es el del parto: una situación más en la que el patriarcado logró desplazarnos del rol protagónico.
Muchas anécdotas de las que circulan por nuestras entrañables charlas de mujeres nos hacen reír, temblar y tomar conciencia del nivel de vulnerabilidad y exposición que solemos experimentar al parir. En partos que están diseñados para que el personal de salud pase de la mejor manera posible, con nosotras acostaditas y quietas para que “se trabaje mejor”. En partos en los que debemos permanecer calladas para no incomodar, o recibir alguna acotación grosera del tipo “hubieras pensado antes”.
Pero a los negocios no se resigna sí nomás. Los estudiosos del mercado han tomado cuenta de esta tendencia nuestra de querer un parto menos intervenido, más cuidadoso de nosotras y nuestros niños. Y han diseñado una oferta –para mujeres pudientes – de parto en casa.
Todo un equipo médico se traslada al domicilio de la embarazada. Por supuesto con un costo altísimo.
A veces hay una ambulancia esperando en la puerta por si surge alguna complicación.
A veces también se considera la cercanía con un centro de salud equipado para actuar en esos casos.
Algunas mujeres toman esta opción, que es preocupante. Porque siempre queda la duda si en el momento de elegir se les informa claramente acerca de los riesgos que se corren en general, y en el caso de las características de su embarazo o partos anteriores en particular.
Siempre nos queda la idea de que podemos ser tratadas como eternas niñas al momento de pedir explicaciones ante los que detentan el poder de hablar en nombre de la ciencia.
Y la sensación amarga de haber sido una vez más burladas en nuestra buena fe.
Y, para colmo, pagar con nuestra salud física, psíquica y emocional. Como siempre.
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