La Ley de Cupo Femenino –de Cuotas la llaman otros países- no terminó de aplicarse ni de debatirse. Sin embargo, ya se está comenzando tímidamente a discutir una Ley de Paridad. Para las mayorías, que claramente no están interesadas en el tema, la ley de cupo nacional y sus correlatos provinciales y municipales fue sancionada en la década del ´90. Establecía que debía haber un 30% de mujeres en las listas para cargos electivos. Se debatió bastante, sin mayores consecuencias para las mujeres en tanto colectivo: no importaba ninguna amenaza al patriarcado tal como estaba planteada. El impacto que tuvo sí fue relevante para las mujeres, que empezamos a estar representadas en bancas que excepcionalmente ocupábamos antes de la entrada en vigencia de la ley. Una ley que tiene sus trampas: se aplica a la presentación de listas, no a la conformación de los cuerpos. Es decir, aún no hemos logrado que efectivamente en todos los órganos legislativos municipales, provinciales y nacionales seamos un 30%. Tampoco aclara mucho qué se considera “puesto expectante”, hecho que ha dado lugar a que los señores a cargo de “hacer las listas” generalmente nos pongan en tercer término con suerte, si no en sexto y noveno lugar. Así, distritos como La Plata por ejemplo, no tienen una mujer ocupando una banca en Diputados de la Provincia, ya que hubo tres listas que obtuvieron votos suficientes para cubrir 2 de las 6 bancas en juego. Como las mujeres aparecíamos en el inexorable tercer lugar y la reglamentación de la ley omitió el detalle, así quedó la cuestión. Hasta ahora. En muchos países se sigue estudiando el tema, y ya hay consenso acerca de que hay que ir de las leyes de cupo o cuota a las de paridad. Es decir, que en las listas haya un 50% de mujeres. En nuestro caso, ya hay varios proyectos presentados en diferentes provincias y en nación. Aunque el debate no toma estado público, está instalado en parte de la dirigencia política y en nosotras, las mujeres. Y se abren muchas cuestiones que está bueno pensar y repensar. Escuchando a un legislador autor de uno de los proyectos en cuestión, expresó que quería “igualdad de representación para ambos géneros”. Es preocupante ver en qué se ha convertido la categoría analítica de género –cosa que ya he mencionado en otras oportunidades. La usan muchas veces para reemplazar a “sexo”, con las consecuencias inevitables de la dicotomización y naturalización de un ordenamiento cultural en función de lo biológico. A lo que él apunta, sin dudas, es a que ambos sexos tengan igual representación. Un concepto bien diferente del expuesto, que daría lugar a discusiones que evidentemente no estamos como sociedad listos para dar. Pero la discusión que se abre generalmente es la de qué implicancias tiene para el colectivo “mujeres” el hecho de que haya representantes de nuestro sexo en lugares de poder. A nivel simbólico, enormes: toda la sociedad ve ya hoy con naturalidad la presencia de mujeres con ambiciones políticas. Eso en sí ya es maravilloso. En el plano concreto, en general se sostiene que no nos ayudó demasiado a avanzar con nuestros reclamos por el modo en que las mujeres llegan a ocupar puestos en las listas. Habitualmente son elegidas por un sector al que le “corresponde” el cargo, y la mayoría de las veces no han tenido contacto con los movimientos de mujeres cosa que hace que sencillamente ignoren nuestra agenda. En otros casos, la pertenencia a un sector político determinado las lleva a responder en forma exclusiva a los intereses de ese sector, y no tienen espacio propio de decisión para proponer o acompañar las normas que reclamamos. También existe un “saber” popular que considera que una mujer –por el sólo hecho de serlo- tendrá mayor “sensibilidad” para abordar nuestros temas. Un gran disparate de enorme esencialismo biológico. Así, siempre hay una fémina al frente de las comisiones ad-hoc, que suelen armar un combo incomprensible, del tipo “Mujer, Minoridad y Familia”. Temas en los que evidentemente suponen que tener útero te transforma en experta. Muchas veces somos nosotras mismas las que planteamos este tipo de objeciones, sin dudas válidas. Pero al hablar del tema, debemos ser más piadosas con nosotras mismas. Para castigarnos ya están listos todos los poderosos del mundo. Debemos ser un poco menos exigentes para con las personas de nuestro sexo. Como ejemplo: ¿escucharon alguna vez que se debatiera en un sindicato si el legislador que ocupaba una banca por representarlo era absolutamente leal a los intereses de los trabajadores? ¿O si estaba lo suficientemente capacitado para hacerlo? Cuando un ex – presidente o ex – ministro de economía que hizo desastres en gestión legislan ¿alguien se pregunta acerca de su altura moral para hacerlo? Pues nosotras sí. Estamos criadas en un medio que nos exige ser perfectas en todo –de otro modo ni figuramos. A una legisladora se le exige capacidad, formación, buena presencia, ser una buena madre y saber hacer panqueques. Ser poco ambiciosa y tener “una mirada diferente”. Sabrá Dios que quiere decir ese cliché. Por el momento propongo que nos relajemos, apoyemos la búsqueda de paridad porque es justa para nosotras. La mitad de la humanidad. Y para quejarnos por la calidad de las mujeres que ocupan bancas, esperemos que los varones logren primero, si es que pueden, deshacerse de todos los impresentables e incapaces que los representan. La verdadera paridad la habremos alcanzado el día en que haya la misma cantidad de poco preparados que de poco preparadas.
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