Pastillita para el análisis del sueldo docente
En virtud de los tiempos que corren con tanta frescura y apertura a debates que parecían impensables hasta ayer nomás, es que me atrevo a escribir mi humilde visión sobre la histórica postergación salarial de la docencia.
Porque creo que si nos animamos como sociedad a empezar a destronar a los que ejercen poder hegemónico en la comunicación, si nos animamos a decirle al “campo” que ya no queremos ser sólo el “granero del mundo” y hubo una determinación política tenaz para practicar estos cambios, cómo puede ser que –convencidos como estamos del rol fundamental que debe desempeñar la educación pública en la concreción de este modelo de país- no haya una verdadera recomposición salarial para el sector docente.
No me parece utópico en el contexto promisorio en que vivimos que se pudiera hacer algo así como decretar que a partir de tal fecha el salario básico de una maestra pasa a ser de x pesos y todo en blanco. Tudo bem, tudo legal…
Porque el 30 % de 0 es 0. Eso lo aprendí en la escuela pública.
Porque corresponde que si como sociedad nos rasgamos las vestiduras porque los jóvenes no quieren estudiar o tienen bajo rendimiento debemos predicar con el ejemplo y mostrarles que quienes estudiaron reciben una recompensa salarial digna. Tan simple como eso: raramente un joven tendrá ganas de esforzarse y estudiar para luego vivir con una suma que no cubre la canasta básica. Zonzos no son.
Y aquí viene la sanata de la vocación, y del altruismo exigible a los docentes que somos muy mal vistos por toda la sociedad cuando decimos que tenemos derecho a un salario similar al de cualquier otro profesional. Un médico, por ejemplo, ya que toda dirigencia en campaña sostiene que “salud y educación” son importantísimas. Pero a los médicos no se les exige voto de pobreza. Ahí va mi aporte…
A nadie se le escapará que hay profesiones y empleos feminizados. Por lo general, los peor remunerados: el trabajo doméstico, ciertas especialidades de la medicina, la docencia.
Todo esto se sostiene merced al mito de la mujer madre, uno de los más fuertes soportes discursivos del patriarcado: toda mujer tiene como misión más importante en la vida el ser madre, y el extender o proyectar todos los mandatos que se le asignan a la maternidad hacia el conjunto social. Entiéndase por esto el ser dulce, desinteresada, hacer todo por amor sin esperar nada a cambio, cuidar a los débiles, ser calladita y sumisa.
Todo esto que se exige a “la madre” se hace extensivo a lo que nuestra sociedad ha bautizado como “segunda mamá”: la maestra.
Cuando esta maestra reclama, por ejemplo, llaman oyentes a las radios preguntando si lo único que le interesa es la plata. Y que, de ser así, se dedique a otra cosa. A algo compatible con el no querer ser pobre. Porque, repito, se nos exige tácitamente un voto de pobreza. Y pureza. En el debate de la cuestión docente, tener plata está mal visto. Que Ricky Fort tenga plata no. Es “natural”. El es varón. Y empresario.
En el otro extremo de este mito-soporte en lo discursivo se ubica a “la mala mujer”: la puta.
La sociedad patriarcal nos tiene así divididas: la buena-mujer-madre-desinteresada, y la mala-puta-mujer-interesada.
En el mismo instante en que una mujer, o por extensión, una profesión feminizada hace un reclamo político –porque los reclamos reivindicatorios docentes son políticos y no económicos- el patriarcado hegemónico se lanza a disciplinar bajo amenaza de colocar a todo el sector en el banquillo, acusado de instalarse a sí mismo en el lugar reservado para las “malas mujeres”. Las putas.
Pero empiecen a visualizar –quienes tienen posibilidad de cambiar las cosas mediante hechos concretos- que toda esta construcción discursiva que hasta hace poco nos hacía callar hoy ya no nos asusta. No tenemos culpa: sabemos que podemos tener enorme vocación por enseñar junto con enorme vocación por hacer valer nuestros derechos.
Podemos ser madres-putas, o putas-madres. Como gusten.
En virtud de los tiempos que corren con tanta frescura y apertura a debates que parecían impensables hasta ayer nomás, es que me atrevo a escribir mi humilde visión sobre la histórica postergación salarial de la docencia.
Porque creo que si nos animamos como sociedad a empezar a destronar a los que ejercen poder hegemónico en la comunicación, si nos animamos a decirle al “campo” que ya no queremos ser sólo el “granero del mundo” y hubo una determinación política tenaz para practicar estos cambios, cómo puede ser que –convencidos como estamos del rol fundamental que debe desempeñar la educación pública en la concreción de este modelo de país- no haya una verdadera recomposición salarial para el sector docente.
No me parece utópico en el contexto promisorio en que vivimos que se pudiera hacer algo así como decretar que a partir de tal fecha el salario básico de una maestra pasa a ser de x pesos y todo en blanco. Tudo bem, tudo legal…
Porque el 30 % de 0 es 0. Eso lo aprendí en la escuela pública.
Porque corresponde que si como sociedad nos rasgamos las vestiduras porque los jóvenes no quieren estudiar o tienen bajo rendimiento debemos predicar con el ejemplo y mostrarles que quienes estudiaron reciben una recompensa salarial digna. Tan simple como eso: raramente un joven tendrá ganas de esforzarse y estudiar para luego vivir con una suma que no cubre la canasta básica. Zonzos no son.
Y aquí viene la sanata de la vocación, y del altruismo exigible a los docentes que somos muy mal vistos por toda la sociedad cuando decimos que tenemos derecho a un salario similar al de cualquier otro profesional. Un médico, por ejemplo, ya que toda dirigencia en campaña sostiene que “salud y educación” son importantísimas. Pero a los médicos no se les exige voto de pobreza. Ahí va mi aporte…
A nadie se le escapará que hay profesiones y empleos feminizados. Por lo general, los peor remunerados: el trabajo doméstico, ciertas especialidades de la medicina, la docencia.
Todo esto se sostiene merced al mito de la mujer madre, uno de los más fuertes soportes discursivos del patriarcado: toda mujer tiene como misión más importante en la vida el ser madre, y el extender o proyectar todos los mandatos que se le asignan a la maternidad hacia el conjunto social. Entiéndase por esto el ser dulce, desinteresada, hacer todo por amor sin esperar nada a cambio, cuidar a los débiles, ser calladita y sumisa.
Todo esto que se exige a “la madre” se hace extensivo a lo que nuestra sociedad ha bautizado como “segunda mamá”: la maestra.
Cuando esta maestra reclama, por ejemplo, llaman oyentes a las radios preguntando si lo único que le interesa es la plata. Y que, de ser así, se dedique a otra cosa. A algo compatible con el no querer ser pobre. Porque, repito, se nos exige tácitamente un voto de pobreza. Y pureza. En el debate de la cuestión docente, tener plata está mal visto. Que Ricky Fort tenga plata no. Es “natural”. El es varón. Y empresario.
En el otro extremo de este mito-soporte en lo discursivo se ubica a “la mala mujer”: la puta.
La sociedad patriarcal nos tiene así divididas: la buena-mujer-madre-desinteresada, y la mala-puta-mujer-interesada.
En el mismo instante en que una mujer, o por extensión, una profesión feminizada hace un reclamo político –porque los reclamos reivindicatorios docentes son políticos y no económicos- el patriarcado hegemónico se lanza a disciplinar bajo amenaza de colocar a todo el sector en el banquillo, acusado de instalarse a sí mismo en el lugar reservado para las “malas mujeres”. Las putas.
Pero empiecen a visualizar –quienes tienen posibilidad de cambiar las cosas mediante hechos concretos- que toda esta construcción discursiva que hasta hace poco nos hacía callar hoy ya no nos asusta. No tenemos culpa: sabemos que podemos tener enorme vocación por enseñar junto con enorme vocación por hacer valer nuestros derechos.
Podemos ser madres-putas, o putas-madres. Como gusten.
1 comentario:
Es muy bueno, te lo robo para facebook... El Blog debería tener la versión del face que es mucho mas practico, creo, para dar a conocer todo esto.
Un abrazo.
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