viernes, 20 de abril de 2012

Será que locas somos de arranque…


Se suicidó la “mamá-que-mató-a-su-hijo”. No una mujer: el rol desplaza al ser.
Episodio muy confuso, tal vez “negligencia” por parte de quienes debían cuidarla. O clara comprensión del mandato delegado por una sociedad -y un poder que de ella emana- poco preocupada por preservar su vida, nuestras vidas de mujeres.
Poder que tiene encerrada a Romina Tejerina pero no a su violador.
Poder que libera a los implicados en el caso Candela.
Y a Don Barreda, cuya reacción se naturaliza mediante la frase “le hinchaban las pelotas”.

Claramente, Romina no tiene pelotas capaces de hincharse por tener que gestar un hijo no deseado producto de la violación de un indeseable. Por no tener los resortes para acceder a que en ella se cumpla con el artículo 86 del Código Penal que posibilita el aborto en este tipo de casos. No tiene pelotas: tiene sólo un útero –dominante- que debe irradiar luz a su existencia toda ante el hecho de convertirse en útero gestante.
Cómo se llegó a esa situación no importa: una vez producida, toda mujer “normal” debe proceder al tejido de escarpines, a acariciarse la panza y a grabar compilados de canciones de cuna.

Adriana Cruz, más conocida como “la-asesina-de-su-hijo”, tampoco tenía pelotas que justifiquen asesinato por hinchazón.
Ni demasiadas voces que se pregunten públicamente que pudo haberle estado pasando para que hiciera lo que hizo.

Ambas son presentadas como “monstruos”, mujeres anormales capaces de atentar contra un hijo en vez de hacerlo depositario de mimos y cuidados como –por naturaleza humana y divina- corresponde.

Y en este punto algo hace ruido: la locura, que en los varones todo justifica tornándolos inimputables, en las mujeres no opera como atenuante… Será que locas somos de arranque.

Locas de amor, de celos. Locas menstruantes o en período ovulatorio.
Locas si frontales y sinceras. Locas si reservadas y enigmáticas.
Locas las actrices, las políticas, las maestras, las peluqueras.
Locas las que tienen muchos hijos y las que deciden no tenerlos.
Locas cuando manejamos.
Obsesivas, neuróticas, y el infaltable histéricas. Siempre.
Compulsivas, paranoicas, angustiadas, hipocondríacas, depresivas, hiper-sensibles, bipolares.

Todo este consenso desplegado en torno a nuestra locura.
Todas somos “locas como nuestras madres”.
Pero es una locura que presenta un quiebre: unos episodios lúcidos que nos debe dar la maternidad. En otras palabras, si estás del moño, ante tus hijos-sagrados obrarás como si no lo estuvieras. “Naturalmente”, la locura femenina se disipa en contacto con la descendencia.



Por eso hermana, no te va a salvar ningún perito. Ni ningún juez. A ningún verdugo siervo del patriarcado le temblará el pulso. Tampoco a muchas verdugas.

El día de la detención de Adriana Cruz, el juez interviniente adelantó a la prensa que le cabría perpetua, que no era inimputable porque se “encontraba lúcida en tiempo y espacio”. También se manifestó sorprendido  por que la Sra. Cruz hubiera hablado con los medios.

El día en que en La Plata hubo “un-padre-que-mató-a-sus-hijas”, la cosa no se contó con estas palabras. El relato hegemónico hablaba del odontólogo Barreda.
Esa lúgubre tarde no se escucharon voces de miembros del poder judicial adelantando una perpetua: no era cuestión de mancillar el buen nombre y honor de un profesional sin suficientes pruebas.
Tampoco se adelantó que se encontrara tan lúcido en tiempo y espacio como para poder asesinar a cuatro mujeres, conducir hasta la casa de su amante, llevarla a un albergue transitorio y devolverla a su domicilio, para por fin volver a la escena del crimen y denunciar lo acaecido.

Pese a lo descripto, hubo voces desde la justicia que hablaron de emoción violenta. Otras trataron de marcar su inimputabilidad. Trataron de que entendiéramos que un varón loco puede no tener conciencia de estar matando a sus hijas.

En cambio, el manual del buen sexismo indica que a una mujer ni la locura la exime de ser “buena madre”. Aún padeciendo un brote psicótico, la maternidad debe ser más fuerte.

Si sos varón, la locura te exculpa.
En cambio, si sos mujer, ni aún loca dejás de ser mamá. Porque “mamá” sos por encima de ser persona.
Y una mamá no mata.

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