martes, 25 de octubre de 2011

Mujeres quemadas

Cómo hacernos cargo


Otra noticia escalofriante: una mujer, embarazada, en La Rioja. Rociada con alcohol y prendida fuego. Los medios difunden el caso y, con asombro reiteran que el violento-femicida es funcionario del Inadi.
Me interesaría ahondar en las causas de tal asombro.
Pareciera que reina el pensamiento mágico: creer que la grave situación de violencia y desigualdad a que estamos expuestas las mujeres se soluciona enunciándola y creando reparticiones públicas y privadas que se ocupen del “área mujer”.
Es lo que hasta acá se hace, y lo que las mujeres que tenemos conciencia de nuestra situación –porque no hay coincidencia biológica entre ser mujer y haber tomado conciencia- interpelamos.
La violencia que contra nuestro sexo se practica es sistémica y estructural. Cruza todas las esferas de nuestra vida en forma permanente. La sentimos al vernos estereotipadas al prender la tele por las propagandas. Al leer revistas femeninas que nos recomiendan cómo no agotarnos por tener que trabajar fuera y dentro de nuestras casas, además de vernos bellas e impecables. Si nos violaron y el médico que debe practicarnos un aborto no punible pide que la justicia se expida sobre el tema. La sentimos también en un aula compartida sólo por mujeres en la que, cuando se genera debate, una profesora nos dice que al final es cierto que hablamos mucho. Cuando vamos a un médico que nos medica sólo por ser mujeres, sin ahondar demasiado en nuestra particular situación. Cuando manejando nos gritan “¡Tenías que ser mina!”. Cuando tenemos que soportar que nuestra apariencia genere comentarios que van desde el acoso leve a la grosería. Cuando llegamos del trabajo agotadas y tenemos que hacer la comida. Invito a mis congéneres a ir completando esta listita de violencias cotidianas.
Las personas crecimos y formamos nuestras subjetividades en esta realidad. Por ende, la sola creación de un organismo que se encargue de la discriminación en general o en particular, no indica que necesariamente quienes en él se desempeñen tengan conciencia y crean que existe una situación a revertir, o que sepan cómo encararlo.
Es decir, puede estar la inquietud pero no la capacitación específica para poder abordar políticas verdaderamente conducentes.
Y esto es lo que sucede muy a menudo: se ocupan los cargos con personas que están formadas en estas realidades que enumeré. Que no siempre son críticas de estas realidades. O que, pese a serlo, no tienen la capacitación necesaria para revertirlas. Constituye un caso más de violencia contra las mujeres ver que cualquier mujer, sólo por sus caracteres anatómicos, se considere como capacitada para conducir las políticas de una de estas áreas.
Así las cosas, y con el patriarcado sin ser puesto en cuestión, vemos que se propone hacer más refugios para mujeres. Encarcelar por mayor tiempo a los violentos.
Si esto es “lo que hay que hacer”, sin abordar lo estructural, terminaremos con un mundo transformado en refugio, y la mayoría de la población encarcelada. Porque no estaríamos yendo al fondo de la cuestión.
El mundo patriarcal-capitalista se dividió hace ya mucho en esferas pública y privada. Para las feministas, esa división es insostenible. Ambas esferas se entrecruzan permanentemente. Para nosotras, lo personal es político.
Tal vez, si nuestras voces no fueran silenciadas o ignoradas, una persona con reiteradas denuncias de violencia, de esa violencia que al patriarcado le gusta llamar “doméstica” para restarle importancia, no hubiera llegado jamás a estar a cargo de una repartición encargada de combatir la discriminación.
Tal vez también esa mujer que hoy es víctima hubiera tenido la posibilidad de visualizar que su pareja era un violento y hubiera podido elegir.
Tal vez si hubiera más voces feministas circulando, habría más amor, menos jerarquías, más igualdad… y menos violencia.

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