Muchas gentes exaltadas defienden “la vida”. Una vida amenazada sólo, en sus pequeñitas perspectivas, por las mujeres que exigimos poder decidir sobre nuestros cuerpos, nuestros proyectos, nuestros sueños… nuestra vida. Que no es “vida” para los “pro-vida”. Tan iluminados son, que saben con exactitud cuáles vidas merecen defenderse y cuales no.
La de los chicos y chicas pobres, por ejemplo, no entran en la categoría de vidas a proteger. Son vidas a encarcelar, o a privar de derechos. Del Sel, conocido comicastro prostituyente, en un alarde de la misoginia que lo llevó a la fama, sostiene que las niñas pobres se embarazan más que antes merced a la asignación universal que alcanza a las mujeres después del tercer mes de embarazo. Es sencillo: para él, todas somos prostitutas. Todas las mujeres hacemos todo a cambio de dinero. Por unos pocos pesos nos dejamos insultar por él haciéndole de partenaire en la tele. Por otros pocos pesos algunas mujeres tendrán que satisfacerlo sexualmente. Por otros pocos pesos nos embarazamos. Porque todas a su entender somos idiotas y no podemos proyectar el impacto que tener un hijo tendrá en nuestras vidas.
No veo manifestaciones “pro-vida” tampoco en las puertas de sanatorios privados en los que se mata a mujeres que requieren “verse bien” y se someten a cirugías despiadadas para encajar en un molde estético que los defensores en cuestión no interpelan en lo más mínimo. Las iglesias, que nos amenazan a las mujeres con el infierno si deseamos interrumpir un embarazo, no ponen ningún énfasis en señalarnos que el camino de estar bellas para ser aceptadas también puede terminar en una muerte. Claro, es una de las muertes que no preocupa demasiado evitar.
Todos los poderes que disponen de micrófono acuerdan en sostener este modelo estético femicida. Florencia de la V se jacta ante Susana Giménez de cómo le quedó el cuerpo después de la maternidad. Más violencia contra nosotras, más mandatos.
Debemos ser madres a toda costa, y debemos quedar para la foto inmediatamente después de hacerlo.
Miles de mujeres morimos caídas en cumplimiento del deber que emana del sólo hecho de haber nacido mujeres. Y a pocos nos importa.
Por momentos pienso que el odio hacia nosotras terminaría en nuestro eficaz exterminio si pudieran lograr que fuéramos prescindibles en el proceso de reproducción de la especie.
Si el interés por defender la vida es genuino, los invito a todos a unirse a todas las batallas que hay que dar para que ese derecho –ya gastado de tan nombrado- se haga realidad.
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