martes, 23 de agosto de 2011

Educación, sexo, géneros…

Aquello que ni se discute

Creo que como sociedad estamos obligados a revisar permanentemente aquellos debates que parecen ya saldados. Esas “verdades reveladas” que hemos hecho carne y hasta nos da temor poner en cuestión por llegar a ser mal interpretados. O tildados de retrógrados.
Durante la especialización en estudios de mujeres y género presté particular atención a la naturalización de estereotipos de comportamientos, actitudes y capacidades atribuidos “naturalmente” a los sexos en el ámbito educativo.
Lo que surge de la observación no es nada que no hayamos visto o escuchado todos, pero sí dogmas que nunca discutimos.
Al entrar a una escuela cualquiera, por ejemplo, durante el recreo vemos un “natural” uso del espacio: los niños el central en un porcentaje abrumadoramente mayor al de las niñas. Ellas quedan contra las paredes, charlando en grupo o reducidas a juegos o actividades que exijan de escaso o nulo desplazamiento, debido al riesgo de ser llevadas por delante por corredores amateur desbordados.
El personal dirá, sonriente, que los varones salen a los recreos llenos de vitalidad, que necesitan descargar y moverse. Que son “de naturaleza” inquieta.
Automáticamente, dos por uno, estarán naturalizando la concepción del sexo femenino como “quietito, calmo, pacífico”.
Mediante estas naturalizaciones asumirán que nada deben hacer para propender a un uso del espacio más igualitario, ya que las cosas son como deben ser.
Esto transportado al campo de la sexualidad nos da como resultado la tenaz dicotomía activo-pasivo de la que cuesta tanto escapar.
Ya dentro de un aula, podremos ver cómo se distribuye el uso de la palabra. Qué espacio concreto recibe cada uno de los sexos, y cómo se toman las intervenciones de los alumnos según su sexo. Los ejemplos, que siempre terminan en un “tenés razón, nunca lo había pensado” son demasiado extensos para esta ocasión.
A todo esto le podemos sumar el decálogo de características académicas que se asignan automáticamente por sexo: las niñas son más prolijas, los niños más inteligentes. Las niñas más aplicadas, los niños más revoltosos. Las niñas más expresivas, los niños más reservados.
Así las cosas, no veo con tanta claridad los beneficios que tiene la educación mixta.
Cuándo lo pregunto en voz alta, saltan a responderme que soy anacrónica, que eso ya constituyó un enorme avance.
Me responden que la escuela constituye una preparación para la vida. Y que la vida se desarrolla entre personas de distintos sexos. No tan claro como obvio…
Porque de no haber una escuela comprometida con vivir la igualdad, en realidad para lo que te prepara es para reproducir hasta el infinito las diferencias de jerarquías sin objetarlas, por naturales nomás.

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