martes, 13 de abril de 2010

Morir por ser mujer.

El relato de la propia muerte.

Muchas películas desarrollan su trama mostrándonos en general varones que, por estar complicados con mafias, decisiones de “alta política”, o situaciones de gran trascendencia para la humanidad, son amenazados de muerte. El derrotero de esos héroes de película incluye la impotencia que les da el que nadie les crea cuando denuncian. Sin embargo, hasta en ese mismo tipo de película, el ser varón otorga una credibilidad mayor que el ser mujer. La palabra de unos y otras no goza del mismo valor: las mujeres somos tomadas por “locas” con mayor liviandad. Además de que, si estamos calladitas, agradamos más…
La semana pasada apareció finalmente el cuerpo de Mónica Bauzá, que había desaparecido en agosto del año pasado. Los medios, que nada dejan pasar sin que les sirva a sus pequeñitos intereses, equipararon el caso al de la familia Pomar para poder despacharse acerca de la incapacidad que muestra la policía para llevar adelante investigaciones y procedimientos. Y omiten, como siempre, hablar de lo que hay que hablar. No se trata de “la policía”. Se trata de una sociedad entera que no valora la palabra de las mujeres.
Mónica Bauzá – sólo por que se trata del caso de estos días, pero hay miles- había denunciado varias veces a su ex - marido por maltratos y amenazas.
También había iniciado un expediente de exclusión del hogar en el que constaban todas estas declaraciones previas.
Su hermana, otra mujer, de entrada nomás manifestó que Mónica le había contado que el asesino, cuando ella le pidió separarse, le había dicho que “si no era su mujer no sería mujer de nadie”. Parece que semejante declaración no fue lo suficientemente clara como para ser tenida en cuenta.
Luego de tantos meses se comprueba que, en sus denuncias, la víctima había relatado en forma precisa su propia muerte. Se ve que el ex-marido no ahorraba detalles cuando amenazaba…
Y me pregunto cómo nos podemos sentir ante esto todas las Mónicas posibles. Todas las que aún a sabiendas del poco crédito del que gozamos, igual insistimos en hacernos escuchar, en pedir ayuda, en recurrir a las instituciones que están para brindarnos algún tipo de garantía en estos casos…
El asesino, al ser detenido dicen, se quebró y confesó. “me dijo que se quería llevar a los chicos”, dijo. “Y le tapé la boca”.
Pido por favor que no nos quedemos con estas últimas palabras. Si lo hacemos, el efecto y el peso disciplinador que tienen será exitoso.

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