jueves, 13 de agosto de 2009

La chiva expiatoria.

María Julia y el sexismo.

Nada más extraño para mí que escribir algo que algún lector desprevenido pueda interpretar como un alegato de defensa.
Pero la ferviente insistencia por parte de los medios en mostrar “la caída” de la Sra. María Julia Alzogaray parece merecer algunas reflexiones ideológicas y de construcción de significados vigentes en nuestro mundo, todavía hoy.
Durante la década del `90 la sociedad argentina toda, o mejor dicho con escasísimas excepciones, vio con beneplácito la instauración del modelo neoliberal globalizado y globalizante. Hay que hacerse cargo.
Su gestor por estas tierras puede haber sido votado la primera vez “desprevenidamente” por peronista. Pero su contundente reelección nos muestra a las claras que había un pueblo que masivamente apoyaba la ideología de la desigualdad neoliberal. Sería ingenuo y peyorativo para con este pueblo al que aludo sostener que sólo se lo votó la segunda vez por “la cuota licuadora”.
Los que hoy lo demonizan ayer lo adulaban. Los medios de comunicación incluidos, haciendo pasar sus barbaridades como “notas de color”. Y como no, si los grandes multimedios terminaron de armarse bajo su mandato…
De repente una sociedad entera se dio cuenta de que “había corrupción”, pero la consideraban acotada a un equipo de gestión del que muchos de sus miembros siguieron en funciones durante el gobierno “puro y moral” que lo sucedió con la Alianza. En ese momento, podríamos haber empezado a sospechar que si todo el que llega al poder se corrompe, tal vez la corrupción venga de lejos… Tal vez sea parte del combo que se necesita comprar para instalar un modelo económico que inexorablemente necesita de la corrupción de los Estados Nacionales para perpetuarse.
Pero el neoliberalismo es un monstruo grande y pisa fuerte. Al pueblo enardecido que caceroleaba “que se vayan todos” había que tirarle solamente una víctima para acallar sus reclamos.
Y, ¡casualidad!, la inminente necesidad que mencioné al principio de construir significado desembocó en una mujer, capaz de condensar en su persona todos los males de la posmodernidad vernácula.
En los tres gobiernos que hubo durante la década, no sé exactamente qué porcentaje de mujeres había en la función pública. Pero dudo que llegaran al 20%. Y en los espacios reales de toma de decisión, tal vez ninguna.
Cuatro recuerdo claramente: Claudia Bello, Matilde Menéndez, Adelina Dalesio y María Julia Alzogaray.
De muchos más hombres me acuerdo, todos ellos libres, algunos exponiendo su genialidad en conferencias que el mundo liberal paga por escuchar. Ninguno expuesto por los mismos medios que tanto reniegan hoy de aquellos años.
Es que me resulta extraño creer que todo el desfalco de la década del `90 se reduzca a la suma de 3.000.000 de pesos que “se robó” María Julia.
Y me pregunto ¿por qué María Julia solamente?
Y me contesto rápidamente: por mujer y por capaz.
Mujer, por el nivel de desproporción de fuerzas en los espacios de poder. Por que resulta más fácil tocarla sin rozar a quienes sería riesgoso para todo el poder –no sólo el político- tocar.
Dentro de las cuatro mujeres mencionadas, tal vez porque su nivel de capacitación para la función pública –subrayo nuevamente que no estoy aprobando su postura ideológica- era superior aún a la de muchos de los hombres del entorno presidencial de aquellos años. Y eso a una mujer no se le perdona.
Cuando un hombre sabe del tema que está tocando, es un “estadista”.
Cuando una mujer lo hace, es soberbia y merece el cadalso.
Me encantaría presenciar junto con su justa condena, la condena que le quepa a todos los integrantes de los gabinetes que hubo por esos tiempos.
Así, lo que hoy es sólo sexismo, será justicia.

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