En lo que va del año ya se allanaron dos “casas de citas” de nuestra ciudad, en las que se “rescataron” varias mujeres, algunas en condición de esclavas capturadas por redes de trata. Sin dudas, un año de logros en un tema por el que nada se había hecho.
En primer término, creo que ayudo mucho a instalar el horror del tema en la sociedad la emisión del teleteatro “Vidas robadas”. Esa toma de conciencia popular tal vez haya ayudado a que por fin se sancionara la Ley de Trata, herramienta de vital importancia para combatir el flagelo. Pero no la única herramienta y, a mi entender, no la de mayor peso.
En los dos casos actuaron clientes como disparadores de situaciones que derivaron en la intervención de la justicia y la policía, y ahí es donde hay que poner el acento: sin clientes –prostituyentes- no existiría la prostitución y por ende tampoco la trata de mujeres sería un negocio tan redituable. Por eso decía al principio que lo hecho no es lo único ni lo más importante. Lo que se impone es más duro, más a largo plazo, más subversivo del orden patriarcal imperante.
Se trata de una revolución cultural que comience por deconstruir la idea de los cuerpos de las mujeres como objetos de consumo masivo. Sabemos que no es sencillo porque quedarían en peligro de extinción cientos de programas de televisión y revistas que hacen de la exposición de las mujeres su única razón de ser, pero como sin demanda no hay oferta…
También habría que lograr que los hombres comprendan que la venta de sus cuerpos no le hace bien a ninguna mujer, que constituye un acto de violencia y de abuso de poder generado por una situación de desigualdad: las “partes” que realizan la “transacción” no tienen igualdad de condiciones ni de jerarquía, cosa que anula toda posibilidad de esgrimir “libertad” por parte de las mujeres en esa situación. Esos argumentos liberales que se aplican a la libertad de comercio se infiltran en esta situación de extrema vulnerabilidad social convenciendo hasta a algunos dirigentes que quieren regularla y sindicalizarla como si se tratara de un trabajo más: extraño “trabajo” aquel donde el abuso y el acoso son inherentes a su ejercicio.
La poca legislación que hay sólo se centra en el proxeneta, dejando de lado, repito, al principal actor que es el cliente. Será para proteger a los hombres, lejos de toda responsabilidad al respecto, ya que ellos “tienen que buscar afuera lo que no tienen en casa” porque “es su naturaleza”. Será para cuidarlos a ellos del daño moral que les podría producir el caer en la cuenta de que no tienen capacidad de unir amor con deseo; y a la sociedad occidental, cristiana y capitalista de los riesgos que esta toma de conciencia produciría en “la familia”.
Por esto es que toda política que se pretenda instalar respecto del tema inexorablemente debe incluir una revolución en la manera de pensar de nuestra gente: ya vemos los resultados cuando un cliente toma conciencia. También es necesario este cambio de perspectiva para ver qué celebramos cuando las mujeres son “rescatadas”: en la medida en que no haya una sociedad entera dispuesta a ayudarlas a cambiar su situación de vulnerabilidad social, tal vez lo único que se haya logrado mediante esos allanamientos es dejarlas varios días sin comida para ellas mismas, o para aquellos a quienes ellas mantienen.
El tema ya está a la vista, y en boca de todos. Sólo falta ir más a fondo en el debate.
Prof. Delia Añón Suárez
En primer término, creo que ayudo mucho a instalar el horror del tema en la sociedad la emisión del teleteatro “Vidas robadas”. Esa toma de conciencia popular tal vez haya ayudado a que por fin se sancionara la Ley de Trata, herramienta de vital importancia para combatir el flagelo. Pero no la única herramienta y, a mi entender, no la de mayor peso.
En los dos casos actuaron clientes como disparadores de situaciones que derivaron en la intervención de la justicia y la policía, y ahí es donde hay que poner el acento: sin clientes –prostituyentes- no existiría la prostitución y por ende tampoco la trata de mujeres sería un negocio tan redituable. Por eso decía al principio que lo hecho no es lo único ni lo más importante. Lo que se impone es más duro, más a largo plazo, más subversivo del orden patriarcal imperante.
Se trata de una revolución cultural que comience por deconstruir la idea de los cuerpos de las mujeres como objetos de consumo masivo. Sabemos que no es sencillo porque quedarían en peligro de extinción cientos de programas de televisión y revistas que hacen de la exposición de las mujeres su única razón de ser, pero como sin demanda no hay oferta…
También habría que lograr que los hombres comprendan que la venta de sus cuerpos no le hace bien a ninguna mujer, que constituye un acto de violencia y de abuso de poder generado por una situación de desigualdad: las “partes” que realizan la “transacción” no tienen igualdad de condiciones ni de jerarquía, cosa que anula toda posibilidad de esgrimir “libertad” por parte de las mujeres en esa situación. Esos argumentos liberales que se aplican a la libertad de comercio se infiltran en esta situación de extrema vulnerabilidad social convenciendo hasta a algunos dirigentes que quieren regularla y sindicalizarla como si se tratara de un trabajo más: extraño “trabajo” aquel donde el abuso y el acoso son inherentes a su ejercicio.
La poca legislación que hay sólo se centra en el proxeneta, dejando de lado, repito, al principal actor que es el cliente. Será para proteger a los hombres, lejos de toda responsabilidad al respecto, ya que ellos “tienen que buscar afuera lo que no tienen en casa” porque “es su naturaleza”. Será para cuidarlos a ellos del daño moral que les podría producir el caer en la cuenta de que no tienen capacidad de unir amor con deseo; y a la sociedad occidental, cristiana y capitalista de los riesgos que esta toma de conciencia produciría en “la familia”.
Por esto es que toda política que se pretenda instalar respecto del tema inexorablemente debe incluir una revolución en la manera de pensar de nuestra gente: ya vemos los resultados cuando un cliente toma conciencia. También es necesario este cambio de perspectiva para ver qué celebramos cuando las mujeres son “rescatadas”: en la medida en que no haya una sociedad entera dispuesta a ayudarlas a cambiar su situación de vulnerabilidad social, tal vez lo único que se haya logrado mediante esos allanamientos es dejarlas varios días sin comida para ellas mismas, o para aquellos a quienes ellas mantienen.
El tema ya está a la vista, y en boca de todos. Sólo falta ir más a fondo en el debate.
Prof. Delia Añón Suárez