Tengo un plan…
Avanzan las audiencias del juicio por la desaparición de Marita Verón.
Escuchar en los medios cosas que sabemos de memoria es impactante. Porque lo que “sabemos” lo “sabemos” por intuición, o por conocer las complicidades – fraternidades- propiciadas por el patriarcado. El “entre bueyes no hay cornadas” que practican entre sí los varones, máxime si pertenecen a la misma clase.
Y que rara vez estamos dispuestas a poner en práctica las mujeres.
En una de las tantas crónicas periodísticas de lo que está sucediendo, se nos informa el accionar de un juez que mucho hizo por cajonear la causa, al que una de las mujeres prostituidas reconoce como cliente del burdel en que la tenían cautiva. Más aún, la mujer prostituida haber tenido que “prestarle servicios sexuales” ella misma.
¿Se puede ser juez y parte?
¿Puede cualquier varón prostituyente actuar en cualquiera de los eslabones de esta cadena macabra en los que se requiere intervención?
Antes de darte un tele en cuotas, el comerciante consulta si estás o no en el veraz. Y decide dártelo o no de acuerdo con esa información.
Sabemos que una sociedad que naturaliza el consumo de mujeres dejándolo sin condena –porque se habla muy poco del rol del prostituyente cuando se aborda el tema trata- jamás podrá erradicarla. Sencillamente porque no está viendo el asunto en toda su complejidad y con todos sus actores incluidos.
Si el consumo de mujeres no tiene nada de malo, ni hay nada que cuestionar en esa práctica, pues entonces que los varones que la ejercen se anoten en un Registro Único de Consumidores.
Para que nosotras, las mujeres, podamos darles o negarles el crédito que necesariamente debemos otorgarles a los encargados de intervenir para erradicar esta forma de esclavitud y explotación.
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