martes, 22 de diciembre de 2009

En defensa del feminismo.

En este caso sí, revisando el género.


No creo que necesitemos pensar demasiado qué connotaciones tiene para nuestro entorno reconocernos feministas: odio a los varones, insatisfacción, reemplazo de la dominación masculina por dominación femenina. Freud aportó el concepto de “envidia del pene” que todos repiten aunque pocos hayan leído. Ni les cuento lo que puede pasar con un varón que se reconozca feminista… Las burlas –que generalmente nacen de lo que no somos capaces de comprender – cunden.
Y los medios en general presentan el tema como “guerra de los sexos”, alimentando los saberes populares que enuncié antes.
Y acá se puede dejar una línea de reflexión abierta para ahora, que se viene el descanso. Para que se empiece a comprender que ser feminista no equivale a ser machista “pero al revés”. A eso yo lo llamaría “hembrista”, y está muy lejos de la filosofía del feminismo.

Las feministas no estamos embarcadas en ninguna guerra, y menos aún una guerra entre los sexos. Somos pacifistas, soñamos con un mundo más justo. Somos humanistas.
Luchamos por una sociedad sin jerarquías. En realidad objetamos no el sexo, sino el sistema de jerarquización social basado en las relaciones de género.

El sistema sexo-género consiste en asignar a una persona humana roles, comportamientos e intereses basándonos en sus caracteres anatómicos observables. En decretar que el mundo masculino será signado por la razón, mientras que el femenino por la emoción. Que la mujer reinará en su casa y el varón fuera de ella: que mientras ellos sueñan con conquistar el mundo, nosotras sólo con tener un marido e hijos. Con todo lo que esto trae aparejado…

En síntesis, luchamos contra el manejo de poder que subyace a este tipo de visión dualista, y que se basa en el viejo esquema dominante-dominado. No se trata de un “mundo manejado por mujeres”. Porque tal vez sería igual que el que tenemos, ya que muy probablemente las relaciones de poder que esconde el género seguirían intactas, sin ser cuestionadas.

Pensemos a modo de ejemplo que sucede en las cárceles, donde sólo conviven personas del mismo sexo: las jerarquías están claras y a la vista, el poder es ejercido por un grupo dominante que sojuzga a un grupo más débil… en fin… hay un sector “masculinizado” y otro “feminizado”. El sistema de género intacto, pese a que en el ejemplo citado –insisto- se trata de personas de un mismo sexo.

Es importante que como sociedad podamos ver esto claramente para ser capaces de evaluar mejor los acontecimientos cotidianos.
En estos días tomó estado público lo que se dio en llamar “ginecoabuso”. El escándalo suscitado presenta a los médicos responsables como monstruos, o como personas anormales.
Y si logramos comprender las diferencias de poder que emanan del sistema de género, podremos empezar a darnos cuenta –aunque es duro hacerlo- de que su comportamiento no es tan anormal como lo pintan: es un comportamiento disciplinador de las mujeres cuyo “deber ser” han mamado esos varones desde siempre.
Cuando violan a una mujer que se practicó un aborto, lo que hacen es castigar desde su divinidad y jerarquía, a una mujer que decidió sobre su cuerpo, que considera que su cuerpo le es propio. Algo que dentro el sistema sexo-género está explícitamente contraindicado.

Tal vez dejar de ver al feminismo como una amenaza, y al sistema sexo-género como un tema secundario en nuestra cultura, nos permita superar problemas de larga data.

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