jueves, 19 de febrero de 2009

Castración de violadores.

En medio del sosiego legislativo estival, aparece la iniciativa por parte de un legislador mendocino. Como muchas otras, pasa inadvertida para la inmensa mayoría de los compatriotas. Pero da pie, sin dudas, para ver cómo nos ubicamos ante el tema, y cómo está armada nuestra sociedad discursivamente para que, a modo de respuesta ante la inquietud popular, la única propuesta que se escuche sea ésta, tan radical… Tan similar a la propuesta de pena de muerte… Tan legitimadora del patriarcado.

En primer término, quiero dejar en claro que el hecho de que se reconozca que los violadores son en su mayoría reincidentes, que eso se ponga en palabras, es en sí auspicioso. Durante el año pasado hubo una política pública implementada en la provincia de Buenos Aires –la de rehabilitación de violadores por medio de terapia entre otras cosas – que opera en el mismo sentido de visualizar la cuestión como problema gravísimo que no se subsana con la reclusión del violador.

Pero la propuesta deja ver varios vicios de análisis instaurados en el inconsciente colectivo.

En primer término, el violador no persigue satisfacer sus necesidades sexuales, sino que es un ser violento que usa su sexualidad para canalizar esa violencia. Así visto, quitarle “el arma”, su pene, no le impedirá de ningún modo seguir ejerciendo violencia sexual. Tal vez lo único que se logre sea estimular su creatividad para hacer uso de objetos o prácticas que lo ayuden en la consecución de sus deseos e impulsos.

En otro orden de cosas, resulta desopilante ver que, pese a los avances de la humanidad, se sigue considerando al “pene” como algo separado del cuerpo de un hombre, indomable, capaz de adquirir vida propia y hacer cosas de las que el hombre que lo porta es considerado irresponsable. Así dicho podrá causar gracia, pero si analizamos el trasfondo del proyecto queda claro que esa es la idea: sin pene, no hay violador.
Esta idea de “pene autárquico”, que se “autorregula y autogobierna” da lugar a consideraciones sencillamente repugnantes. Es la misma idea que hace que una mujer que acepta salir con un hombre, llegando tal vez a besarlo, no tenga posibilidad de que la defiendan si luego es violada por ese individuo, ya que la sociedad considera que si el “pene alien” llegó a una erección, la mujer es la responsable de lo que dicha erección cause. El hombre portador de ese pene ya es considerado, a esas alturas, incapaz de ejercer control alguno. Para nuestra cultura, las mujeres somos responsables de lo que ese pene haga. También resulta increíble observar que los hombres no se defiendan de semejante acusación por parte de la sociedad… o será que no reaccionan porque ese mismo mito de la imposibilidad de autocontrol les garantiza ciertos privilegios.

A todos los que la cantidad de casos los preocupa e indigna, y de buena fe quieren hacer algo al respecto, les pido sólo que traten de ver el tema desde el origen. El camino hacia su solución será más arduo: se trata de revisar los saberes populares. Pero dará sin dudas buenos resultados.

Prof. Delia Añón Suárez



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