Tal vez fue un descuido de Juan Jacobo, quizás Rousseau lo hizo adrede, lo cierto es que, su contrato social –paradigma de la sociedad liberal- contaba y cuenta con un sinnúmero de cláusulas leoninas que vienen esbozadas en “letra chica”.
El sistema establecido en dichas cláusulas, quedaría constituido más o menos así: “todos los estratos sociales, que no gocen de ingresos dignos, ni formen parte de la actividad económica capitalista, quedan constreñidos a afrontar con sus medios de subsistencia, los errores de quienes manejan los hilos del mundo”. De una glosa no muy minuciosa, podemos inferir el funcionamiento del capitalismo globalizado.
La crisis financiera por la que se encuentra pasando el planeta tierra, perdón, Estados Unidos (vaya fallido), da una muestra irrefutable de cómo funciona el liberalismo tanto en términos políticos como económicos. Los peces gordos del Wall Street, no se sabe si por torpeza o por su propia incapacidad de continuar con la manutención de un aparato basado principalmente en cuestiones etéreas, intangibles, han logrado poner en jaque a la economía mundial.
Lo paradójico del caso es que el gobierno Norteamericano, principal cultor de la ortodoxia del laisser faire –laisser passer, se encuentra debatiendo la posibilidad de desembolsar una importante suma de dinero para “acudir en ayuda del sistema financiero internacional” –por suerte gozamos siempre de la protección de nuestro Hermano Mayor del Norte-. Dicha erogación, que supongo ha de representar un considerable porcentaje del PBI de ese país, no se inyecta al sistema porque sí, por altruismo o filantropía, ni tampoco surge por “generación espontánea”. Y es en este punto precisamente, donde se llega al súmmum de está macabra lógica sistémica. Ese dinero, que Jorge W. Bush, en su carácter de presidente de “the land of opportunities” anunció que dispondría a los fines de “salvar” al mundo de una crisis inminente -es cómico verlo anunciando las medidas que desea tomar, mientras unas líneas abajo continúa, con el tesón propio de su omnipotencia, reivindicando la libertad de mercado y empresa-, surge de la población, específicamente, de la población mundial, aquella que lejos se encuentra de las grandes especulaciones financieras, aquella que sólo busca poder afrontar lo mejor posible el día a día y que tiene como principal objetivo asegurar un porvenir lo más digno posible –ello sin nombrar a quienes no pueden afrontar siquiera el trajín de sus días que son, sin duda alguna, los más damnificados y lamentablemente, el mayor porcentaje de la población-. Aquella población, que no viaja en coches lujosos ni cena en pomposos restaurantes mientras cierra negocios millonarios, sino que en el mejor de los casos dispondrá de un modesto automóvil y cenara aquellos alimentos cuyo precio les permita llegar a fin de mes.
Lo lamentable, es que de una manera u otra, los sectores vulnerables, aquellos que seguimos esperando el tan mentado “derrame” y que nos encontramos a años luz de participar en la “timba económica”, estamos destinados a perder.
Si el gobierno Norteamericano no dispone ese dinero –nuestro dinero- a los fines de “salvarnos”, la crisis probablemente cause estragos en nuestra población dado que, difícilmente podamos afrontar sus efectos nocivos con los medios de que disponemos.
Como contrapartida a ese hipotético infierno dantesco, se encuentra el otro. El que aparentemente sería la mejor opción para nosotros, cuando en realidad, no es más que la utilización en forma indirecta el fruto de nuestro trabajo, nuestros impuestos, etc. En otros términos, el “salvataje” que está planeando el Tío Sam, de darse, lo estaremos pagando todos –como expresa Galeano: “(…) las bancarrotas se socializan (…)”-.
Tal es la realidad que surge del contrato social que aparentemente –no estoy seguro- hemos aceptado y que, como podemos ver, viene provisto de cláusulas totalmente nocivas para el sector más vulnerable de la sociedad.
El sistema que propone el liberalismo ha fallado. La mano invisible no ha dado abasto para mantener el equilibrio del dios mercado y creo que, desde la crítica, desde el debate, se está generando el clima propicio para el cambio.
El sistema establecido en dichas cláusulas, quedaría constituido más o menos así: “todos los estratos sociales, que no gocen de ingresos dignos, ni formen parte de la actividad económica capitalista, quedan constreñidos a afrontar con sus medios de subsistencia, los errores de quienes manejan los hilos del mundo”. De una glosa no muy minuciosa, podemos inferir el funcionamiento del capitalismo globalizado.
La crisis financiera por la que se encuentra pasando el planeta tierra, perdón, Estados Unidos (vaya fallido), da una muestra irrefutable de cómo funciona el liberalismo tanto en términos políticos como económicos. Los peces gordos del Wall Street, no se sabe si por torpeza o por su propia incapacidad de continuar con la manutención de un aparato basado principalmente en cuestiones etéreas, intangibles, han logrado poner en jaque a la economía mundial.
Lo paradójico del caso es que el gobierno Norteamericano, principal cultor de la ortodoxia del laisser faire –laisser passer, se encuentra debatiendo la posibilidad de desembolsar una importante suma de dinero para “acudir en ayuda del sistema financiero internacional” –por suerte gozamos siempre de la protección de nuestro Hermano Mayor del Norte-. Dicha erogación, que supongo ha de representar un considerable porcentaje del PBI de ese país, no se inyecta al sistema porque sí, por altruismo o filantropía, ni tampoco surge por “generación espontánea”. Y es en este punto precisamente, donde se llega al súmmum de está macabra lógica sistémica. Ese dinero, que Jorge W. Bush, en su carácter de presidente de “the land of opportunities” anunció que dispondría a los fines de “salvar” al mundo de una crisis inminente -es cómico verlo anunciando las medidas que desea tomar, mientras unas líneas abajo continúa, con el tesón propio de su omnipotencia, reivindicando la libertad de mercado y empresa-, surge de la población, específicamente, de la población mundial, aquella que lejos se encuentra de las grandes especulaciones financieras, aquella que sólo busca poder afrontar lo mejor posible el día a día y que tiene como principal objetivo asegurar un porvenir lo más digno posible –ello sin nombrar a quienes no pueden afrontar siquiera el trajín de sus días que son, sin duda alguna, los más damnificados y lamentablemente, el mayor porcentaje de la población-. Aquella población, que no viaja en coches lujosos ni cena en pomposos restaurantes mientras cierra negocios millonarios, sino que en el mejor de los casos dispondrá de un modesto automóvil y cenara aquellos alimentos cuyo precio les permita llegar a fin de mes.
Lo lamentable, es que de una manera u otra, los sectores vulnerables, aquellos que seguimos esperando el tan mentado “derrame” y que nos encontramos a años luz de participar en la “timba económica”, estamos destinados a perder.
Si el gobierno Norteamericano no dispone ese dinero –nuestro dinero- a los fines de “salvarnos”, la crisis probablemente cause estragos en nuestra población dado que, difícilmente podamos afrontar sus efectos nocivos con los medios de que disponemos.
Como contrapartida a ese hipotético infierno dantesco, se encuentra el otro. El que aparentemente sería la mejor opción para nosotros, cuando en realidad, no es más que la utilización en forma indirecta el fruto de nuestro trabajo, nuestros impuestos, etc. En otros términos, el “salvataje” que está planeando el Tío Sam, de darse, lo estaremos pagando todos –como expresa Galeano: “(…) las bancarrotas se socializan (…)”-.
Tal es la realidad que surge del contrato social que aparentemente –no estoy seguro- hemos aceptado y que, como podemos ver, viene provisto de cláusulas totalmente nocivas para el sector más vulnerable de la sociedad.
El sistema que propone el liberalismo ha fallado. La mano invisible no ha dado abasto para mantener el equilibrio del dios mercado y creo que, desde la crítica, desde el debate, se está generando el clima propicio para el cambio.
Jerónimo Guerrero Iraola
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