Mi saludo muy especial a todos los que elegimos como profesión la Docencia, sabiendo de antemano a qué nos exponíamos.
La crisis que atraviesa la Educación Pública lleva ya varias décadas. Los que tuvimos – y pudimos- elegir carrera universitaria hace más de veinte años, ya escuchábamos la advertencia, a veces como una amenaza, de que nuestro salario jamás sería acorde con el que perciben profesionales universitarios de otras áreas, y acerca del desgaste que produce estar todas las horas que uno debe estar para acceder a un sueldo “que alcance” frente a grupos de alumnos.
Pero la vocación es más fuerte, y esa llama militante de cambiar las injusticias del mundo a través de la Educación Pública que iguale, no hay razonamiento sensato que la apague.
Sin embargo, ya desde recién recibidos tomamos conciencia cabal de dónde nos ubica una sociedad que tiene respecto al tema Educación un doble discurso alarmante: nadie sería capaz de decir públicamente que el tema “no le importa” porque es políticamente incorrecto hacerlo, pero no recuerdo ni puebladas ni cacerolazos masivos, con presencia de toda la comunidad, por recortes o reformas en el área. En el único caso que la sociedad protesta por el tema – y en forma desarticulada- es cuando sus hijos no tienen clases debido a alguna medida de fuerza. Pero tampoco piden justicia o calidad educativa: sólo piden que el Estado garantice la apertura de esos edificios “guardaniños” para poder desarrollar sus actividades en forma más organizada.
Los sectores medios se vuelcan cada vez más a las “privadas de cuota baratita”, con la pérdida de soberanía que esto implica para el Estado, y la desigualdad social que en el mediano plazo este hecho genera: sólo basta con sacar la cuenta de cuántos días de clase habrá tenido un niño que asiste a escuela pública y cotejarlo con los que tuvo un alumno de escuela privada.
La crisis del sistema, sin embargo, afecta a todo el sector por igual. De ningún modo sostengo que la educación privada es de mejor calidad, ya que la coyuntura social que genera el deterioro es la misma. Y con el agravante para el sector privado de no incluir la diversidad de posturas ideológicas que se ve en los docentes del Estado que redunda en una mayor capacidad de análisis, amplitud intelectual, y convivencia con la diversidad por parte de los egresados de escuelas públicas.
Lo que me pregunto por estos días en los que han recrudecido los reclamos es si nuestros dirigentes gremiales ven la amenaza concreta que la protesta a través del paro conlleva para la educación pública que declaran defender.
Si como sucede desde hace unos años, la cantidad de días sin clase determina que gran cantidad de niños sean inscriptos en escuelas privadas, con la consecuente pérdida de matrícula… Si las escuelas públicas pierden su característica originaria de ser igualadoras por la diversidad de clases sociales que incluyen en su alumnado porque sólo quedan en ella los niños cuyos padres no pueden acceder a la oferta privada, en algo estamos fallando.
Será el momento de empezar a avizorar formas de que nuestros legítimos reclamos se hagan sentir sin atentar contra nuestra educación pública, y contra los que menos tienen en esta sociedad cada vez más desigual.
Prof. Delia Añón Suárez
La crisis que atraviesa la Educación Pública lleva ya varias décadas. Los que tuvimos – y pudimos- elegir carrera universitaria hace más de veinte años, ya escuchábamos la advertencia, a veces como una amenaza, de que nuestro salario jamás sería acorde con el que perciben profesionales universitarios de otras áreas, y acerca del desgaste que produce estar todas las horas que uno debe estar para acceder a un sueldo “que alcance” frente a grupos de alumnos.
Pero la vocación es más fuerte, y esa llama militante de cambiar las injusticias del mundo a través de la Educación Pública que iguale, no hay razonamiento sensato que la apague.
Sin embargo, ya desde recién recibidos tomamos conciencia cabal de dónde nos ubica una sociedad que tiene respecto al tema Educación un doble discurso alarmante: nadie sería capaz de decir públicamente que el tema “no le importa” porque es políticamente incorrecto hacerlo, pero no recuerdo ni puebladas ni cacerolazos masivos, con presencia de toda la comunidad, por recortes o reformas en el área. En el único caso que la sociedad protesta por el tema – y en forma desarticulada- es cuando sus hijos no tienen clases debido a alguna medida de fuerza. Pero tampoco piden justicia o calidad educativa: sólo piden que el Estado garantice la apertura de esos edificios “guardaniños” para poder desarrollar sus actividades en forma más organizada.
Los sectores medios se vuelcan cada vez más a las “privadas de cuota baratita”, con la pérdida de soberanía que esto implica para el Estado, y la desigualdad social que en el mediano plazo este hecho genera: sólo basta con sacar la cuenta de cuántos días de clase habrá tenido un niño que asiste a escuela pública y cotejarlo con los que tuvo un alumno de escuela privada.
La crisis del sistema, sin embargo, afecta a todo el sector por igual. De ningún modo sostengo que la educación privada es de mejor calidad, ya que la coyuntura social que genera el deterioro es la misma. Y con el agravante para el sector privado de no incluir la diversidad de posturas ideológicas que se ve en los docentes del Estado que redunda en una mayor capacidad de análisis, amplitud intelectual, y convivencia con la diversidad por parte de los egresados de escuelas públicas.
Lo que me pregunto por estos días en los que han recrudecido los reclamos es si nuestros dirigentes gremiales ven la amenaza concreta que la protesta a través del paro conlleva para la educación pública que declaran defender.
Si como sucede desde hace unos años, la cantidad de días sin clase determina que gran cantidad de niños sean inscriptos en escuelas privadas, con la consecuente pérdida de matrícula… Si las escuelas públicas pierden su característica originaria de ser igualadoras por la diversidad de clases sociales que incluyen en su alumnado porque sólo quedan en ella los niños cuyos padres no pueden acceder a la oferta privada, en algo estamos fallando.
Será el momento de empezar a avizorar formas de que nuestros legítimos reclamos se hagan sentir sin atentar contra nuestra educación pública, y contra los que menos tienen en esta sociedad cada vez más desigual.
Prof. Delia Añón Suárez
No hay comentarios:
Publicar un comentario