Una Plaza como hace mucho, demasiado no veía.
Posterior a un fin de semana que ni García Márquez hubiera podido pintar desde su realismo mágico.
Escuché a gentes a quienes pocos votaron, y gentes a las que nadie votó porque no fueron candidatos, hablar de democracia, de respeto por las instituciones y por la constitución.
Escuché de nuevo cacerolas en manos que no saben usarlas batiéndose, siempre por motivos tan poco nobles. Una vez fue por los depósitos en dólares, hoy por los terratenientes.
Una clase media básicamente antipopular por creerse –como siempre a lo largo de nuestra historia- una casta elegida que poco tiene que ver con el pueblo.
Son “los instruídos”, “los que piensan”. Critican los presuntos dibujos del gobierno en el Indec sin pensar que, tal vez, si no se tocaran un poquito sus casas serían rematadas porque no podrían pagar las cuotas con la indexación que se aplicaría… Defienden a un campo único, unívoco. Un campo que no existe. Porque existen grandes latifundios –hoy más en manos de corporaciones que de apellidos ilustres- y en esos latifundios trabajan aún hoy en condiciones de esclavitud hombres, mujeres y niños a quienes nada más se les puede retener: tienen retenciones aplicadas sobre su dignidad desde tiempos inmemoriales.
Señoras y señores que bastardean las banderas y la fé del pueblo convocando a la oración. Y si, ellos deben orar para que el pueblo no haga tronar el escarmiento.
Pero pueden dejar de rezar: el pueblo ya no se presta a generar la violencia que luego lo aplasta. El pueblo marchó solo a su Plaza, la Plaza en la que la Patria aprendió a vibrar con Evita; después a resistir con sus mamás de pañuelo blanco, hoy a pedir que el sentir mayoritario del pueblo sea respetado con Cristina Fernández.
Tal vez, dentro de un tiempo, podamos rebautizarla. Se me ocurre nombrarla como “La Plaza del Pueblo”… del pueblo y sus Mujeres.
Posterior a un fin de semana que ni García Márquez hubiera podido pintar desde su realismo mágico.
Escuché a gentes a quienes pocos votaron, y gentes a las que nadie votó porque no fueron candidatos, hablar de democracia, de respeto por las instituciones y por la constitución.
Escuché de nuevo cacerolas en manos que no saben usarlas batiéndose, siempre por motivos tan poco nobles. Una vez fue por los depósitos en dólares, hoy por los terratenientes.
Una clase media básicamente antipopular por creerse –como siempre a lo largo de nuestra historia- una casta elegida que poco tiene que ver con el pueblo.
Son “los instruídos”, “los que piensan”. Critican los presuntos dibujos del gobierno en el Indec sin pensar que, tal vez, si no se tocaran un poquito sus casas serían rematadas porque no podrían pagar las cuotas con la indexación que se aplicaría… Defienden a un campo único, unívoco. Un campo que no existe. Porque existen grandes latifundios –hoy más en manos de corporaciones que de apellidos ilustres- y en esos latifundios trabajan aún hoy en condiciones de esclavitud hombres, mujeres y niños a quienes nada más se les puede retener: tienen retenciones aplicadas sobre su dignidad desde tiempos inmemoriales.
Señoras y señores que bastardean las banderas y la fé del pueblo convocando a la oración. Y si, ellos deben orar para que el pueblo no haga tronar el escarmiento.
Pero pueden dejar de rezar: el pueblo ya no se presta a generar la violencia que luego lo aplasta. El pueblo marchó solo a su Plaza, la Plaza en la que la Patria aprendió a vibrar con Evita; después a resistir con sus mamás de pañuelo blanco, hoy a pedir que el sentir mayoritario del pueblo sea respetado con Cristina Fernández.
Tal vez, dentro de un tiempo, podamos rebautizarla. Se me ocurre nombrarla como “La Plaza del Pueblo”… del pueblo y sus Mujeres.
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