Parece mentira, pero este sigue siendo el slogan publicitario de todo cuanto se publica para las lectoras. Habitualmente, la frase se continúa con una enumeración detallada de los intereses que se nos endilgan: la última tendencia en abrigos, algún horóscopo, como “combatir” todo aquello que nos “ataca” con el natural devenir de los años, la separación de alguna celebridad femenil, alguna dieta milagrosa seguida de una sección repostería búlgara, que hacer con el tiempo de nuestros hijos, algún consejito también sobre cómo practicar una sexualidad obviamente conducente a que los posibles acompañantes masculinos la pasen mejor en esas lides. A veces contemplan la posibilidad de que a una le guste el cine, o leer por ejemplo, y ahí están las recomendaciones de libros de autoayuda y películas románticas.
Imagino, dentro de algunos siglos, a alguna historiadora o antropóloga, tratando de reconstruir la época e intentando sacar conclusiones a partir de ese tipo de material: creo que llegaría a conclusiones desopilantes. La imagino también, leyendo un reportaje a una “triunfadora” actual y concluyendo que, en este momento, cualquier mujer goza de exactas oportunidades que cualquier hombre.
Tal vez también crea extraño que seres a los que no les interesa la historia, ni la política - el devenir de la humanidad en última instancia – ocupen por aquí y por allá algún que otro cargo de compromiso y toma de decisión.
Y es que a nuestra historia, la historia de las mujeres, le faltan fuentes. Y si las hay, como acabamos de ver, pueden no ser del todo dignas de confianza.
Corremos con la desventaja gramatical del uso del masculino como genérico e incluyente, razón por la que es imposible deducir de la frase “cuatrocientos trabajadores tomaron la fábrica”, cuántas eran en realidad “trabajadoras”. Y con esa limitación entre otras se ha escrito la historia.
Otra enorme limitación es que las mujeres hemos sido generalmente representadas por quienes tenían voz: los hombres. Resulta extremadamente difícil encontrar voces genuinas en los archivos ya que ni siquiera se conservan nuestros epistolarios, por considerarse de “la esfera privada”.
Hasta hoy, la mayoría de textos secundarios que abordan la Revolución Francesa como la madre de todas las libertades, omiten explicarles a los estudiantes que esa revolución que tuvo masiva participación de mujeres, no las incluyó en la “Declaración de Derechos del Hombre y el Ciudadano”, y que una mujer fue guillotinada por exigirlo.
Si bien los primeros intentos de remediar esta deuda que las ciencias tienen para con nuestro sexo comenzaron hace ya cuarenta años en forma sistemática, tenemos la necesidad de empezar hoy a dejar desde lo publicado, relatos que reflejen claramente nuestra situación. Cuando, por ejemplo, se publica una nota acerca de una mujer exitosa, recordar que sólo una de cuarenta accede a puestos jerárquicos mientras que entre los hombres la proporción es de uno en ocho.
Tal vez así algún día sea más sencillo recomponer un escenario que tenga verdadero rigor científico.
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