Hoy lunes aturden las noticias más diversas: anuncios de un próximo fraude electoral por parte de los desestabilizadores de siempre, posibles multas a Tinelli por hacer lo que hace igual impunemente, charlatanería pre-electoral mediática y barata. Asco y hastío para comenzar la semana ni pum, ni para arriba.
El broche de oro para mi tristeza lo pone la muerte de Mario Benedetti. El broche de asco también, porque es impresionante la falta de recato de “comunicadores” que le hacen honores fallutos, aún cuando fueron cómplices de la dictadura, y todos lo sabemos. Pero nadie los llama para dejarles el mensaje de que por favor mantengan un silencio respetuoso.
Y me pregunto por qué semejante dolor nos une a unos cuantos, si su obra nos queda para siempre, acompañándonos y acariciándonos.
Y creo saber por dónde pasa lo que nos pasa.
Sucede que “la política” atolondrada, acelerada, vaciada, diezmada, no deja demasiado espacio para que aflore “lo político”. Aquello sobre lo que no se puede –ni se debe- ser tolerante o buscador de consensos. Aquello acerca de lo que hay que jugarse, apretar los dientes y juntarse a defender. Aquello por lo que vale la pena descuidar los tonos y los modos.
Se nos ha muerto un hombre que representa todo lo que añoramos: alguien que sostuvo sus ideas más allá de conveniencias, alguien que planteó dudas y debates, alguien que logró hacer de la poesía un género popular, un latinoamericano al que nunca deslumbraron los espejitos de colores.
Tal vez ahora hablen de él muchos adversarios ideológicos que creen que podrán hacer con su imagen lo mismo que intentaron hacer con la del Che, según decía Benedetti:
“Lo han cubierto de afiches /de pancartas
de voces en los muros
de agravios retroactivos
de honores a destiempo
lo han transformado en pieza de consumo
en memoria trivial
en ayer sin retorno
en rabia embalsamada…”
Que no se crean los “pacificadores con su ruido metálico de paz” que podrán vaciar de contenido o silenciar su voz, porque ya es parte de nuestra memoria.
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