Pasan los siglos y la ecuación “mujer=útero=madre” está vigente como siempre. La vemos claramente en todo tipo de discursos: mediáticos, publicitarios, académicos, políticos.
La maternidad asigna status, determina proyectos de políticas públicas, genera negocios con permanentes ganancias extraordinarias ya que es algo que sucede independientemente de las crisis en las economías mundiales.
También da que hablar a los medios: “maternidad adolescente”, “niñas madres”, “ser madre después de los 40”, “cantidad de hijos que tienen las madres de sectores populares”, “como ser madre y trabajar al mismo tiempo”…. Jamás “parentalidad adolescente”, “niños padres”, “ser padre después de los 40”, “cantidad de hijos de padres de sectores populares”, “como ser padre y trabajar al mismo tiempo”.
Discursos hiper- políticos que perpetúan el control de las mujeres debido a sus características biológicas y a las operaciones de orden simbólico que se construyen sobre la base de esas diferencias biológicas. Y que sirven al fin de no pagar por el trabajo de crianza y para delegar obligaciones del estado, ya que lo que estos discursos exigen de las mujeres madres es abnegación, amor, y “no esperar nada a cambio”.
Mientras se cantan loas a las amadas madres “coraje”, “del dolor”, “de Plaza de mayo”; aparece la directora de una ONG de Tucumán diciendo que “las mujeres humildes tienen 7 o más hijos para hacerse beneficiarias del subsidio” que existe a tal fin. Como si no hubiéramos comprendido su genialidad, sintetiza: “hecho el subsidio, hecho el formato de familia”. Y nadie la interpela, porque otro discurso que fluye desde hace ya años -sobre todo entre las capas medias de la sociedad- es el Malthusiano, que supone que la exclusión se terminaría si los excluidos no se reprodujeran. Y responsables absolutas de esta reproducción somos, para los que así piensan, las mujeres.
Lo que esta gente ignora es que, las más de las veces, cada “beneficio” que da el Estado a las madres conlleva una responsabilidad enorme para esas mujeres. El Plan “Familias Bonaerenses”, por ejemplo, exige la permanencia de los niños en el sistema educativo, con lo que deberán lidiar las madres en vez de los docentes capacitados en estrategias de retención de esos niños en el sistema. El “Subsidio Universal a la niñez” que es caballito de batalla discursivo de un sector político, también sería asignado a las madres, que “administran mejor” según los autores del proyecto. Aceptamos el halago, pero la responsabilidad a veces nos agobia…
Y es que históricamente el halago vino con responsabilidades adjuntas. Recordemos las permanentes apelaciones que la dictadura hacía a las madres: “¿sabe dónde están sus hijos en este momento?”, “son ustedes los pilares de la Nación, por eso deben supervisar y vigilar”. Si nos indignamos, sigamos indignadas porque mucho no se ha cambiado.
La publicidad también exalta lo “sagrado del vínculo” sólo porque nos ven como “electoras” de los productos que nuestros hijos consumirán. De todos modos, también sus discursos nos endilgan la responsabilidad de que crezcan “sanos y fuertes” o “por encima de la línea de pobreza” como dice Capuzotto en su parodia de las publicidades de postres de leche.
Las “mamis” como la de los homicidas Pipo o Arce, o la que describían los guionistas de Vulnerables como mamá de Inés Estévez en esa tira son tomadas como excepciones a la regla, como seres monstruosos que no tienen “el instinto natural”.
Lo que me pregunto es: si como sociedad nos cuesta tanto ver a la maternidad como construcción cultural en vez de cómo hecho natural inexcusable, por qué no dar vuelta la ecuación del principio…
Si pareciera que la mayoría coincide en que mujer=madre, mostremos el respeto reverencial que proclamamos aplicando políticas que beneficien a las mujeres que esas madres somos en última instancia.
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