Hace ya mucho que las feministas dejamos de usar el término “patriarcado” para aludir al gobierno ejercido por ancianos bondadosos. Lo tomamos en sentido crítico para referirnos a la hegemonía masculina - y de lo masculino - en la sociedad como una usurpación.
El análisis, pues, del patriarcado como sistema político cuyo control se extiende a la familia, a las relaciones sexuales y laborales, llevó a que se popularizara la idea de que lo personal es político. Es decir, que ámbitos que el poder se había encargado de diferenciar claramente – el público y el privado – empezaban a tener una estrecha ligazón que obliga a la “esfera pública” a tomar cartas en lo que sucede en la privada.
De este modo, la sociedad a través de sus estados, discursos, medios de comunicación empezó a nombrar y a analizar aquellas situaciones de las que antes ni se hablaban.
Tímidamente, ya podemos apreciar que son cada vez más los periodistas que encuentran en un asesinato de una mujer un patrón cultural que desconoce límites de raza o condición social.
También vemos en diversas publicaciones que se mencionan aspectos de la vida “privada” de las mujeres como causas de, por ejemplo, nuestra desigualdad en el acceso a lugares de toma de decisión.
Podría seguir enumerando todas las evidencias que encontramos a diario que ratifican este principio de toma de conciencia que, sin dudas, pone en jaque al tradicional modo de ejercicio del poder.
Pero a los discursos que van tomando cuerpo hay que seguirlos de cerca para que no desvirtúen las realidades que les dieron origen.
Hoy podemos ver en los medios de comunicación un desenfrenado exhibicionismo de la vida privada de diferentes personas. Presentada a modo de show, usada con el más estricto sentido mercantilista: se ve que a muchos les agrada “consumir” intimidades diversas.
Pero a muchos otros los disgusta y los incomoda. Y salen a decir que “hay que preservar a la esfera privada”. Y creen entonces estar en contra de una de las reivindicaciones más trascendentes para las mujeres.
De este modo, el sistema nuevamente se sale con la suya: por un lado, vende y factura fortunas a todos aquellos dispuestos a consumir vidas privadas. Por otra parte, ridiculiza y vacía de sentido político a nuestro legítimo reclamo.
La mayoría de las mujeres no vamos a “vender” nuestras historias de vida para ayudarle al sistema a incrementar el consumo. Simplemente, sabemos hoy que muchas situaciones personales por las que hemos atravesado no nos pertenecen en exclusiva, son también las experiencias de cientos de miles de mujeres que seguimos exigiendo igualdad de trato.
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