Cambiamos de siglo vacilando entre la globalización y las fronteras; en un escenario de relatos encontrados.
La apología de la homogenización cultural que derivaría de la apertura de las economías y culturas nacionales hizo que proliferaran los estudios multiculturales que, en muchos países, incluyen a los estudios de mujeres y a la investigación feminista.
Ese relato choca contra los fundamentalismos que irrumpieron: étnicos, nacionalistas, misóginos.
La identidad y la diferencia, conceptos sobre los que la antropología venía acumulando saberes, deben reformularse a la luz de lo que hoy vivimos.
Los libros de enseñanza de inglés resaltan el “valor” de interactuar con “los diferentes”, discurso que se encarna relativamente en los jóvenes de clase media. Pero esos mismos jóvenes que concurren embelesados a charlar a un instituto con, por ejemplo, un canadiense; a poco de empezar sus estudios universitarios se quejarán de compartir sus clases con inmigrantes latinoamericanos.
Puertas adentro de las Naciones, la globalización trajo miseria y exclusión que los Estados locales no saben como contrarrestar. La exclusión y falta de oportunidades causa un incremento en los índices de violencia y surge el fundamentalismo de los que piden más mano dura a dirigentes políticos que han quedado inermes en un escenario mundial que requiere de fuerte ideología y de capacitación permanente.
La situación de las mujeres se expone habitualmente desde el plano discursivo como “el tema” en el que se avanzó enormemente desde el siglo pasado. Sin embargo, con cada punto que aumenta el índice de pobreza sabemos que hay muchas más mujeres pobres. Muchas más muertas por falta de acceso a la atención de su salud. Cada vez más mujeres golpeadas y asesinadas, violadas o arrastradas a la prostitución como único modo de sobrevivir. Cada día más mujeres agotadas por soportar abusos y acoso en sus trabajos por los que siguen ganando menos que los hombres; por tener que hacerse luego cargo de mantener la casa en orden y los niños con los deberes hechos; por tener que ser solidarias y asistir a las reuniones de cooperadora o de consorcio; por tener que estar bellas y sin celulitis.
No escuché todavía a ninguno de los gurúes de la globalización enumerar las enormes ganancias que dejan al sistema los inmigrantes, los excluidos, las mujeres. Tal vez si tuvieran la honestidad intelectual de mostrarle estos datos de la realidad a la sociedad, los pueblos lograrían evitar los fundamentalismos.
Prof. Delia Añón Suárez
La apología de la homogenización cultural que derivaría de la apertura de las economías y culturas nacionales hizo que proliferaran los estudios multiculturales que, en muchos países, incluyen a los estudios de mujeres y a la investigación feminista.
Ese relato choca contra los fundamentalismos que irrumpieron: étnicos, nacionalistas, misóginos.
La identidad y la diferencia, conceptos sobre los que la antropología venía acumulando saberes, deben reformularse a la luz de lo que hoy vivimos.
Los libros de enseñanza de inglés resaltan el “valor” de interactuar con “los diferentes”, discurso que se encarna relativamente en los jóvenes de clase media. Pero esos mismos jóvenes que concurren embelesados a charlar a un instituto con, por ejemplo, un canadiense; a poco de empezar sus estudios universitarios se quejarán de compartir sus clases con inmigrantes latinoamericanos.
Puertas adentro de las Naciones, la globalización trajo miseria y exclusión que los Estados locales no saben como contrarrestar. La exclusión y falta de oportunidades causa un incremento en los índices de violencia y surge el fundamentalismo de los que piden más mano dura a dirigentes políticos que han quedado inermes en un escenario mundial que requiere de fuerte ideología y de capacitación permanente.
La situación de las mujeres se expone habitualmente desde el plano discursivo como “el tema” en el que se avanzó enormemente desde el siglo pasado. Sin embargo, con cada punto que aumenta el índice de pobreza sabemos que hay muchas más mujeres pobres. Muchas más muertas por falta de acceso a la atención de su salud. Cada vez más mujeres golpeadas y asesinadas, violadas o arrastradas a la prostitución como único modo de sobrevivir. Cada día más mujeres agotadas por soportar abusos y acoso en sus trabajos por los que siguen ganando menos que los hombres; por tener que hacerse luego cargo de mantener la casa en orden y los niños con los deberes hechos; por tener que ser solidarias y asistir a las reuniones de cooperadora o de consorcio; por tener que estar bellas y sin celulitis.
No escuché todavía a ninguno de los gurúes de la globalización enumerar las enormes ganancias que dejan al sistema los inmigrantes, los excluidos, las mujeres. Tal vez si tuvieran la honestidad intelectual de mostrarle estos datos de la realidad a la sociedad, los pueblos lograrían evitar los fundamentalismos.
Prof. Delia Añón Suárez
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