Mujeres y violencia médica.
Cenando en familia, escucho decir que las mujeres somos más propensas que los hombres a padecer enfermedades mentales.
La frase, pronunciada por una adolescente cursando su ingreso a medicina e integrante de una familia de médicos, me conduce a la pregunta obvia: “¿quién lo dice?”, que es respondida por un “los psiquiatras”, aclarándome que “tienen un librito con todos los nombres de las patologías”.
Entre esas “patologías”, supongo, se encuentra profusamente detallado el síndrome pre- menstrual, el menstrual, el post-menstrual, la menopausia como factor de riesgo junto con la maternidad… en fin, pareciera ser que según esos estándares de la “ciencia” el mero hecho de ser mujeres nos transforma en enfermas.
Hace ya tiempo que me dedico a tomar nota de todo lo que vivimos cotidianamente en diferentes situaciones, y los consultorios, los y las médicas y los hospitales no escapan al horror.
Si bien el problema de fondo no es el sexismo de esta ciencia sino el comercio vulgar que de ella se hace, cuando aparece alguna cifra concreta referida a ese comercio las mujeres ocupamos el podio de las víctimas.
Desde la famosa frase que cientos de parturientas escucharon “si te duele, hubieras pensado antes de hacer lo que hiciste”, pasando por la negativa pertinaz de los médicos a ligarnos las trompas en un hospital público (si tenés dinero, por unos pesos te lo hacen en consultorio en un santiamén, y ahí no hay “duda ética” que se plantee), los cirujanos plásticos que te operan de lo que desees sin tener en cuenta consecuencias ni advertírtelas, ni hablar del aborto, las depresiones diagnosticadas a la ligera, el empastille cotidiano por todo: para dolores musculares, poder evacuar, terapias de reemplazo hormonal, antioxidantes, hepatoprotectores, ansiolíticos, calmantes…
A un señor estresado, le recomiendan bajar el ritmo, hacer algo que disfrute y actividad física. No preocuparse por naderías domésticas y ser lo más feliz que pueda.
Una mujer con el mismo cuadro pasará a la cifra que se invisibiliza cuando se habla de drogadicción: la gente que es “drogada” por médicos irresponsables que recorren mundo mediante viajes que les regalan los laboratorios, u otros regalos que, de ser recibidos por otros profesionales, serían considerados soborno.
El respeto reverencial por las ciencias de la salud carece de motivación racional. Al ser una ciencia humanística, está sujeta a muchos a prioris culturales que no deben avergonzar a nadie, sino mover a la prudencia: en alguna época se acudió a la sangría para “curar”, se les extrajeron todas las piezas dentales a los pacientes para ser reemplazadas por prótesis, se practicaron – y practican – histerectomías “por las dudas”, existen generaciones enteras de gentes sin amígdalas también “por si acaso”… en fin, sobran ejemplos de que los profesionales de la salud también se equivocan, también son humanos.
Por supuesto, todo puede mejorar. Si las aulas en que se cursan las carreras involucradas se llenan de alumnos que interpelan los saberes de la disciplina que abordan, si las obras sociales ya informatizadas hacen un alto para ver qué se receta, a quiénes y en qué casos, si el estado asume el tema salud como una de sus prioridades y decide qué prácticas serán gratuitas universalizando el acceso a las mismas, y si dejamos de ver lo diferente como defectuoso, la solución no está tan lejos.
Prof. Delia Añón Suárez
Cenando en familia, escucho decir que las mujeres somos más propensas que los hombres a padecer enfermedades mentales.
La frase, pronunciada por una adolescente cursando su ingreso a medicina e integrante de una familia de médicos, me conduce a la pregunta obvia: “¿quién lo dice?”, que es respondida por un “los psiquiatras”, aclarándome que “tienen un librito con todos los nombres de las patologías”.
Entre esas “patologías”, supongo, se encuentra profusamente detallado el síndrome pre- menstrual, el menstrual, el post-menstrual, la menopausia como factor de riesgo junto con la maternidad… en fin, pareciera ser que según esos estándares de la “ciencia” el mero hecho de ser mujeres nos transforma en enfermas.
Hace ya tiempo que me dedico a tomar nota de todo lo que vivimos cotidianamente en diferentes situaciones, y los consultorios, los y las médicas y los hospitales no escapan al horror.
Si bien el problema de fondo no es el sexismo de esta ciencia sino el comercio vulgar que de ella se hace, cuando aparece alguna cifra concreta referida a ese comercio las mujeres ocupamos el podio de las víctimas.
Desde la famosa frase que cientos de parturientas escucharon “si te duele, hubieras pensado antes de hacer lo que hiciste”, pasando por la negativa pertinaz de los médicos a ligarnos las trompas en un hospital público (si tenés dinero, por unos pesos te lo hacen en consultorio en un santiamén, y ahí no hay “duda ética” que se plantee), los cirujanos plásticos que te operan de lo que desees sin tener en cuenta consecuencias ni advertírtelas, ni hablar del aborto, las depresiones diagnosticadas a la ligera, el empastille cotidiano por todo: para dolores musculares, poder evacuar, terapias de reemplazo hormonal, antioxidantes, hepatoprotectores, ansiolíticos, calmantes…
A un señor estresado, le recomiendan bajar el ritmo, hacer algo que disfrute y actividad física. No preocuparse por naderías domésticas y ser lo más feliz que pueda.
Una mujer con el mismo cuadro pasará a la cifra que se invisibiliza cuando se habla de drogadicción: la gente que es “drogada” por médicos irresponsables que recorren mundo mediante viajes que les regalan los laboratorios, u otros regalos que, de ser recibidos por otros profesionales, serían considerados soborno.
El respeto reverencial por las ciencias de la salud carece de motivación racional. Al ser una ciencia humanística, está sujeta a muchos a prioris culturales que no deben avergonzar a nadie, sino mover a la prudencia: en alguna época se acudió a la sangría para “curar”, se les extrajeron todas las piezas dentales a los pacientes para ser reemplazadas por prótesis, se practicaron – y practican – histerectomías “por las dudas”, existen generaciones enteras de gentes sin amígdalas también “por si acaso”… en fin, sobran ejemplos de que los profesionales de la salud también se equivocan, también son humanos.
Por supuesto, todo puede mejorar. Si las aulas en que se cursan las carreras involucradas se llenan de alumnos que interpelan los saberes de la disciplina que abordan, si las obras sociales ya informatizadas hacen un alto para ver qué se receta, a quiénes y en qué casos, si el estado asume el tema salud como una de sus prioridades y decide qué prácticas serán gratuitas universalizando el acceso a las mismas, y si dejamos de ver lo diferente como defectuoso, la solución no está tan lejos.
Prof. Delia Añón Suárez
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