Siempre me indignaron los prejuicios, sobre todo los que nos ponen a las mujeres en rol protagónico.
Amante de las telenovelas cuando niña, me preguntaba por qué –ustedes, lectores de más de cuarenta recordarán- las malas eran morochas. Las buenas, rubias. Hay toda una construcción en nuestra sociedad respecto de las bondades de ser rubiecita. Jacinta Pichimahuida era rubiecita.
Construcción que, en mi recuerdo, empezó a coexistir con otra: la que nos remite a la estupidez o taradez de las rubias. Tinelli la sigue a pie y juntillas, bastardeando la capacidad intelectual de cuanta rubia se le para al lado en su programa.
La canción de Sumo que hablaba de “la rubia tarada, bronceada”, también me daba bronca. Remite a la facilidad con que algunos nos clasifican a las mujeres en buenas/malas; lindas/inteligentes; santas/putas; femeninas/machonas; y todos los duales que puedan agregar a esta lista.
Por lo expuesto, créanme que la pregunta que me surge por estos días nada tiene que ver con prejuicios. Tal vez, surja sólo de la mera coincidencia. Pero vengo escuchando tanta declaración pública esbozada a viva voz por parte de divas o mujeres públicas rubias que me pregunto si la tintura casi platinada, o tal vez los decolorantes previos a su aplicación, no causarán –en algunos casos- daños colaterales.
Mirtha Legrand, Susana Jiménez, Elisa Carrió. Platinadas y desopilantes en sus apreciaciones, voceras de lo más obsceno del poder local.
La Legrand, como le gusta llamarse, ya perdió pista. Recuerdo que Landrú escribió una vez que si seguía habiendo devaluación, se terminaría llamando “Lepetit”. Sin devaluación de por medio, la profecía se cumplió: está cada vez más pequeña en lo que a dignidad refiere. En uno de sus últimos almuerzos se solidarizó con la Sra de Noble. Es decir, con una delincuente común que se apropió de niños ajenos y que se enriqueció despojando de su patrimonio a una familia de empresarios torturados por la dictadura. Una joyita…
Por mucho menos que esta verdadera apología del delito, debió abandonar nuestro país el embajador chileno. No tenía la inimputabilidad que esta diva rubia detenta por estos pagos.
Susana, que vive hablando loas de lo que ella considera “países serios”, se habrá quedado sin palabras al ver que uno de los países que gusta incluir en su lista –Chile- sanciona a un funcionario que se atreve a resaltar las virtudes de la mano dura, de la que ella vocifera ser partidaria. Mientras pregunta si se pueden ver dinosaurios vivos. O mientras le explica a Macri que la sociedad se divide en “buenos” y “malos”, los primeros son ellos. Porque trabajan, y son exitosos. Los otros son los que los envidian, los secuestran, les roban. Otra joyita…
Pero la que peores lesiones presenta es Elisa Carrió. Tal vez porque al ser legisladora debería poder abstenerse al decir “lo que le pinta”. Un par de situaciones apocalípticas frustradas que había pronosticado para fines de 2009, con una emboscada al “campo” que iba a quedar encerrado en la ciudad de Buenos Aires. O un gobierno nacional que estaba armando al pueblo.
Ya este año lloró en cámara por los hijos de Noble –cuando antes había participado de la Ley de creación del banco de datos genéticos.
Ahora declara, en versión futbolera pre-mundial, que prefiere a los que no hacen goles con la mano… a los que patean con los pies.
Otra joyita…
Personalmente, prefiero a las que piensan con la cabeza. No con los pies.
Así es que, chicas, si están pensando en cambiarse el color de pelo, guarda con los rubios… Elijamos los castaños. O los rojizos.
Amante de las telenovelas cuando niña, me preguntaba por qué –ustedes, lectores de más de cuarenta recordarán- las malas eran morochas. Las buenas, rubias. Hay toda una construcción en nuestra sociedad respecto de las bondades de ser rubiecita. Jacinta Pichimahuida era rubiecita.
Construcción que, en mi recuerdo, empezó a coexistir con otra: la que nos remite a la estupidez o taradez de las rubias. Tinelli la sigue a pie y juntillas, bastardeando la capacidad intelectual de cuanta rubia se le para al lado en su programa.
La canción de Sumo que hablaba de “la rubia tarada, bronceada”, también me daba bronca. Remite a la facilidad con que algunos nos clasifican a las mujeres en buenas/malas; lindas/inteligentes; santas/putas; femeninas/machonas; y todos los duales que puedan agregar a esta lista.
Por lo expuesto, créanme que la pregunta que me surge por estos días nada tiene que ver con prejuicios. Tal vez, surja sólo de la mera coincidencia. Pero vengo escuchando tanta declaración pública esbozada a viva voz por parte de divas o mujeres públicas rubias que me pregunto si la tintura casi platinada, o tal vez los decolorantes previos a su aplicación, no causarán –en algunos casos- daños colaterales.
Mirtha Legrand, Susana Jiménez, Elisa Carrió. Platinadas y desopilantes en sus apreciaciones, voceras de lo más obsceno del poder local.
La Legrand, como le gusta llamarse, ya perdió pista. Recuerdo que Landrú escribió una vez que si seguía habiendo devaluación, se terminaría llamando “Lepetit”. Sin devaluación de por medio, la profecía se cumplió: está cada vez más pequeña en lo que a dignidad refiere. En uno de sus últimos almuerzos se solidarizó con la Sra de Noble. Es decir, con una delincuente común que se apropió de niños ajenos y que se enriqueció despojando de su patrimonio a una familia de empresarios torturados por la dictadura. Una joyita…
Por mucho menos que esta verdadera apología del delito, debió abandonar nuestro país el embajador chileno. No tenía la inimputabilidad que esta diva rubia detenta por estos pagos.
Susana, que vive hablando loas de lo que ella considera “países serios”, se habrá quedado sin palabras al ver que uno de los países que gusta incluir en su lista –Chile- sanciona a un funcionario que se atreve a resaltar las virtudes de la mano dura, de la que ella vocifera ser partidaria. Mientras pregunta si se pueden ver dinosaurios vivos. O mientras le explica a Macri que la sociedad se divide en “buenos” y “malos”, los primeros son ellos. Porque trabajan, y son exitosos. Los otros son los que los envidian, los secuestran, les roban. Otra joyita…
Pero la que peores lesiones presenta es Elisa Carrió. Tal vez porque al ser legisladora debería poder abstenerse al decir “lo que le pinta”. Un par de situaciones apocalípticas frustradas que había pronosticado para fines de 2009, con una emboscada al “campo” que iba a quedar encerrado en la ciudad de Buenos Aires. O un gobierno nacional que estaba armando al pueblo.
Ya este año lloró en cámara por los hijos de Noble –cuando antes había participado de la Ley de creación del banco de datos genéticos.
Ahora declara, en versión futbolera pre-mundial, que prefiere a los que no hacen goles con la mano… a los que patean con los pies.
Otra joyita…
Personalmente, prefiero a las que piensan con la cabeza. No con los pies.
Así es que, chicas, si están pensando en cambiarse el color de pelo, guarda con los rubios… Elijamos los castaños. O los rojizos.
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