Los conceptos de esfera pública y esfera privada constituyen tema de permanente revisión por parte de los feminismos, ya que la tensión entre ambas dimensiones de lo social tiene en muchos casos consecuencias directas para el colectivo mujeres.
Así, nosotras estamos habituadas a analizar teniendo en cuenta estos parámetros que aparecen con frecuencia como uno de los problemas de definición de fondo en hechos cotidianos que trascienden a través de los medios de comunicación, que hoy transforman la naturaleza de la visibilidad alterando la relación entre estas dos esferas. Las redefinen, sobre todo medios de comunicación que aún no tenemos demasiado entrenamiento en analizar, como son los foros comunitarios de la web.
Algunos de estos hechos que se plantean como debatibles por estos días tienen que ver con esto de alterar la naturaleza de la visibilidad. Es más, aunque no se llega a esbozar abiertamente, tal vez lo que tienen de “debatible” sea esta alteración que por momentos parece resultarle amenazante a la sociedad.
El “caso Villegas” nos muestra a través de diversas opiniones, que existe un sector de la sociedad al que parece importarle más que el hecho de que se viole una ley, el hecho de que esa violación se haga pública. La exhibición de la violación por parte de los violadores parece en algunos casos, según se infiere de las consideraciones, merecer más censura que la violación en sí.
La “fantasía de la colegiala” o “la bebota” como seudónimo en alguna publicidad de prostitución evidentemente no generan cuestionamiento alguno por parte de vastos sectores que evidentemente no ven riesgo alguno en estos hábitos a los que simplifican considerando “de consumo”. Siempre y cuando se limiten a la “esfera privada”. De los análisis del caso a que tuve acceso, ninguno plantea esta posibilidad de discutir lo sucedido incorporando la puesta en cuestión de estas prácticas tan extendidas, como tampoco se cuestiona la sociedad qué pasaría en caso de que la víctima fuera mayor de edad. Imagino que la “vida privada” de ella quedaría expuesta ante “lo público” para resguardar la “vida privada” de los violadores. Sobre todo la del que “tiene familia”.
Con respecto al matrimonio entre personas del mismo sexo, un comentario de una oyente de radio me hizo también pensar en esta alteración de la naturaleza de la visibilidad. La mujer decía no entender como argumento a favor de la sanción de la norma el tema adopción porque, expresó, “ya lo tienen”. Aclaró que conoce parejas de homosexuales y de lesbianas que habían tenido acceso a la adopción tramitándola uno de los integrantes de la pareja como “soltero”. La idea final era ¿para qué más?
Otos argumentan que para qué quieren contraer matrimonio, si en los hechos ya conviven.
En este caso, tomando sólo estos dos comentarios, la frontera entre público y privado resulta realmente enmarañada: decisiones que deberían quedar acotadas a la esfera estrictamente privada –como casarse o no, o adoptar como matrimonio y no como persona soltera- son puestas como argumento en un debate público. Y que no tiene como fin preservar la privacidad de nadie, sino más bien mantener a la sociedad alejada de lo que prefiere no ver. No es para menos: lo que pone en cuestión este debate es la idea de familia en sí.
El caso de la adopción sospechosísima de los hijos de Ernestina Herrera de Noble –con otros condimentos- también jaquea la frontera entre los derechos que se desprenden de las esferas de análisis propuestas. Es un caso que nos interpela como sociedad, cuya dimensión parece no estar todavía demasiado clara para quienes opinan sobre el tema.
La Diputada Nacional Elisa Carrió utiliza un recurso privado –el llorar por la situación de los hijos de Noble- públicamente. Y para –públicamente- quedar exculpada por faltar a su Juramento de cumplir y hacer cumplir las Leyes de la Nación. Y una sociedad que, repito, tiene los conceptos de público y privado enmarañados, no la juzga por ello. En lo personal puede llorar hasta deshidratarse por lo que quiera: una escena de teleteatro de Andrea del Boca, una astilla en un dedo, el aria de la Reina de la Noche en “La Flauta Mágica”. Pero lo que en lo personal la conmueve no puede ser de modo alguno parte de una responsabilidad pública que el pueblo le ha asignado. La postura personal que cada ciudadano pueda esgrimir es muy grave que se tornen en motivos públicos para no seguir pidiendo verdad y justicia por los atroces delitos de la dictadura.
También los jóvenes que hicieron saber su decisión de ratearse de la escuela mediante Facebook nos instalaron en una discusión producida por el desconcierto de que algo habitual en lo privado tomara estado público. Razón por la que no queda demasiado claro por qué, si hasta ahora de eso “no se hablaba” hoy hasta los ministros deban pronunciarse al respecto. O fue una macana hacerse el distraído antes, o es una estupidez hacer tanta alharaca ahora. Honestamente, no sé.
Lo que sí sé es que, a la luz de la represión policial a la que el hecho dio lugar en La Plata, esta mezcolanza entre lo privado y lo público pude ser perjudicial para la salud.
Y eso impacta seriamente en la esfera pública.
Así, nosotras estamos habituadas a analizar teniendo en cuenta estos parámetros que aparecen con frecuencia como uno de los problemas de definición de fondo en hechos cotidianos que trascienden a través de los medios de comunicación, que hoy transforman la naturaleza de la visibilidad alterando la relación entre estas dos esferas. Las redefinen, sobre todo medios de comunicación que aún no tenemos demasiado entrenamiento en analizar, como son los foros comunitarios de la web.
Algunos de estos hechos que se plantean como debatibles por estos días tienen que ver con esto de alterar la naturaleza de la visibilidad. Es más, aunque no se llega a esbozar abiertamente, tal vez lo que tienen de “debatible” sea esta alteración que por momentos parece resultarle amenazante a la sociedad.
El “caso Villegas” nos muestra a través de diversas opiniones, que existe un sector de la sociedad al que parece importarle más que el hecho de que se viole una ley, el hecho de que esa violación se haga pública. La exhibición de la violación por parte de los violadores parece en algunos casos, según se infiere de las consideraciones, merecer más censura que la violación en sí.
La “fantasía de la colegiala” o “la bebota” como seudónimo en alguna publicidad de prostitución evidentemente no generan cuestionamiento alguno por parte de vastos sectores que evidentemente no ven riesgo alguno en estos hábitos a los que simplifican considerando “de consumo”. Siempre y cuando se limiten a la “esfera privada”. De los análisis del caso a que tuve acceso, ninguno plantea esta posibilidad de discutir lo sucedido incorporando la puesta en cuestión de estas prácticas tan extendidas, como tampoco se cuestiona la sociedad qué pasaría en caso de que la víctima fuera mayor de edad. Imagino que la “vida privada” de ella quedaría expuesta ante “lo público” para resguardar la “vida privada” de los violadores. Sobre todo la del que “tiene familia”.
Con respecto al matrimonio entre personas del mismo sexo, un comentario de una oyente de radio me hizo también pensar en esta alteración de la naturaleza de la visibilidad. La mujer decía no entender como argumento a favor de la sanción de la norma el tema adopción porque, expresó, “ya lo tienen”. Aclaró que conoce parejas de homosexuales y de lesbianas que habían tenido acceso a la adopción tramitándola uno de los integrantes de la pareja como “soltero”. La idea final era ¿para qué más?
Otos argumentan que para qué quieren contraer matrimonio, si en los hechos ya conviven.
En este caso, tomando sólo estos dos comentarios, la frontera entre público y privado resulta realmente enmarañada: decisiones que deberían quedar acotadas a la esfera estrictamente privada –como casarse o no, o adoptar como matrimonio y no como persona soltera- son puestas como argumento en un debate público. Y que no tiene como fin preservar la privacidad de nadie, sino más bien mantener a la sociedad alejada de lo que prefiere no ver. No es para menos: lo que pone en cuestión este debate es la idea de familia en sí.
El caso de la adopción sospechosísima de los hijos de Ernestina Herrera de Noble –con otros condimentos- también jaquea la frontera entre los derechos que se desprenden de las esferas de análisis propuestas. Es un caso que nos interpela como sociedad, cuya dimensión parece no estar todavía demasiado clara para quienes opinan sobre el tema.
La Diputada Nacional Elisa Carrió utiliza un recurso privado –el llorar por la situación de los hijos de Noble- públicamente. Y para –públicamente- quedar exculpada por faltar a su Juramento de cumplir y hacer cumplir las Leyes de la Nación. Y una sociedad que, repito, tiene los conceptos de público y privado enmarañados, no la juzga por ello. En lo personal puede llorar hasta deshidratarse por lo que quiera: una escena de teleteatro de Andrea del Boca, una astilla en un dedo, el aria de la Reina de la Noche en “La Flauta Mágica”. Pero lo que en lo personal la conmueve no puede ser de modo alguno parte de una responsabilidad pública que el pueblo le ha asignado. La postura personal que cada ciudadano pueda esgrimir es muy grave que se tornen en motivos públicos para no seguir pidiendo verdad y justicia por los atroces delitos de la dictadura.
También los jóvenes que hicieron saber su decisión de ratearse de la escuela mediante Facebook nos instalaron en una discusión producida por el desconcierto de que algo habitual en lo privado tomara estado público. Razón por la que no queda demasiado claro por qué, si hasta ahora de eso “no se hablaba” hoy hasta los ministros deban pronunciarse al respecto. O fue una macana hacerse el distraído antes, o es una estupidez hacer tanta alharaca ahora. Honestamente, no sé.
Lo que sí sé es que, a la luz de la represión policial a la que el hecho dio lugar en La Plata, esta mezcolanza entre lo privado y lo público pude ser perjudicial para la salud.
Y eso impacta seriamente en la esfera pública.
1 comentario:
Te felicito... muy bueno tu blog!
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