Si no, cuando dicen lo que queremos.
Al abrir el diario del domingo, encuentro una nota acerca de las próximas elecciones en los Centros de Estudiantes universitarios. El titular hace referencia a una reunión de diversos sectores con las autoridades. Enorme foto, extraña foto. Pensando en qué es lo extraño, percibo inmediatamente que no hay ninguna mujer representante de ningún sector retratada.
Tan curioso me resulta, tal vez porque la semana pasada anduve por diferentes facultades y vi entregando folletos y tratando de cautivar votantes a cientos de mujeres universitarias en campaña.
Y presencié debates enfervorecidos, siempre con alguna mujer como parte. Y sin embargo, a las mesas de concertación donde se deciden “asuntos” nunca invitadas. Vigente, como desde siempre, la “división sexual del trabajo”, que en política implica para nosotras el trabajo concreto y duro; para los varones el “arte de pensar”.
Pero esta nada inocente invisibilización de las mujeres en la militancia política, coexiste con una hipervisibilización. Y se da cuando osamos salirnos del rol de repetidoras y generamos nuestro propio discurso. Cuando dejamos de ser las muñecas de los ventrílocuos que manejan el poder.
Como se habla por estos días de la dirigente Milagro Sala es ejemplificador. En una campaña atroz montada para enfrentar a la sociedad con los movimientos sociales, es una de las elegidas por el stablishment para mostrar “el horror”. El “horror” de tener ambiciones de poder, de disfrutar del que ha adquirido sirviendo a los más necesitados. No se lo perdonan: es mujer. Y pobre.
Una sociedad que tolera que Macri desaloje a palos a los pobres que usurpan viviendas, repite que Milagro es violenta. Y que anda armada.
Esto también lo repite una mujer, hipervisible porque dice los disparates que convienen al poder. Sin presentar denuncias jamás, recorre cuanto medio la invita para anunciar fehacientemente la existencia de “grupos armados”, o para predecir el Apocalipsis para el mes de diciembre, con descripciones afiebradas de lo que sucederá. Fellinesca.
Pero útil: hace el trabajo sucio de decir lo que un varón encaramado en el poder no se atrevería a decir por miedo al ridículo. A las mujeres, nos deja en el estereotipo de “locas, desbocadas, místicas e impulsivas”. Gracias, yo paso.
También dirigentes reconocidos “usan” a sus esposas cuando desean transmitir algo que saben tendrá consecuencias. Que pagamos después todas.
¿Qué pasa con nuestras voces de mujeres políticas?
Tal vez sea el momento de adueñarnos de ellas. Usarlas sólo cuando lo que deseamos decir surge. En ese caso, usarlas a los gritos, sin miedo al mote de “locas”.
Pero cuando la necesidad es de otro, que se haga cargo. Que hable él.
Al abrir el diario del domingo, encuentro una nota acerca de las próximas elecciones en los Centros de Estudiantes universitarios. El titular hace referencia a una reunión de diversos sectores con las autoridades. Enorme foto, extraña foto. Pensando en qué es lo extraño, percibo inmediatamente que no hay ninguna mujer representante de ningún sector retratada.
Tan curioso me resulta, tal vez porque la semana pasada anduve por diferentes facultades y vi entregando folletos y tratando de cautivar votantes a cientos de mujeres universitarias en campaña.
Y presencié debates enfervorecidos, siempre con alguna mujer como parte. Y sin embargo, a las mesas de concertación donde se deciden “asuntos” nunca invitadas. Vigente, como desde siempre, la “división sexual del trabajo”, que en política implica para nosotras el trabajo concreto y duro; para los varones el “arte de pensar”.
Pero esta nada inocente invisibilización de las mujeres en la militancia política, coexiste con una hipervisibilización. Y se da cuando osamos salirnos del rol de repetidoras y generamos nuestro propio discurso. Cuando dejamos de ser las muñecas de los ventrílocuos que manejan el poder.
Como se habla por estos días de la dirigente Milagro Sala es ejemplificador. En una campaña atroz montada para enfrentar a la sociedad con los movimientos sociales, es una de las elegidas por el stablishment para mostrar “el horror”. El “horror” de tener ambiciones de poder, de disfrutar del que ha adquirido sirviendo a los más necesitados. No se lo perdonan: es mujer. Y pobre.
Una sociedad que tolera que Macri desaloje a palos a los pobres que usurpan viviendas, repite que Milagro es violenta. Y que anda armada.
Esto también lo repite una mujer, hipervisible porque dice los disparates que convienen al poder. Sin presentar denuncias jamás, recorre cuanto medio la invita para anunciar fehacientemente la existencia de “grupos armados”, o para predecir el Apocalipsis para el mes de diciembre, con descripciones afiebradas de lo que sucederá. Fellinesca.
Pero útil: hace el trabajo sucio de decir lo que un varón encaramado en el poder no se atrevería a decir por miedo al ridículo. A las mujeres, nos deja en el estereotipo de “locas, desbocadas, místicas e impulsivas”. Gracias, yo paso.
También dirigentes reconocidos “usan” a sus esposas cuando desean transmitir algo que saben tendrá consecuencias. Que pagamos después todas.
¿Qué pasa con nuestras voces de mujeres políticas?
Tal vez sea el momento de adueñarnos de ellas. Usarlas sólo cuando lo que deseamos decir surge. En ese caso, usarlas a los gritos, sin miedo al mote de “locas”.
Pero cuando la necesidad es de otro, que se haga cargo. Que hable él.
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