La baja en la edad de imputabilidad.
Ahora las gentes ríen a carcajadas cuando escuchan que por muchos siglos se debatió en las altas esferas de la intelectualidad si las mujeres teníamos alma o no. Aunque siguen circulando expresiones que nos estigmatizan como malas en esencia –marca que sólo borra la maternidad- ya nadie se atrevería en serio a decir cosa semejante públicamente, porque se han dado cuenta de que no es políticamente correcto reproducir discursos que nos inferioricen.
Tal vez, dentro de algunos siglos hayamos logrado que de la misma vergüenza que daría hoy afirmar públicamente que las mujeres no tenemos alma, la de el decir que los niños o jóvenes que delinquen no sienten nada respecto del daño que causan. En efecto, la expresión tan difundida por estos tiempos que reza que los niños en esa situación “tienen la cabeza quemada” me suena a eufemismo por el “no tienen alma” medieval, oscurantista.
En esta descabellada etapa caracterizada por intentar criminalizar la pobreza, el término “menores” les viene a varios como anillo al dedo, ya que si se refirieran a ellos como “niños” todos sus prejuicios y su atrocidad quedarían brutalmente expuestos.
Recuerdo por estos días algo que sucedió durante mi adolescencia en La Plata. Unos estudiantes secundarios de un prestigioso colegio de la ciudad que también compartían la práctica de rugby, hicieron una manteada a uno de sus compañeros que cumplía años. Fue noticia en los diarios porque lo dejaron en gravísimo estado.
A nadie se le ocurrió pensar en demandarlos por lo sucedido, que se tomó como una broma que se salió de cauce. El comentario generalizado era “pobres chicos, se sienten atormentados por el daño hecho, y no tenían conciencia por su edad de lo que podía pasar”. Como eran de clase media, eran capaces de sentir dolor y culpa, y ya bastante castigo tenían con el peso de su conciencia.
Y me parece que lo que hoy se trata de instalar es que los niños y jóvenes que delinquen no son capaces de sentir nada. Ellos no sufren, no tienen conciencia, tienen la cabeza quemada, te matan para sacarte unas zapatillas. ¿Les suena familiar la frase?
El ingeniero Santos mató por un pasacassette… pero tampoco se usó la misma vara para medir sus hechos. Se referían a él como “el justiciero”. Ay, las palabras…
Un diario de La Plata, el año pasado tituló una noticia policial usando estas: “Niño de 13 años atacado brutalmente por un menor de su misma edad”.
¿Palabras inocentes? No las hay. Tendenciosas y malintencionadas, sí.
Ahora las gentes ríen a carcajadas cuando escuchan que por muchos siglos se debatió en las altas esferas de la intelectualidad si las mujeres teníamos alma o no. Aunque siguen circulando expresiones que nos estigmatizan como malas en esencia –marca que sólo borra la maternidad- ya nadie se atrevería en serio a decir cosa semejante públicamente, porque se han dado cuenta de que no es políticamente correcto reproducir discursos que nos inferioricen.
Tal vez, dentro de algunos siglos hayamos logrado que de la misma vergüenza que daría hoy afirmar públicamente que las mujeres no tenemos alma, la de el decir que los niños o jóvenes que delinquen no sienten nada respecto del daño que causan. En efecto, la expresión tan difundida por estos tiempos que reza que los niños en esa situación “tienen la cabeza quemada” me suena a eufemismo por el “no tienen alma” medieval, oscurantista.
En esta descabellada etapa caracterizada por intentar criminalizar la pobreza, el término “menores” les viene a varios como anillo al dedo, ya que si se refirieran a ellos como “niños” todos sus prejuicios y su atrocidad quedarían brutalmente expuestos.
Recuerdo por estos días algo que sucedió durante mi adolescencia en La Plata. Unos estudiantes secundarios de un prestigioso colegio de la ciudad que también compartían la práctica de rugby, hicieron una manteada a uno de sus compañeros que cumplía años. Fue noticia en los diarios porque lo dejaron en gravísimo estado.
A nadie se le ocurrió pensar en demandarlos por lo sucedido, que se tomó como una broma que se salió de cauce. El comentario generalizado era “pobres chicos, se sienten atormentados por el daño hecho, y no tenían conciencia por su edad de lo que podía pasar”. Como eran de clase media, eran capaces de sentir dolor y culpa, y ya bastante castigo tenían con el peso de su conciencia.
Y me parece que lo que hoy se trata de instalar es que los niños y jóvenes que delinquen no son capaces de sentir nada. Ellos no sufren, no tienen conciencia, tienen la cabeza quemada, te matan para sacarte unas zapatillas. ¿Les suena familiar la frase?
El ingeniero Santos mató por un pasacassette… pero tampoco se usó la misma vara para medir sus hechos. Se referían a él como “el justiciero”. Ay, las palabras…
Un diario de La Plata, el año pasado tituló una noticia policial usando estas: “Niño de 13 años atacado brutalmente por un menor de su misma edad”.
¿Palabras inocentes? No las hay. Tendenciosas y malintencionadas, sí.
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