Percepciones colectivas y mujeres.
Es interesante ver cómo el discurso hegemónico logra que determinados grupos se sientan identificados, incluidos o representados por otros, con los que pocos intereses comunes tienen en realidad.
“El campo” es un ejemplo. A modo de consigna, logró que se encolumnaran detrás de intereses económicos y de poder fuertes, sectores de izquierda y movimientos sociales autoconvocados cuyas necesidades nada tienen en común con las de la mesa de enlace.
“La clase media” es otra ilusión colectiva vigente en Argentina desde hace varias décadas: una enorme cantidad de familias cuyos ingresos objetivamente las hacen de clase baja, se auto-definen como de media, reproduciendo intereses e inquietudes que, nuevamente, poco tienen que ver con sus urgencias. “Pertenecer tiene sus privilegios”, rezaba un slogan de tarjeta de crédito hace un par de años. Creer que uno pertenece, seguramente tranquiliza a los poderes aquietando las aguas.
Con el colectivo “mujeres” sucede algo similar. Exceptuando a las que participamos del movimiento, pocas tienen conciencia de su situación de opresión y subordinación en un sistema patriarcal.
Así, la mayoría de estas mujeres, si bien perciben tibiamente algunos de sus problemas concretos, los atribuyen generalmente a cuestiones personales no relacionadas con su condición de mujeres: “no pude ascender en el trabajo porque tengo los chicos muy chicos todavía”, “estoy agotada porque no me organizo bien con la casa y el trabajo”, “a Pedro le va mal en el colegio porque no me puedo ocupar lo suficiente”…
Sin embargo, si se les pregunta cómo estamos hoy las mujeres en el mundo, miran con desconcierto, para luego responder “mucho mejor que antes, nada que ver”. “Trabajamos, estamos en todos los espacios, hay una enorme presencia de mujeres en los medios”, son algunas de la reflexiones que hacen.
Y esto me hace pensar en el tema de la visibilización por la que tanto luchamos, que poco tiene que ver con esta hiper-visibilización que hoy tenemos, esta hiper-representación que poco nos suma. Porque surge de sectores que reproducen estereotipos sin cuestionar el orden establecido. Nada que ver con nuestros reclamos.
En lo único que podemos sentirnos “incluidas” –si fuera la inclusión en este sistema perverso nuestro objetivo- es en el rol de consumidoras. Abundan las representaciones de mujeres a cargo de la decisión de consumir tales o cuales productos no sólo para uso personal, sino también para el de la familia.
Nos presentan a las mujeres angustiadas por que los pisos brillan poco, porque los cabellos no son todo lo lacios que debieran, o tal vez la raíz de alguna arruga.
O preocupadas por el crecimiento de los hijos, la comida del gato, o la tos del suegro.
O aliviadas porque pueden dejar que los hijos se ensucien porque ya hay algo mejor para lavar la ropa.
Hasta que no se nos muestre preocupadas por todo lo que realmente nos afecta, seguiremos sosteniendo que nos sentimos excluidas, aunque seamos la mitad de la humanidad y se nos vea mucho, demasiado para mi gusto.
Es interesante ver cómo el discurso hegemónico logra que determinados grupos se sientan identificados, incluidos o representados por otros, con los que pocos intereses comunes tienen en realidad.
“El campo” es un ejemplo. A modo de consigna, logró que se encolumnaran detrás de intereses económicos y de poder fuertes, sectores de izquierda y movimientos sociales autoconvocados cuyas necesidades nada tienen en común con las de la mesa de enlace.
“La clase media” es otra ilusión colectiva vigente en Argentina desde hace varias décadas: una enorme cantidad de familias cuyos ingresos objetivamente las hacen de clase baja, se auto-definen como de media, reproduciendo intereses e inquietudes que, nuevamente, poco tienen que ver con sus urgencias. “Pertenecer tiene sus privilegios”, rezaba un slogan de tarjeta de crédito hace un par de años. Creer que uno pertenece, seguramente tranquiliza a los poderes aquietando las aguas.
Con el colectivo “mujeres” sucede algo similar. Exceptuando a las que participamos del movimiento, pocas tienen conciencia de su situación de opresión y subordinación en un sistema patriarcal.
Así, la mayoría de estas mujeres, si bien perciben tibiamente algunos de sus problemas concretos, los atribuyen generalmente a cuestiones personales no relacionadas con su condición de mujeres: “no pude ascender en el trabajo porque tengo los chicos muy chicos todavía”, “estoy agotada porque no me organizo bien con la casa y el trabajo”, “a Pedro le va mal en el colegio porque no me puedo ocupar lo suficiente”…
Sin embargo, si se les pregunta cómo estamos hoy las mujeres en el mundo, miran con desconcierto, para luego responder “mucho mejor que antes, nada que ver”. “Trabajamos, estamos en todos los espacios, hay una enorme presencia de mujeres en los medios”, son algunas de la reflexiones que hacen.
Y esto me hace pensar en el tema de la visibilización por la que tanto luchamos, que poco tiene que ver con esta hiper-visibilización que hoy tenemos, esta hiper-representación que poco nos suma. Porque surge de sectores que reproducen estereotipos sin cuestionar el orden establecido. Nada que ver con nuestros reclamos.
En lo único que podemos sentirnos “incluidas” –si fuera la inclusión en este sistema perverso nuestro objetivo- es en el rol de consumidoras. Abundan las representaciones de mujeres a cargo de la decisión de consumir tales o cuales productos no sólo para uso personal, sino también para el de la familia.
Nos presentan a las mujeres angustiadas por que los pisos brillan poco, porque los cabellos no son todo lo lacios que debieran, o tal vez la raíz de alguna arruga.
O preocupadas por el crecimiento de los hijos, la comida del gato, o la tos del suegro.
O aliviadas porque pueden dejar que los hijos se ensucien porque ya hay algo mejor para lavar la ropa.
Hasta que no se nos muestre preocupadas por todo lo que realmente nos afecta, seguiremos sosteniendo que nos sentimos excluidas, aunque seamos la mitad de la humanidad y se nos vea mucho, demasiado para mi gusto.
1 comentario:
Lindas fotos las del costado Delia.
Bsss. Coco
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