Políticas de género: más tarea para la casa para las mujeres.
Desde hace más de dos años, funciona en la UNLP la Consultoría de Salud Sexual Universitaria, destinada a ofrecer orientación profesional sobre salud sexual a todos los estudiantes de esta casa de estudios. La iniciativa es única en el país, y los profesionales de esta área recomiendan a las alumnas acercarse a la consulta para que sean atendidas y asesoradas en cuestiones relacionadas con la salud sexual y que en el lugar sea dónde se determine cuáles son los casos en los que efectivamente se puede hacer uso de la píldora del día después, que se entrega en forma gratuita. Todo esto, así sin anestesia, se puede leer en un matutino, como prueba de que ya somos una sociedad que se ha puesto los “pantalones largos”, y está dispuesta a incluirnos a las mujeres en sus políticas.
Le siguen las encuestas, por supuesto realizadas sólo sobre la población estudiantil femenina, que arroja datos sobre las conductas y prácticas sexuales de las alumnas, pues los varones, por más que nos creamos que avanzamos, siguen sin responsabilidad directa en el tema. Y a los profesionales a los que se financia para ejecutar políticas “de género” no se les ocurrió aún pensar en abordar también a ellos, por ejemplo, recomendándoles una vasectomía. Claro, tal vez eso implique una posible esterilidad futura, que sin embargo no preocupa cuando la esterilizada es una mujer que tuvo que someterse a un aborto clandestino. Increíble, pero real, se ve como un hecho “de avanzada”.
También suena mucho esta repentina difusión de las conductas sexuales de las mujeres a la necesidad imperiosa y aún vigente del patriarcado por controlar nuestra sexualidad, aunque más no sea a través de estadísticas.
La nota, ya a estas alturas queda desenmascarada, sosteniendo que la mayoría de LAS alumnas está informada respecto del SIDA y que se realizan controles periódicos de papanicolau y colposcopía. Ni atisbos de incluir a los estudiantes varones, por ejemplo, en la prevención de HPV.
También se menciona que están en condiciones de presumir la “estabilidad emocional de las alumnas”, ya que el 82% no sufrió episodios de violencia.
Tal vez las alumnas encuestadas no hayan logrado entender aún que ese tipo de reparticiones ejercen permanentemente la violencia contra las mujeres, al reproducir hasta la náusea los roles asignados para cada sexo.
Desde hace más de dos años, funciona en la UNLP la Consultoría de Salud Sexual Universitaria, destinada a ofrecer orientación profesional sobre salud sexual a todos los estudiantes de esta casa de estudios. La iniciativa es única en el país, y los profesionales de esta área recomiendan a las alumnas acercarse a la consulta para que sean atendidas y asesoradas en cuestiones relacionadas con la salud sexual y que en el lugar sea dónde se determine cuáles son los casos en los que efectivamente se puede hacer uso de la píldora del día después, que se entrega en forma gratuita. Todo esto, así sin anestesia, se puede leer en un matutino, como prueba de que ya somos una sociedad que se ha puesto los “pantalones largos”, y está dispuesta a incluirnos a las mujeres en sus políticas.
Le siguen las encuestas, por supuesto realizadas sólo sobre la población estudiantil femenina, que arroja datos sobre las conductas y prácticas sexuales de las alumnas, pues los varones, por más que nos creamos que avanzamos, siguen sin responsabilidad directa en el tema. Y a los profesionales a los que se financia para ejecutar políticas “de género” no se les ocurrió aún pensar en abordar también a ellos, por ejemplo, recomendándoles una vasectomía. Claro, tal vez eso implique una posible esterilidad futura, que sin embargo no preocupa cuando la esterilizada es una mujer que tuvo que someterse a un aborto clandestino. Increíble, pero real, se ve como un hecho “de avanzada”.
También suena mucho esta repentina difusión de las conductas sexuales de las mujeres a la necesidad imperiosa y aún vigente del patriarcado por controlar nuestra sexualidad, aunque más no sea a través de estadísticas.
La nota, ya a estas alturas queda desenmascarada, sosteniendo que la mayoría de LAS alumnas está informada respecto del SIDA y que se realizan controles periódicos de papanicolau y colposcopía. Ni atisbos de incluir a los estudiantes varones, por ejemplo, en la prevención de HPV.
También se menciona que están en condiciones de presumir la “estabilidad emocional de las alumnas”, ya que el 82% no sufrió episodios de violencia.
Tal vez las alumnas encuestadas no hayan logrado entender aún que ese tipo de reparticiones ejercen permanentemente la violencia contra las mujeres, al reproducir hasta la náusea los roles asignados para cada sexo.
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