Hasta no hace mucho, la prostitución estaba tapada: todos sabíamos de su existencia pero ni se mencionaba. Ni se discutía. Era “natural”: lo natural es “de Dios” y por lo tanto no está sujeto a interpelaciones.
Cosa parecida sucedía con el travestismo: era algo que pasaba en todas partes pero en ninguna, quedaba acotada su existencia al ámbito de lo privado.
Mucho se hizo para evidenciar y poner en discusión este tipo de situaciones. Para derrumbar mitos y frases hechas para dar cuenta de ellas. Enorme cantidad de personas que dedican su vida a investigar procesos sociales, desde distintas disciplinas, han aportado al debate.
En el tema prostitución, un debate que ha dado lugar a diferentes posturas: la reglamentarista y la abolicionista son las más difundidas como marco teórico en nuestro país.
También lugar a grandes avances. A nadie hoy se le ocurre pensar en la idea de sancionar o penalizar a las mujeres en situación de prostitución. Las penas, para aquellos sectores que creen en sus efectos, siguen recayendo en los proxenetas –visión más tradicional- o en los consumidores, clientes o prostituyentes, en una postura un poco más subversiva.
Otro avance que se puede percibir es la escasa argumentación que pueden dar los que aún hoy sostienen que se trata de un trabajo por el que las mujeres pueden optar con total libertad: les resulta difícil defender lo indefendible, la desigualdad de poder existente entre cliente y prostituta.
Las escalofriantes cifras de mujeres víctimas de redes de trata también obligan a volver permanentemente al tema prostitución: visibilizan en forma contundente la realidad de que, sin consumidores de prostitución, la trata de mujeres con ese fin sencillamente no existiría. Toda una definición política que marca muy claros los pasos a seguir. Un largo camino de deconstrucción de pautas patriarcales que ya se tendría que estar implementando para erradicar también otros flagelos como por ejemplo la violencia de género.
El travestismo por su parte también ha dado lugar a una cantidad de visiones teóricas: la desarticulación de las concepciones binarias de sexo/género abrieron el encuadre teórico que se le puede dar al tema. Algunos sostienen que se trata de un género más; otros creen que, al reconocerse a sí mismas como mujeres su visión es tan dicotómica como la división más conservadora.
Para no excederme más en las producciones teóricas, paso a explicar el porqué de este artículo: el atroz ninguneo que se hace en los medios de comunicación –sobre todo en televisión- de todo lo que se viene planteando como problemático de estas situaciones. Como si estuviéramos en Disneylandia, todas estas cuestiones se banalizan y se presentan a modo de nota de color.
Con un enorme grado de perversión, blanquean y naturalizan estas realidades y las reducen a los estereotipos que convienen al poder.
Con total desparpajo, un conductor estrella invita a la autora de un libro llamado “Hijos de putas” que se presentará en la Feria del libro. La autora, que dice haber investigado el tema prostitución en profundidad, ignora en su relato las situaciones de vulnerabilidad social que impactan en el grupo. Después de escucharla a ella y a la prostituta que lleva para ser observada, los espectadores pueden dormirse con la sensación de que no constituye problema alguno para esos niños el vivir la situación que “les toca”. Los televidentes/prostituyentes pueden quedar tranquilos con sus conciencias, tal vez sintiéndose hasta filántropos por consumir, ya que “esas mujeres”-que siempre son otras, no las de sus entornos- necesitan de su dinero para subsistir.
Y para qué hablar del show montado alrededor del travestismo, si todos lo vemos a diario. La televisión nos muestra personas que eligen esta opción siempre en el rol estereotipado de prostituta. Poca difusión se les da a las que son docentes, cocineras o amas de casa.
Cuando alguna entrevistada debe hablar de la violencia que sobre ellas se ejerce, reacciona como un varón, haciendo alusión a sus atributos biológicos muchas veces: se invisibilizan así todos los debates acerca del valor simbólico de esos atributos. De la diferencia que existe entre tener un pene, o sacar provecho de las ventajas que en nuestra cultura tiene poseer un falo.
Hay que estar alerta: el show puede no tener como único fin el esparcimiento. Las más de las veces tiene una finalidad aleccionadora, o esconde un intento por ridiculizar debates que podrían llegar a producir cambios en lo social.
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